El pasado jueves se celebró un nuevo aniversario de la fecha en que en los Estados Unidos proclamaron su separación formal del Imperio británico: 4 de julio de 1776.
El Independence Day fue declarado como “festivo federal” por el Congreso Norteamericano el 28 de junio de 1870, pasando a ser así una jornada para celebrar a nivel nacional el momento más significativo de la historia de Estados Unidos.
Desfiles y fuegos artificiales son característicos de esta celebración, que, al coincidir con el verano, es propicia para la realización de picnics, barbacoas y otros eventos al aire libre, en los que el momento más emblemático es la interpretación de “God bless America” (Dios bendiga a América), el himno sentimental de los norteamericanos.
Esta canción, que se dio a conocer en un programa de radio a mediados de 1938, interpretada por Kate Smith, había sido compuesta por Irving Berlin.
Cuentan que, cuando el compositor Jerome Kern fue interrogado acerca del lugar que ocupaba el autor de God bless America entre otros músicos norteamericanos, respondió: “Irving Berlin no tiene ningún ‘lugar’ en la música americana: Irving Berlin es la música americana.
Hay razones, sin duda, para concordar con la afirmación de Jerome Kern. Baste decir que Berlin produjo 17 películas y 21 espectáculos de Broadway, además de componer miles de canciones entre las que se cuentan temas tan emblemáticos como White Christmas, Cheek to Cheek, Puttin’ on the Ritz, Alexander’s Ragtime Band, o Let’s have another cup of coffee». Fue condecorado, además, por los presidentes Harry Truman, Dwight Einsenhower y Gerald Ford. Pero ¿quién es, en realidad, este personaje, tan profundamente arraigado en la cultura norteamericana?
Irving Berlin, quien se llamaba, en realidad, Israel Isidore Baline, era un inmigrante judío, nacido el 11 de mayo de 1888 en Maguilov, Bielorrusia. Había llegado a los Estados Unidos a los cinco años de edad, tras huir de los pogromos que se vivían en la Rusia zarista, en donde su casa había sido quemada.
Berlin compuso esta canción como expresión de gratitud hacia el país que lo había acogido, recogiendo la frase tantas veces escuchada en boca de su madre: “Dios bendiga a América”.
Quizá por ser yo misma inmigrante, no puedo dejarme de cuestionar algunas cosas al respecto. A menudo bromeo con mis connacionales de adopción, y les echo en cara que yo soy más española que ellos, puesto que ellos nacieron en España por azar, mientras que yo vivo aquí por elección propia.
Con frecuencia nos replanteamos el viejo adagio aquel que cuestiona si el burro es de donde nace o de donde pace.
El asunto es el reconocimiento de los profundos lazos que se pueden tejer entre un inmigrante y el lugar que lo acoge. Irving Berlin, por ejemplo, si bien encontró un hogar en los Estados Unidos, le dio también a manos llenas, contribuyendo a configurar la identidad y la cultura popular de ese país.
Llama la atención, por ejemplo, en momentos de profundo antisemitismo en Norteamérica, que algunos pretendan desmerecer el aporte que Berlin y muchos otros judíos han hecho en incontables campos, motorizando el desarrollo de los Estados Unidos.
¿Quién pondría en duda, por ejemplo, el amor que sentía Billo Frometa, hacia Caracas?
Ya en 1940 el Ku Klux Klan había llamado a boicotear a God Bless America, y hoy en día la polémica continúa, porque, al parecer, un extranjero no tiene derecho a pedir la bendición del Altísimo para la nación…
Rasgos sin duda xenófobos y oscuros. Desconocimiento de la historia e ingratitud. Pero, como quiera que sea, los aportes permanecerán allí, para contarlos.
linda.dambrosoim@gmail.com
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