Hoy seguiré escribiendo sobre los servicios públicos y privados. El aseo urbano es uno de los más difíciles de tratar, no solo en Venezuela sino en cualquier parte del mundo.
El año pasado estuve varado ocho meses en Europa. Allí, con asombro, presencié el trato organizado, consciente y meticuloso que se le da a la basura. Estando en Francia y en España, me llamó la atención la costumbre y naturalidad con la que los ciudadanos, ordenadamente, botan sus desperdicios. Separar y clasificar la basura es para ellos una costumbre automática.
Para comenzar, clasifican la basura y la colocan en contenedores de diferentes colores de acuerdo con el tipo de desperdicio, orgánico o inorgánico. Ya eso llama mucho la atención. Lo más increíble es que la organización y distribución de la basura es inculcada en los hogares y en los colegios desde la infancia.
“Piedra, papel o tijera, un dos, tres, ¡ya!” es el coro de un juego infantil, pero para quienes reciclan la basura, vidrio, cartón y papel son desperdicios que deben ocupar un sitial y la basura animal y vegetal, deberá ocupar otro. Les cuento que en Toulouse, Francia, había un contenedor que era utilizado exclusivamente para botar escombros de construcción.
En Europa no vi que la gente se quejara por el precio que hay que pagar a la empresa encargada de la recolección de la basura, ya que el cliente, culturalmente, valora el esfuerzo de un buen trabajo. La recolección de basura es asumida como una labor importante y respetable en la que la ciudadanía también colabora para disfrutar de un espacio limpio, para cuidar el medio ambiente y reutilizar todo aquello que aún puede tener vida útil. Allá, todo el mundo da por hecho que ningún servicio que funcione bien puede ser barato o gratis. No importa si se trata de aseo urbano, agua, electricidad, gasolina o gas. Lo importante es que para tener calidad de vida hay que pagar un buen servicio, por eso, cuando se tiene, no se habla de él ni para bien ni para mal.
En Venezuela pasamos la mitad del tiempo de nuestras vidas añorando, criticando, reclamando enfurecidos, quejándonos e incluso, marchando y protestando por los servicios que necesitamos, porque no los tenemos o funcionan mal. En general, si alguien habla de un servicio en Venezuela, es para decir lo mucho que sufre. En Europa, como les dije antes, los servicios están allí. Siempre a tu lado. Son como el aire, no se ven pero sabemos que existen y es que el éxito de un servicio es, justamente, que la gente lo disfruta y como a un fantasma bueno, siempre lo tiene cerca.
En Venezuela pasa algo insólito, pondré un ejemplo vivido. Si a mí se me ocurre invitar a cenar a la bella Ángela Oraá, lo difícil no es que ella acepte, lo complicado es la logística para que decida salir de su casa, me explico.
—Ángela, ¿qué te parece si mañana, tú y yo solos, vamos a cenar en un restaurancito muy íntimo que descubrí en La Carlota?… Dime, ¿a qué hora paso por ti?
—¡Me parece fantástico, Claudio! Pero déjame ver cuándo llega el agua. De eso depende la hora a la que tienes que venir a buscarme. Eso sí, trata de venir antes de las 7:00 de la noche porque por aquí hace tiempo que no hay un bombillo en la calle y todo está tan oscuro como boca’e lobo. Eso da miedo y no te digo para ir por mi cuenta y vernos allá porque tengo una semana sin gasolina. Figúrate que ayer me levanté a las 5:00 de la mañana y no pude echar. Lo otro es que hoy por fin me llegó el gas, y quiero aprovechar para cocinar la comida de la semana de mi mamá y de mi hermana, no vaya a ser que mañana me quede sin gas otra vez. ¡Qué va!
—Todo eso quiere decir que te voy a buscar, ¿o no?
—Bueno, mi Claudito… si soluciono todo esto es casi seguro que sí. Pero, y perdona el abuso, si mañana llegamos a salir, ¿podríamos llevarnos una bolsita de basura para dejarla por ahí botada? Es que hace más de una semana que no pasa el aseo por la zona… Bueno, me llamas en la noche para ponernos de acuerdo. Si no te contesto insiste, tú sabes cómo está el servicio telefónico.
En Venezuela, por necesidad, nos hemos adaptado a lidiar con los servicios que no funcionan o que funcionan mal. No me cansaré de decirle a la gente que no debemos acostumbrarnos a lo malo. Lo bueno existe y nos pertenece. Si no lo podemos alcanzar en la inmediatez, hay que añorarlo, exigirlo, buscarlo y conseguirlo. Malo es acostumbrarnos a lo malo.
En Venezuela ocurre una situación extraña, pareciera que tener éxito es pecado. Se critica a los emprendedores que le echan pichón a pesar de las circunstancias. La gente quiere mejoras y si alguien comienza por una, es expuesto al escarnio público.
Con esto de la basura nos damos cuenta en dónde hay un buen servicio y en dónde no. Lo irónico e injusto, para quien hace bien su trabajo de recolección de basura en ciertos municipios de la ciudad, es que mientras más limpios están los sitios en donde se ha contratado el servicio, la gente no concientiza que para que eso ocurra, hay que pagar lo justo a miles de personas que logran el milagro de hacer invisible la basura.
En Venezuela existen zonas en donde el servicio de aseo urbano funciona bien y sin embargo, a veces escuchamos cosas como: “yo boto una bolsita de basura y me cobran igual que a mi vecino que bota tres”. La cosa es que no solo se está botando tu poquita basura, si no que un grupo de gente trabajadora barrió la calle y puso la plaza de la urbanización bien bonita para todos. Además, hay que pensar que tu bolsita de basura y las tres de tu vecino, se recolectan y se comprimen en un camión especialmente adaptado, en donde tu basura se convierte en mi basura.
Fíjense qué curiosa puede ser la vida. Todos queremos no ver nunca la basura, tener un trabajo bien remunerado y ser felices. A las empresas encargadas de recolectar la basura les pasa exactamente lo mismo, con la diferencia de que son ellos quienes se encargan de recoger esa basura que tú no quieres ver.
Los servicios que funcionan bien hay que pagarlos para, como en el caso del aseo urbano, remunerar y hacer felices a quienes planifican, compran la escoba, adquieren el camión compactador y recolector de basura y reclutan, además, a los ángeles que se encargan del milagro de que nosotros no veamos la basura.
Por cierto, olvidaba comentarles, al final, Ángela sorteó las dificultades y salió a cenar conmigo.
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