Claudio Fermín: La pasión por el conflicto

Los conflictos políticos en Venezuela parecieran ser perpetuos. Y no me refiero a los reclamos ciudadanos, a las denuncias de injusticias, a las luchas por los derechos sociales y la confrontación con el poder y los poderosos por la calidad de vida a la que todos tenemos derecho, a la denuncia de irregularidades y de abusos. Estoy apuntando a los duelos personales, a los odios, a las antipatías juradas de por vida, a las venganzas y a las facturas por cobrar, a la soberbia. Son otros conflictos, ¿menores?, ¿personales?, ¿partidistas o herencias de antagonismos del pasado o de alguna descortesía que ofendió? Lo cierto es que involucran a toda la comunidad y la contagian a todo dar. Nada los disminuye. Nada los detiene, ni siquiera acumuladas evidencias de que los mismos no tenían razón de ser o de que sus promotores estaban equivocados, bien de buena fe, bien porque tenían la perversa intención de causar mal y aunque se hayan percatado de que sus acciones han sido inútiles para sus propósitos políticos, o dañinas para la sociedad, persisten en ellas porque dar su brazo a torcer es reconocer debilidad en el conflicto procurado.

Quien promueve un conflicto se adueña de un espacio, de un referente en el debate. No lo suelta. Es su territorio y hace todo cuanto puede para que el conflicto no cese. Esa confrontación genera aliados, seguidores, ruido en los medios y adversarios que desea mantener. Sería una pérdida abandonarlo. El amarillismo, la agitación permanente, la denuncia del día a día que más que la solución de un caso lo que pretende es no soltar la presa que se ha mordido, son todas variantes de lo productivo que comunicacional y políticamente es mantener un conflicto. Quien se atreva a intentar una solución es acusado de representar algún interés oscuro, de taparear algo, de esconder una irregularidad. Seguramente, dicen, es un vendido a alguna de las partes. La gente “honesta” debe mantener el combate hasta siempre, hasta la muerte, hasta el agotamiento total, aunque la sociedad sufra, se consuma y disminuya, se desgarre en la vivencia de la lucha que otros se inventaron por sus odios, por su ineptitud para ver las soluciones al enredo, por su amargura, o para su promoción personal. Lo rentable en el mundo del careo, de la intriga, de la provocación permanente es mantener los conflictos. Y, por supuesto, es lo inteligente en el propósito de promover alguna imagen, bien de un líder, bien de una pluma, como el del perseguidor e inquisidor que ante nada cede y nadie lo detiene.

Es posible que el conflicto pierda por momentos notoriedad en los medios, en las redes sociales, o cese el interés de los llamados analistas y de los “influencers”, pero sus protagonistas se encargarán de mantener la llama viva porque de eso depende su vigencia en el espectro político. Quien no esté al frente de un zaperoco o involucrado en un enfrentamiento siente que no existe, que es un cero a la izquierda y por eso abundan los francotiradores, aquellos que de la noche a la mañana escriben, declaran, intrigan, o accionan gratuitamente en contra de alguien. Claro, se presentan como salvadores de la sociedad al hacer una supuesta gran revelación o al poner de nuevo en el paredón de fusilamiento a alguien a quien le habían dado descanso por un rato dada la aparición de una bronca más llamativa.

Pleito sobre pleito se ha ido tejiendo la trama política del país. Es como si les repugnara la tranquilidad, el sosiego y el llamado al entendimiento y a la paz, lo que además de aburrido consideran un acto de corrupción porque seguramente detrás de ese silencio o de esa paz alguien está escondiendo una vagabundería. Para no dar descanso a la persecución implacable, a cualquier conciliador o a alguien que no atienda ofensas ni provocaciones e ignore a los incitadores, se le llamará cobarde, o pagado por alguien para silenciar el debate que “tanto bien hace a la democracia”, como si se estuvieran presentando soluciones a los graves problemas y carencias de salud, ingresos, servicios públicos y seguridad social. Son capaces de presentar cualquier argumento para justificar sus embestidas contra lo que sea y contra quien sea, lo que siempre hacen en nombre de la justicia, las mayorías, la Constitución, o de la libertad de expresión.

En este contexto antropológico, atendiendo a esta manera de ser, a esta personalidad básica que el Precursor estigmatizó en bochinche, bochinche, bochinche, transcurrirá la campaña electoral del año 2024, de la que no hemos visto sino asomos con sus primeras acusaciones, insultos y protagonistas que hacen de teloneros. En manos de ellos lo que nos espera es preocupante y lo peor es que creen que se la están comiendo.

claudioefm@gmail.com

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