24 de noviembre de 2024 6:30 AM

Earle Herrera: La fiesta de Caracas

Es una semántica festiva de la muerte. La derecha bautiza su terror con apelativos celebratorios. Pero no es una simple exquisitez lexical. De cierto, disfruta y festeja el derramamiento de sangre y la quema de personas vivas. Con el nombre “La fiesta de Caracas” denominó su más reciente intento terrorista, un “bonche” macabro que pretendía arrasar con la ciudad capital. Tuvo como organizadores y anfitriones a la delincuencia común, la extrema derecha financiada por EEUU y el paramilitarismo colombiano, invitado permanente a estos bailes de la muerte.

En tiempos de Chávez, en octubre de 2010, montaron en tierra azteca lo que llamaron “la fiesta mexicana”, una conspiración para derrocar al comandante presidente. Muchos de los nombres de entonces se repiten. Aquel “ágape”, según sus organizadores, habría costado 52.326 dólares. Fue un taller de terrorismo que duró 5 días. Los gastos incluían los “honorarios” del facilitador, un serbio experto en la guerra de los Balcanes, pasajes aéreos, hotel, transporte en México y “gastos extras”. Una fiesta, pues, para venir a matar.

En febrero de 2019 al jolgorio de la sangre no lo llamaron “fiesta”, sino “concierto” o “Venezuela Aid Live”. Lo financió un millonario británico, Richard Branson, quien esperaba recolectar 100 millones de dólares y terminó llorando sobre unos 2 millones, cuyo destino se desconoce. Lo montaron en Cúcuta para amenizar la invasión que se perpetraría bajo el camuflaje de “ayuda humanitaria”. Su lema: “Dejen que las estrellas brillen para todos”, en alusión a los famosos cantantes internacionales invitados. Pero las estrellas no brillaron, eclipsadas por el coraje cívico –militar venezolano que defendió los puentes de Tienditas y Simón Bolívar. Hubo una sola baja, en un hotel de Cúcuta –el Penélope-, donde cayó un cruzado del “gobierno interino” bajo los efectos del perico y la burundanga, sin honores.

De aquel concierto de estrellas sin galaxia patria, se llegó a “la fiesta de Caracas”, un ágape macabro abortado por la acción militar y policial que impidió a la extrema derecha bailar sobre las tumbas. Desde Colombia, decepcionados, el director de la CIA y el jefe del Comando Sur se preguntaban si, con los mismos bailarines, vale la pena financiar la próxima fiesta.  

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