«La capacidad del hombre para cavar un hoyo en sí mismo, para secretar un caparazón, para erigir a su alrededor una frágil barrera de defensa, incluso en circunstancias aparentemente desesperadas, es un fenómeno asombroso que requiere ser estudiado en detalle. Este es un valioso trabajo de adaptación, en parte pasivo e inconsciente, en parte activo». Primo Levi. Si es un hombre
¿No es acaso en cualquier parte del mundo libre la universidad un espacio para la crítica apasionada y profundamente honesta? La sociedad simpatiza con sus universidades y suele guardarles, de un lado respeto y, de la otra, audiencia.
El régimen lo supo desde el comienzo y se cuidó de no entablar un forcejeo directo con esa corporación con abolengo y mérito, pero, como reza el refrán popular, “árbol que crece torcido, nunca su rama endereza” y siempre estuvo receloso y motivado, además, por el afán de mantenerse en el poder, a cualquier costo, desdeñando cuestionamientos bien fundados y echando a andar un sustituto de la verdad, esa que la universidad busca, por aquella de la versión oficializada, y así ha sometido la institución universitaria a un proceso de degradación sistemático.
Lo ha venido realizando, mediando la instrumentación de distintos mecanismos y quizá el más protuberante resulte aquel de la asfixia económica. Lo mismo haría con el establecimiento de la educación, cínica e impúdicamente.
No solo lo hacía el gobierno de Chávez cuando estaban las arcas llenas aunque con reserva sino, especialmente, en el devenir trágico de un estado que se arruinó, convirtiéndose en el paradigma del desastre económico financiero y en el aquelarre de los deletéreos corruptos que emergieron, mientras se estructuraba esa perniciosa alianza fascista de seudoideologizados y militares sugerida por Ceresole y asumida por el ignaro líder de una revolución que, objetivamente, nos trajo todos los fracasos sociales y la destrucción del aparato productivo nacional.
El país se disgregó, desvencijó, dislocó. Una parte de esa patria viva, significativa, decepcionada y desesperanzada se desarraigó, se marchó y aquella que se quedó, sobrevive sacrificándolo todo. Dejamos de ser, en poco más de dos décadas, una entidad política, democrática y apegada al Estado de Derecho y referente en todo el continente, para derivar en una insolente satrapía.
Para hacerlo fue menester la hipoxia de la universidad y de toda la institucionalidad que se constituía en nuestra seguridad. Se desvaneció, como antes dije, la república, el orden normativo y el aparato público.
Todos hemos sido irradiados por la experiencia del facismosocialista y la universidad no fue la excepción. Yace la misma porque recibe una suerte de subsidio que le proporcionan sus profesores, empleados y trabajadores que la siguen sirviendo, aunque apenas paga salarios míseros. Igual acontece con los maestros, profesores, licenciados en Educación que siguen a punta de coraje y de una actitud de contumacia y rebeldía, frente al desastre, el fracaso, la nada de una revuelta malograda y sobre todo irresponsable.
Pudimos, sin embargo, iniciar el camino del mejoramiento el viernes 26 de mayo pasado en la elección que convocó a varias decenas de miles, pero, gravosamente, fallaron los aspectos logísticos y algunos otros que en otro momento habrá que examinar, abortándola.
Volvemos, no obstante, a la sala de espera y el parto de otra fragua histórica, que corresponderá cumplirse el próximo 9 de junio de 2023, ¡Dios mediante! La universidad es su gente, sus docentes, trabajadores, empleados, estudiantes que habrán de regresar para mostrar de qué material están hechos, para tributar en ese cauce del cual forman, formaron y formarán parte como una membresía distinguida, la de ser genuinamente cada uno y cada cual, un ucevista.
He caminado sus pasillos, sus aulas, sus salones de reunión, primero como alumno y luego como profesor de pregrado y posgrado por más de cincuenta años. Soy profesor titular, jefe de cátedra y de departamento y lo digo con mucho orgullo. Ser ucevista y dar lo mejor de mí a esa madre que tanto me dio me nutre el alma.
Quiero pensar que en este trance difícil, agudo, crucial de la universidad y de la patria, nos quedan arrestos para seguir creyendo y militando, en la eterna batalla entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad. ¡Por amor a la UUUCV!
@nchittylaroche
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