La guerra de Afganistán contribuyó de manera decisiva al agotamiento económico de la Unión Soviética y a la necesidad de adentrarse en un proceso de reformas que condujo a la implosión de su sistema. Osama Bin Laden, quien jugó un papel protagónico en la yihad islámica que enfrentó a los soviéticos en Afganistán, quiso repetir la misma experiencia en relación a Estados Unidos algunas décadas más tarde.
Al golpear el orgullo y la sensación de estabilidad de una potencia hegemónica apostó por una sobrerreacción por parte de ésta. La misma debía resultar apta para agotar económicamente a los Estados Unidos. Según señalaba el máximo líder de Al Qaeda en un video aparecido en la página Web de Al-Jazeera a comienzos de noviembre de 2004: “Nosotros, junto a los mujahadin, desangramos por 10 años a Rusia hasta que quebró y se vió forzada a retirarse en derrota… Ahora continuamos esta misma política con el objetivo desangrar a Estados Unidos hasta llevarlo a la bancarrota”.
Durante los meses siguientes al 11 de septiembre del 2001, sin embargo, todo pareció indicar que Bin Laden se vería frustrado en su objetivo. Washington actuó con sorprendente moderación, pareciendo convencido de que la respuesta al terrorismo islámico pasaba por la construcción de un entretejido de alianzas y por la coordinación internacional en material de inteligencia. Para suerte de Bin Laden, tal moderación duro poco.
El apabullante pero ilusorio triunfo militar inicial en Afganistán pareció traer como lección que la superioridad militar estadounidense se bastaba a sí misma, haciendo superfluas a la diplomacia y a las coordinaciones internacionales. La prepotencia desatada dentro de la Administración Bush, luego de este éxito, no admitió ya disentimientos. La Doctrina de Acción Preventiva, la indiferencia frente al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y a la opinión pública mundial y la invasión Irak, fueron consecuencias directas de este estado de ánimo. Al poner en marcha todos los mecanismos del poder imperial, Bush cayó de lleno en la trampa tendida por Bin Laden.
Si bien los costos combinados de Afganistán, Irak y la seguridad doméstica (“homeland security”) no condujeron a la bancarrota económica, si dispararon los déficits fiscales y la deuda pública estadounidense. Más aún, para diversos analistas llegó incluso a existir una relación de causalidad entre la invasión a Irak y la potente crisis económica de 2007-2008. Entre quienes sustentaban este planteamiento se encontran el columnista del Washington Post y posteriormente del New York Times Ezra Klein, el ex editor de The Economist Bill Emmott y el reconocido economista e historiador británico Robert Skidellski.
En palabras de Ezra Klein: «Bin Laden no nos arruinó, no podía hacerlo. El sólo podía provocarnos para que nos arruinásemos nosotros mismos y lo cierto es que estuvo bastante cerca de lograrlo…El entendió lo suficientemente bien la sicología de una superpotencia como para lograr que usáramos nuestras fortalezas en contra de nosotros mismos. Finalmente puede que no haya ganado pero sí logró, al menos parcialmente, sus objetivos» («Osama Bin Laden didn’t win but he was ‘enormously successful'», Washington Post, 3 May, 2011).
Lo cierto es que entre 2001 y su retirada de Afganistán, Estados Unidos gastó más de 2,3 billones (millón de millones) de dólares en la guerra en ese país. Más aún, tomadas juntas las guerras post 11 de Septiembre tanto en Afganistán como en Irak tuvieron un costo económico combinado de 8 billones de dólares («Human and Budgetary Costs to Date of the U.S War in Afganistan, 2001-2022», Watson Institute of International and Public Affairs, Brown University, August 2021; «Costs of War», Watson Institute of International and Public Affairs, September 2021).
Los gastos post 11 de Septiembre contribuyeron de manera decisiva a acelerar el deterioro estadounidense en áreas domésticas claves tales como infraestructuras o educación, por citar tan sólo dos. En 2013, el ex Asesor de Seguridad Nacional estadounidense Zbigniew Brzezinski hacía referencia el rezago notorio de su país en relación a China o a las naciones de la Unión Europea en inversiones de infraestructura, señalando que Estados Unidos había caído al lugar número 23 en el mundo en gastos en ese renglón. De la misma manera, y también según Brzezinski, en sólo una generación su país había pasado del lugar número uno en el mundo al puesto número 12 en proporción al número de estudiantes que lograba graduar en sus universidades (Strategic Vision: America and the Crisis of Global Power, New York: Basic Books, 2013).
Lo cierto es que la contracción de gastos en áreas domésticas claves derivadas de las necesidades impuestas por las guerras post 11 de septiembre, unida al repliegue de los gastos federales en tales áreas propulsado por la Revolución Reagan o a la presencia de una globalización diseñada en función de los intereses de las grandes corporaciones, fueron responsables de romper el contrato social entre el Estado y el ciudadano en Estados Unidos. El resultado de ello fue la fractura horizontal que hoy evidencia dicha sociedad y que ha dado vuelo a un populismo que, habiendo capturado a uno de sus dos grandes partidos, amenaza la subsistencia de la democracia más antigua del planeta.
A no dudarlo, Bin Laden pudo jugar un papel de la mayor importancia en la espiral de deterioro que hoy confrontan la sociedad y el sistema político estadounidenses.
altohar@hotmail.com
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