22 de noviembre de 2024 3:10 PM

Nelson Chitty La Roche: Del Sambil y otras loqueras más

“El sueño de la razón engendra monstruos.” Francisco de Goya

El Nacional / @nchittylaroche

Una noticia reciente llamó la atención y suscitó incluso expectativas. El centro comercial Sambil La Candelaria sería devuelto a sus legítimos propietarios. Algunos creen ver en ese acto una corrección por parte del régimen. ¡Ojalá que así fuera!

El asunto se presenta en momentos en que Venezuela recibe un jaque al rey, para decirlo en la jerga ajedrecística, siendo que se acumulan las decisiones en contra que la obligan a cancelar miles de millones de dólares como resultado de las expropiaciones y demás abusos que contra la propiedad se cometieron durante los años de “revolución” del que aún sigue popular pero que descuartizó el país, y no exagero ni un ápice.

En efecto, el tamaño del daño que la ignorancia, el resentimiento y la irresponsabilidad de Hugo Chávez Frías le hizo al Estado en sus cuentas, en sus bienes, en su soberanía territorial, en sus instituciones, e incluyo allí la justicia sesgada y tarifada políticamente además de crematísticamente, a la fuerza armada otrora de la nación y hoy del PSUV, a las universidades y a 7 millones de seres humanos que aún corren en estampida desesperada huyendo del que fue hace apenas unas décadas un referente receptor de migración, no tiene comparación o acaso muy poca con ninguna gestión de cualquier gobernante salvo quizá Hitler o Pol Pot o tal vez la gema reciente de la corona de la criminalidad y la maldad internacional, Vladimir Putin, que destroza impunemente a Ucrania.

El enamoramiento de los compatriotas más depauperados, pero no solo ellos, por el depredador hoy difunto que llegó al poder en hombros de las oligarquías, seductor de los más humildes y promotor militante como protagonista de la oclocracia perniciosa que aún detenta el poder, nos ha llevado a pagar y por ende a perder correlativamente, el mayor costo de oportunidad que se recuerde en los anales de la economía moderna y es sano recordarlo, sobre todo porque somos un pueblo especialmente olvidadizo.

Cada día emergen otros elementos que evidencian que esa suerte de emoción ciega que delegó hasta la soberanía misma en el fraude de Sabaneta, constituye el más deletéreo ejercicio de ingenuidad que se haya visto en el continente, en la misma línea fenomenológica de lo acontecido en Argentina con Perón y la secuencia pueril e irracional que tanto ha costado a ese pueblo que llegó a ser potencia en el mundo y que como producto de su pendular regreso al populismo comprometió y dificulta su desarrollo y progreso a pesar de disponer de todo para ello.

“El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”, se oyó decir a lord Acton y cuando la absurda guerra que destruye sistemáticamente a un país llamado Ucrania deja claro que no es un pueblo, el ruso, sino un zafio el que la libra y dirige, alcanzamos a ver hasta donde puede llevar al hombre sus desmanes y su animalidad, su hedonismo, su frivolidad, parado sobre los hombros de otros congéneres.

¡Al poder hay que ponerle límites! No se trataría de enervarlo u obstaculizarlo; me refiero a controlarlo, vigilarlo, fiscalizarlo, para que no se exceda, que no se desvíe, pero, si lo hiciere, se dispare un mecanismo que lo sujete, un freno racional efectivo para que el mal no se enseñoree y se banalice entre los vitoreos, lisonjas, adulancias, vilezas, miedos y cobardías que siempre lo rodean.

Cuando no se consigue frenar los siempre peligrosos afanes del poder que se fascina de sí mismo y se pretende duradero y personalizado, sobrevienen, no solo los mencionados y venenosos eventos, sino que, más que peor aún, se inficiona a las mayorías de los virus que atentan contra el espíritu virtuoso. Se contamina al común que, siendo testigo de aquello no tiene una negativa covincente y protagoniza entonces, su propia felonía. Si hay otro trance es ese que denominan los entendidos daño antropológico para reconocer así a los zombis ciudadanos.

Maduro no solo no es mejor que Chávez, sino que lo imita mediocremente. Repite sus consignas, se engola, histrionisa a veces cual epígono, pero, y en eso se diferencia del comandante presidente cuya espontaneidad era evidente, Maduro es cínico.

El asunto es paradójico. Cabe advertir que ni la honestidad ni la sinceridad “venden”. El entorno de la democracia tiene mucho que ver con su marchitar porque eso trasluce en todas partes y me refiero al norte y al sur del continente americano. El relativismo y la ausencia de valores humanos y ciudadanos son un caldo de cultivo de todas las centrífugas que notamos al escuchar el enfático discurso de la decepción. Sobrevienen al pragmatismo, la alienación y la exageración.

Acotaremos y a partir del último libro del amigo y admirado compatriota Moisés Naím titulado La revancha de los poderosos, que mi apreciado coterraneo Freddy Marcano, por cierto, comenta en un artículo que publica El Nacional con agudeza y que expresa el giro de los autoritarismos y la dinámica que se cumple ante el juego de las manipulaciones y la posverdad.

Que se trate de Bolsonaro, Correa, Ortega, Chávez, Maduro, Bukele, quienes tienen en común mucho, aunque no luzcan iguales, no traduce nada distinto que se reclamen de derecha o izquierda. No hay un compromiso en ellos con un modelo o proyecto económico y social, aunque afirmen lo contrario. ¿Son actores del teatro del bajo psiquismo democrático?

Hicieron ellos y harán lo que se les ocurra, para lo cual basta tener a la fuerza armada a favor, asociada al poder y prescindiendo de las bazas fortalezas de la república y de la democracia como sustento de ella. Por todo ello, el Estado constitucional, el Estado de Derecho, son otros disidentes que hacen oposición a sus deseos y a sus transgresiones. Siendo populares primero, solo queda dotarse de una suerte pretoriana después.

Preocupa Colombia y Chile, orientándose hacia la aventura y licuándolo todo a su paso, para quizá encontrar un camino distinto al transitado que no por un escenario de constante crecimiento económico y mejoramiento del índice de desarrollo humano los compensa. Amalaya no terminen como pareciera inevitable, lanzándose desde el mismo acantilado que malogró a la Venezuela que terminó el siglo XX con las mejores perspectivas y hoy conoce las peores.

Empero, si es verdad que una “revelación divina”, una señal mística, se manifestó y produjo en Maduro como en Paulo una conversión y en su equilibrado, sobrio y talentosa camada de acompañantes, preparados y bien intencionados un exorcismo, entonces diré que regresar a una genuina economía social de mercado es lo más cuerdo que se les puede ocurrir, pero confieso que no les creo ni una palabra.

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