25 de noviembre de 2024 12:09 PM

David Uzcátegui: Padres huérfanos

Entre los numerosos dramas que debemos afrontar los venezolanos por estos tiempos, quizá una de las peores tragedias sea la de nuestros adultos mayores que se quedan en el país, mientras las generaciones posteriores de sus respectivas familias se marchan a buscar un mejor futuro en otros sitios.

Las generaciones de más edad, las mismas que dieron ya décadas de su esfuerzo a la construcción de este país, no merecían menos que unos tranquilos años dorados, con seguridad económica, protección a su salud y rodeados de hijos y nietos.

Pero la situación a la que sobreviven hoy es completamente distinta.

Según cifras de las Naciones Unidas, más de seis millones de venezolanos han emigrado a otras tierras, para escapar de la estrechez económica y buscar una mayor seguridad personal, además de asegurarse el suministro de los servicios esenciales para una vida digna, que no se pueden garantizar desde hace ya bastante rato en nuestra patria.

Uno de los matices más insólitos de esta dolorosa situación, es que Venezuela ha experimentado lo que podríamos llamar un «envejecimiento acelerado» de su población por la emigración de sus jóvenes.

Nos hemos convertido en un país de adultos mayores, con una generación de relevo prácticamente inexistente, según podemos concluir de los datos que arrojó un estudio sobre el tema de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida, Encovi.

Basta decir que, según encuesta del Instituto Nacional de Estadística e Informática de Perú, el 42% de la población venezolana que reside en el país son jóvenes de 18 a 29 años de edad, seguido por adultos jóvenes de 30 a 44 años, que representan el 29,8 %.

Ambos grupos de edad suman al 71,8 % de población venezolana en edad preponderantemente activa. Los adultos de 45 a 59 años son apenas el 8%. De allí en adelante no hay registro.

En esta aplastante realidad, hay que hacer un alto para subrayar que los adultos mayores no emigran, o al menos que lo hacen en proporciones mínimas.

Siempre un proyecto de emigración implica un esfuerzo grande, trabajar duro y no desmayar por mucho tiempo, hasta que se pueda ver el fruto de esa ardua labor. Esta circunstancia hace que, mientras más sean los años cumplidos de una persona, menos sea la capacidad de enfrentar tan colosal reto.

Por ello, son los mismos padres quienes animan a sus hijos y nietos en edad laboral para que se aventuren en otras tierras, a ver si la buena fortuna los favorece a cambio del trabajo que no encuentra recompensa alguna en su país natal.

Muchos de nuestros venezolanos más jóvenes que emigran lo hacen incluso teniendo en mente que pueden ser más útiles para la supervivencia y el bienestar de sus padres si trabajan duramente en el exterior, en lugar de quedarse aquí sorteando un presente y un futuro incierto.

Otra tragedia asociada a este cuadro es la de los padres que se marchan a aventurarse afuera y dejan a sus pequeños a cargo de sus abuelos. De entrada, es un trabajo en equipo marcado por el amor y la colaboración que es inherente a la institución familiar; pero es también un círculo vicioso que hiere a las tres partes involucradas.

Los niños extrañan a sus padres, los abuelos pueden terminar sobrecargados de responsabilidades que desbordan la capacidad de respuesta de su edad y los padres también sufren la separación familiar, a la vez que deberán trabajar mucho más en su lugar de destino, para salir adelante con la manutención de dos hogares: uno en Venezuela y otro donde les toque en suerte vivir.

Son miles los abuelos que están pagando el alto precio de no ver crecer a sus nietos, de conocerlos a través de una llamada de la plataforma Zoom, o a veces ni siquiera eso, ya que la conectividad y la tecnología son un lujo en esta Venezuela que hoy vivimos.

Y si bien algunos se aferran con agradecimiento a la tabla de salvación que supone una remesa en estos días adversos, nada ni nadie va a sustituir al calor humano de una familia que se fue y que no se sabe cuándo se podrá volver a disfrutar.

A esto vienen asociadas potenciales dolencias que son de gran peligro en personas mayores, como lo son la ansiedad y la depresión. La soledad, aunada a la incertidumbre sobre el futuro, configura un cuadro adverso que puede incidir gravemente en la salud. Una noticia terrible, porque este grupo etario está además a la buena de Dios también en este aspecto.

Para nuestros abuelos no hay una pensión decente, no hay un sistema de salud, no hay paz y ni siquiera el consuelo de ver crecer a sus nietos. Eso no lo compensa una remesa que hay que estirar como sea.

El nefasto manejo de todos los aspectos de nuestra nación los ha llevado a una situación de indefensión y vulnerabilidad que rebota hasta a los rincones más insospechados de su dura existencia.

daviduzcategui@yahoo.com

El Universal

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