Ricardo Gil Otaiza: De las acepciones

Cada loco con su tema, decía mi madre, y ahora que analizo el viejo refrán hay mucho de verdad en él, porque la diversidad humana se transforma a sí misma en mundos y nociones distintas, en hechos y circunstancias que muchas veces nos sobrepasan y que hacen que tengamos un determinado perfil. Desde muy niño tuve propensión por los libros, y recuerdo que al ser el tercero y último de los hijos, heredaba muchas cosas de mis hermanos y entre ellas los libros, y eso me producía un enorme sufrimiento, porque los quería nuevos, poder oler sus páginas, quitarles el celofán y sentir el gozo de poseerlos al fin, de que fueran míos y de nadie más, pero los ejemplares que me llegaban en cadena de mando estaban mustios, arrugados, con las carátulas desprendidas, con las puntas dobladas y sin ese encanto que posee un libro recién salido de la imprenta.

Ya para entonces, sentía una fuerte atracción por las palabras y sus significados, y fue así que muy pronto mi mirada se volcó en los diccionarios. Por fortuna, mi madre era maestra, y el Ministerio de Educación dotaba a las escuelas de los materiales necesarios para la labor docente, y los diccionarios no podían faltar: y yo me daba un gustazo investigando en un tomo grueso de tapas duras azules (cuya editorial no recuerdo), y así descubrí (no sin asombro), que una sola palabra podía tener varios significados o acepciones, y eso era algo mágico, sencillamente encantador, que en mi cabeza infantil me hacía sentir deslumbrado frente al poder omnímodo de una lengua que recién conocía.

Dentro de mi locura por los libros está, como en una suerte de deriva, la de los diccionarios, y ya cuando crecí y me gradué y gané mis primeros sueldos, lo que hice fue comprarme El Pequeño Larousse Ilustrado (Ediciones Larousse y Círculo de Lectores,1988), y no pueden ustedes imaginarse mi enorme felicidad de tener en mis manos el poder de la palabra: de sentir que en aquellas páginas estaba asentada o contenida la verdad de las cosas: lo que ellas transmiten, lo que nos dicen desde sus nombres y categorías lingüísticas, y de ahí en adelante todo se dio en una sucesión de ejemplares de todo calibre y origen, que pasaron a engrosar mi biblioteca personal.

Así, a vuelapluma, hallo en mis anaqueles dos ediciones del Diccionario de la Lengua Española en dos volúmenes (Espasa Calpe, 21ª y 22ª edición,1992 y 2001, respectivamente), el Diccionario panhispánico de dudas de la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española (Santillana, 2005), el Diccionario de Venezolanismos en tres tomos bajo la dirección y estudio preliminar de María Josefina Tejera (Universidad Central de Venezuela, Academia Venezolana de la Lengua y la Fundación Edmundo y Hilde Schnoegass,1993), El Pequeño Larousse Ilustrado en color 1996 (Larousse S.A., 1995), el Diccionario de sinónimos y antónimos (El Ateneo, 4ª edic.1992), el Diccionario de Botánica (Editorial Labor, 1985, que para mí fue una herramienta extraordinaria, ya que mis inicios como profesor universitario en la ULA fueron en Botánica Farmacéutica), el CLAVE Diccionario de uso del español actual con Prólogo de Gabriel García Márquez (sm, 1999), el Diccionario de americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua Española (Santilla, 2010), el Diccionario de sinónimos y antónimos (Espasa, Biblioteca El Nacional, 2001), el Diccionario de dudas y dificultades (Espasa, Biblioteca El Nacional, 2001), y el Diccionario de uso del español de María Moliner (Gredos, 2007), que me lo obsequió de paquete un buen amigo cuando ingresé como Miembro de la Academia de Mérida. Y a falta de diccionarios, consulto además El dardo en la palabra de Fernando Lázaro Carreter (Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores, 4ª edic.1999) y El nuevo dardo en la palabra del mismo autor (Aguilar, 1ª edición 2003), y no satisfecho todavía, consulto El estilo del periodista de Alex Grijelmo (Taurus, 2003). Y solo al final, cuando los caminos se cierran, apelo al doctor Google, que cree saberlo todo.

Quiso la fortuna que publicara dos de ellos: Breve diccionario de plantas medicinales (Los Libros de El Nacional, Caracas, 1999) y Breve diccionario del naturismo (Los Libros de El Nacional, Caracas, 2010), así como también que mi nombre fuera citado en tres de ellos: Diccionario Histórico del español de Venezuela, Vols. I y II, de mi buen amigo el lexicógrafo Francisco Javier Pérez (Fundación Polar, Bid & Co. Editor, 2011 y 2016 respectivamente), en cuya preparación participó la Academia Venezolana de la Lengua y el segundo fuera patrocinado por la Embajada de España en Venezuela, y en El Diccionario de Latinismos en el Español de Venezuela de Valentina Truneanu Castillo (Los Libros de El Nacional, Caracas, 2005).

Dicen que uno atrae sus propias realidades, y a veces pienso que es cierto. Mi interés por la palabra y por sus distintas acepciones, me ha llevado a recorrer cientos de páginas, a trajinar una enorme montaña de libros y de autores, a indagar aquí y allá hasta hallar la precisión que busco, pero, déjenme decirles, que no hay posibilidad alguna de no equivocarse, de que no se escape algún gazapo, de que una duda gramatical no me atormente al punto de tener que levantarme a media noche, buscar en el diccionario, corregir el texto, y así entonces entrar en los territorios del sueño. Locuras mías, diría mi santa madre.

rigilo99@gmail.com

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