24 de noviembre de 2024 8:56 PM

Ricardo Gil Otaiza: De la crítica y la envidia

Un bibliófilo como yo me envió un video titulado El infinito en un junco y la sopa de la sopa: Monólogo de Carolina Sanín, que ha rodado en las redes, no como un riachuelo precisamente, sino como una tormenta de pasiones, y créanme que lo vi en modo “neutral”, sin agitarme, porque debo confesar como premisa que amo ese libro de Irene Vallejo (la Vallejo, sin retórica), que disfruté en los tiempos de la pandemia, pero en digital, y que luego pudo traerme un buen amigo de España, y entonces sí le di la lectura que merecía, y no como la otra: que me exigió colirios y demás porque me afectan las lecturas largas en pantalla (y el Infinito es largo…) De entrada, me gustó la tónica de la Sanín: sin buscar camorra, pero con el bate en la mano, y hasta ella misma se dice algo equivalente a (por ser monólogo): “cálmate Carolina”, como quien contiene la fuerza del volcán que podría hacer erupción y llevarse todo por delante, pero repito, me gustó su tónica cuando confiesa que la crítica suele ser vista como expresión de la envidia y más si es de mujer a mujer, porque, según ella, eso no se da entre los hombres (primera cuestión en la que discrepo, y no por mí, sino por los otros).

La Sanín (sin ánimos de minimizarla, porque desde hoy la admiro) hace en su video un análisis de la obra desde su concepción, hasta el por qué le gusta tanto a la gente y cientos de miles de “fanáticos” la aclaman como si fuera una estrella de rock (ah, rock ligero, pero tranquilos: esto es de mi cosecha); es decir: ¡qué broma con los lectores, la hemos hecho rica! (me lo imaginaba, aunque con libros pocos se vuelven ricos, pero cuando la pegas la pegas y ejemplos hay de sobra), y sus argumentos son eruditos, bien hilvanados, con buena dicción y claridad de pensamiento (no he echado un ojo en Wikipedia, pero supongo que es filóloga o algo parecido, o una lectora impoluta, porque se conoce los clásicos de la a a la z, o de la pa a la pe, como decimos aquí), y hasta detalla en sus análisis los episodios en los que la Vallejo supuestamente se equivoca (pero que conste: ya criticó el libro, pero tiene la suficiente honestidad como para afirmar que no lo ha leído todo: buen detalle), y me llamó poderosamente la atención que en su crítica haga énfasis en que el libro en cuestión sea una obra de divulgación, y no le veo a eso mayor importancia, pero bueno: busca restarle, me imagino, un peso literario.

Los críticos no tenemos buena fama entre los autores (aunque seamos también creadores), porque se nos ve como a inquisidores: dispuestos a llevar a la hoguera a quien no cumpla con el canon (y esto es un punto a favor para la Vallejo: su libro rompe con las fronteras de los géneros literarios y podría pensarse que se trata de una novela, de una suerte de crónica de la historia del libro, de un ensayo divulgativo y de promoción de la lectura y del libro como objeto -de allí que entrara en la colección Biblioteca de Ensayo de Siruela-, de sus memorias literarias, de un poema en prosa, de una fábula, o, qué sé yo: otras tantas formas literarias), y a veces es cierto: eso me consta y hasta lo he sufrido en carne propia, pero hay aspectos desconcertantes en el interesante material, como la descalificación que hace la Sanín de una obra que, a su parecer, es (o fue) una tesis académica transformada en libro de divulgación: dos aspectos que la “blindan” para seguir adelante y que a mí como lector no me importan, porque si la obra (sea así o sea asá), me gustó, me llegó y me impactó, pues ha cumplido con su objetivo inicial: propulsar la lectura, pero aquí entra lo crematístico: y eso molesta un poco a la Sanín, pero… ¿qué culpa tiene la autora de que su libro se venda como pan caliente, cuando eso es lo que en el fondo aspiramos los autores de ayer, del presente y del futuro?

Okey, entiendo que ella, como analista que es, vaya al fondo de la cuestión, y ponga el bisturí de su sapiencia clásica, pero para clases de teoría literaria y de filología iríamos y nos anotaríamos en un curso académico, pero lo que busca el lector es el disfrute sensorial, sentirse tocado en el fondo por unas páginas que saquen lo mejor de él: ese humanismo enterrado en un mundo de redes y farándula, y lo lleven un poco más allá, que lo muevan a reflexionar, a querer seguir indagando, y qué más da si es tesis o no, si se vende o no, si la autora es carismática o no; llegó y se quedó, y eso es lo fundamental.

La crítica colombiana se molesta porque la autora no haya hablado en su visita a la feria del libro de Bogotá, de la pobreza, de la exclusión, ni de los sin techo, pero es que la Vallejo fue a Bogotá a presentar y hablar de su obra y su único compromiso es con su “Junco”, y como escritora es con la palabra hecha arte; y no otro. La vieja noción sartreana del compromiso social del escritor que implicaba su incursión en la política, está banalizada y hecha trizas. No quiero ver a la Vallejo discurseando en torno de la crisis política mundial, ni de Petro, ni de Trump, y cuando lo haga sencillamente me aparto: dejemos que ella continúe con su felicidad que nos la irradia sin vanidad y sin demasiado ego. Y por favor Carolina Sanín: no deje de hacer crítica, es válida y necesaria para poner un cable a tierra, no podemos estar como los ciegos de Saramago: todos de la mano del único que veía y los conducía al borde del abismo.

rigilo99@gmail.com

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