22 de noviembre de 2024 9:11 AM

Javier Vidal: De Madrid al cielo

Salimos de Miami, después de la corta temporada en el Tower Theater de La Promesa, hacia España en visita familiar. La primera y obligada parada fue en la Madrid de Díaz Ayuso, su gusto por “la fruta” y en pleno juramento de la Princesa de Asturias.

Las calles estaban alegres, vivas, iluminadas a 10ºC. La Gran Vía era un remedo de Times Square a las 7 de la noche. Era víspera de Halloween y en la presumida y esnobista Madrid se llevaba con mucha juerga.

Esa misma noche empapelaban las calles con el rostro de Leonor a un día de su cumpleaños junto al escudo real. La noche lluviosa no amilanó la fiesta que se extendió hasta la vuelta del sol en la puerta de tal.

Descubrimos, en este viaje, El Matadero, ubicado a dos cuadras donde nos alojábamos en la calle Voluntades Macabebe a metros de la plaza Legazpi. La modernista estructura arquitectónica funcionó de 1911 al 96 como centro de sacrificio y procesamiento de ganado en la ciudad durante muchos años. Sin embargo, a medida que Madrid fue evolucionando, la necesidad de un matadero en el corazón de la ciudad disminuyó, y el complejo fue cerrado. Afortunadamente, en lugar de ser abandonado o demolido, se decidió darle una nueva vida como espacio cultural ¡Y vaya que la tiene!

Es una flipada de actividad cultural. Allí vimos el festival internacional de cine de animación (nos tocó ver Portugal). Dos obras de teatro, el estreno de una ópera contemporánea: La Regenta, una exposición visual y el espectáculo inmersivo: Los últimos días de Pompeya.

Pero la visita a Madrid no tenía una intención de turismo cultural. Íbamos a re-encontrarnos con la familia del exilio. En especial con tía Rusé en sus 93 años.

Tía Rusé, cuñada de mi madre, llegó a Venezuela en 1955 junto a papá, mamá y yo de 20 meses, en el buque Monte Altube; casada “por poder” con tío Sol, hermano de mamá. Tía Rusé fue y es, para mí, una referencia de vida, amor y sacrificio. En el ‘99 perdió su casa, su hijo y nuera en el deslave de Carmen de Uria, salvándose “milagrosamente” junto a su nieto. Toda una vida sepultada en el campo santo de la desidia. Sus hijas con sus hijos comenzaron su migración a principios de siglo, y tía Rusé de vuelta después de más de medio siglo en Venezuela. Se le hace difícil vivir en Madrid: “al menos hubiese sido en mi Barcelona natal”, siempre me repite. El largo abrazo después de muchos años sin verla fue un aliento de vida y cierre emocional.

Con sus 93, no ha perdido el apetito ni la memoria. Lee todos los días sus novelas en un kindle donde acomoda el tipo de letras a su cansada mirada. “Estoy leyendo estos días a Èmile Zolá”.

Calle Amor Hermoso 21 en Casa Ciri fue el encuentro de las tres generaciones: Rusé, Flor (su hija y mi ahijada) y la nieta Gabriela. Ninguna volverá a Venezuela.

Otros encuentros fueron con mi sobrina Sofía Restifo, una summa cum laude de la UNIMET que Madrid no dejará marchar. Hizo su postgrado allí y su horizonte es ahora castizo. El Saint James fue lugar de cita con Patricia y Tomás; han sido por tantos años familia elegida que ya son heredados. Conversa con la especialidad de la casa: arroz con pato rostizado, paté, castañas y especular el futuro español con un elegante Albariño y un rudo Oruxo galego de cordiales.

javiervidalpradas@gmail.com

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