Para que haya un buen divorcio, se necesita lo mismo que para un buen matrimonio: respeto, buena comunicación, haber crecido como ser humano, ser adulto, valorar al otro, ser leal, sincero, transparente, saber perdonar y pedir perdón. Además de estudiar, leer, asistir a talleres y charlas sobre parejas y buscar ayuda profesional cada vez que se necesite.
Es triste ver que la educación sigue siendo un dinosaurio en relación con este tema, incluso la universitaria. Nadie nos enseña las tareas más importantes de la vida: las aprendemos a puros golpetazos y con serias consecuencias para parejas, familias, hijos y sociedad. ¿Quién lo enseñó a ser padre o madre? ¿Quién lo enseño a ser pareja? ¿Lo educaron sexualmente? ¿Conoce usted qué hace que una familia sea funcional?
¿Sabe usted elegir pareja, cuándo casarse y cuándo no? Lo vergonzoso es que todo eso es hoy ciencia. Y en vez de enseñarlo en las escuelas y universidades, se dicen disparates como la famosa “abstinencia”.
Siempre que se pueda salvar un matrimonio, debe salvarse. Sobre todo, si hay hijos. Eso implica resolver los conflictos y buscar ayuda de un buen terapeuta familiar y de parejas.
Para que el amor funcione, amarse no es suficiente. Necesitamos aprender a ser pareja. Debemos prepararnos y dejar de soñar despiertos. La cultura de telenovela nos está acabando.
Es tan dañino un divorcio mal manejado como un matrimonio lleno de peleas y conflictos, donde se usen a los hijos y se les implique en asuntos de la pareja. En toda familia deben existir fronteras inviolables, aunque sean flexibles. Los asuntos de papá y mamá, sólo los manejan ellos. Los cónyuges tienen que cuidar su relación y no confundirla con la de ser padres. No podemos descuidar la pareja para concentrarnos solo en los hijos. Seremos padres toda la vida, pero… ¿pareja?, depende de lo que haga usted con su relación.
En un divorcio, los hijos deben sentir que no tienen la culpa, que seguirán siendo amados y protegidos. Deben ser informados sobre las causas, sin hablar mal uno del otro. Hay que respetar la imagen que el niño debe tener de su padre-madre. Los estudios indican que los hijos terminan teniendo serios conflictos con el que le habla mal del otro.
No es tan sencillo pedir que las parejas sigan unidas para evitar que los hijos sufran los embates de un divorcio mal manejado. Los de un matrimonio que se mantiene, a pesar de ser un infierno, son peores. La fiebre no está en las sábanas. La única forma de lograr que el índice de divorcios baje es aumentar la educación sexual y familiar en escuelas y universidades. Formar a nuestros niños y adultos para “vivir” en armonía y superar sus conflictos.
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