22 de noviembre de 2024 12:30 PM

Asdrúbal Aguiar: Democracias al detal

En una hora de ataques globales a la experiencia de la democracia en Occidente –lo admite el presidente norteamericano, Joe Biden– ha lugar a la desangelada IX Cumbre de las Américas.

El Nacional / correoaustral@gmail.com

Lo sustantivo de su discurso, sin dejar por ello de serlo, lo despacha en pocos caracteres y segundos, pero bastan: “Mostremos que la democracia no es sólo el rasgo definitorio de la historia de las Américas, sino que es el ingrediente fundamental para el futuro de América”.

Pero agrega el mandatario que “no siempre nos acordamos en todo, pero porque somos democracias trabajamos en nuestros desacuerdos con respeto mutuo y diálogo”.

Nadie duda que esta sea la gran virtud en sociedades libres y responsables. Mas se imponen las preguntas que huelgan y son impertinentes en el ambiente de Los Ángeles: ¿Cuál es el límite de lo debatible en la democracia? ¿Acaso el acabar con sus elementos esenciales o banalizarlos, mediante transacciones y el voto de las mayorías? ¿Cabe elegir, democráticamente, entre democracias y satrapías?

El planteamiento de Biden tiene un mérito, pues lo ofrece como desafío pendiente y por hacer, tras las regresiones e inestabilidades discursivas y prácticas desde cuando se celebrara la Primera Cumbre de Miami, en 1994.

Es verdad que en aquel momento la miopía de las élites condujo al simplismo. Era dable acordarse sobre una «cláusula democrática», por consistente con los orígenes de la OEA y el llamado a atender, tras el final del comunismo, a esas premisas que luego se hacen constar en la Carta Democrática Interamericana de 2001. No obstante, ya se pedía blindarlas frente al morbo de la corrupción, del narcotráfico, y del terrorismo en avance, que comenzaba a penetrar en los gobiernos y esperaban verse legitimados tras los primeros amagos del Foro de Sao Paulo.

El caso es que, también entonces se dio por descontado el dogma del librecambismo, tras el agotamiento de las economías centrales y planificadas y el advenimiento de la revolución digital. Y nace así, como proyecto que fenece en 2005, luego de la arremetida en su contra en Mar de Plata por los Kirchner y otros participantes del Foro de Sao Paulo, el ALCA o Área de Libre Comercio de las Américas. La impulsa el gobierno demócrata de Bill Clinton.

Sobrevino, pues, una elaboración de mala ley por el marxismo huérfano y en búsqueda de reconvertirse, para atar a la democracia profunda con el mundo de los negocios. Por lo que sólo bastaría que hiciesen crisis las economías en las Américas para que la gente relacionase sus propios males con la democracia y la política, que no con el tráfico de ilusiones y las corruptelas instigadas desde el mundo del mercado y las finanzas.

Biden propone ahora una Asociación de las Américas para la Prosperidad Económica y se basta. Sería flexible, como las propias de las economías en el Pacífico. Anuncia empleos con la economía verde, en un contexto de honda depresión poscovid-19 y de desprecio por la democracia.

La IX Cumbre, no pudiendo reparar se empeña hoy en resolver como problemas lo que son efectos ominosos por defecto de moralidad democrática, bajo democracias de utilería, que se hacen del poder electoralmente, y que lo administran prosternando los valores que sedimentan a una verdadera democracia.

Las migraciones nacen de la incertidumbre frente al porvenir y la deconstrucción institucional en sus países de origen, pero son animadas, justamente, por quienes instalaron –tras el Informe Caputo de la ONU de 2004– las tesis del desencanto democrático, para luego sugerir como solución la emergencia de Estados personalistas y sus autoritarismos electivos.

López Obrador es el paradigma y ahora el progenitor y una de las dos cabezas o puertas de ese monstruo que lleva al inframundo e imaginan los zapotecas en el México antiguo. La otra es el chileno Boric, a quien presenta el Washington Post como un socialista progresista y moderado que puede recoger los enconos contra Cuba, Nicaragua y Venezuela. Uno cuida la herencia de Fidel Castro y Lula da Silva, con su mascarón de proa, la Odebrecht. El otro es hijo dilecto del Grupo de Puebla, el causahabiente de los paulistas.

Varias cuestiones saltan de bulto, a todas estas. Las Américas olvidaron la alerta de sus gobiernos hecha a tiempo en 1998 y tras la Cumbre Iberoamericana de Isla de Margarita, de 1997. En esta, preservándose la tradición occidental se dijo, con firmeza, que “la democracia es no sólo un sistema de gobierno, sino también una forma de vida a la que los valores éticos dan consistencia y perdurabilidad”. En aquella, los asistentes a la Cumbre de Santiago, curados de maniqueísmo y del reduccionismo con que fuese asumido en Estados Unidos el final de la URSS, dicen sobre lo que les preocupa: “La globalización ofrece grandes oportunidades para el progreso de nuestros países y abre nuevos campos de cooperación para la comunidad hemisférica. Sin embargo, puede también incidir en un aumento de las diferencias entre los países y al interior de nuestras sociedades”. Pues bien, esas divisiones son la “marca” auténtica de la IX Cumbre de las Américas.

Entre tanto, desde el Oriente de las Luces, Rusia y China le han propuesto a la humanidad desde Pekín –en los días previos al aldabonazo de la guerra– una globalización económica y digital articulada sobre sus estabilidades civilizatorias, desde el Asia y el Pacífico. Y le han pedido al Atlántico, para que haya paz mundial, lo que ahora se ha vuelto la democracia en este Occidente de las leyes, una cuestión al detal, acaso negociable, transable entre partes, ajustada a sus realidades, que cumpla con el mínimo del azar electoral y para que la prosperidad de nuevo pueda alcanzarle. Es lo mínimo que Estados Unidos, en esta escala histórica de simulaciones, le reclama a los excluidos, Diaz-Canel, Maduro y Ortega-Murillo.

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