La Segunda Guerra Mundial tuvo, entre otras consecuencias, la ascendencia de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y de los Estados Unidos de América como potencias que regirían las relaciones internacionales, la política y la economía. Esos dos Estados estuvieron de aliados, pero como en muchos acuerdos circunstanciales, lo único que tenían en común era a Hitler como enemigo de turno. Al concluir la guerra se convertirían en contrarios, protagonizando la llamada Guerra Fría, el forcejeo por el control del mundo. Cada rival exponía sus razones y una de los Estados Unidos fue enfrentar la amenaza de la expansión del comunismo, en lo que el presidente Harry Truman se empleó a fondo. Su Secretario de Estado, George Marshall, propuso en 1947 un plan para la rehabilitación económica de Europa y en los tres años subsiguientes los Estados Unidos de América invirtió una cantidad superior a los 12.000.000.000 de dólares. El Plan Marshall logró reconstruir la economía de Europa Occidental y debilitar a los partidos comunistas de esa región, conteniendo así la expansión soviética.
La inversión económica y social tuvo una relación directa con la ascendencia política de los Estados Unidos sobre Europa. Eso quedó tatuado en la mente de Harry Truman y en 1949, al ganar su segundo mandato, se propuso extender el esquema de ayudas e intervención económica en países subdesarrollados del resto del mundo, en especial en Asia. Fue el famoso “Point IV” del plan que presentó ante el Congreso y que tuvo como programa insignia la asistencia técnica en agricultura, salud, educación, transporte e industria. Esa fue la herramienta de Truman en Política de Seguridad Nacional. La C.I.A. (Central Intelligence Agency), también creada por Truman, se encargó de manejar buena parte de esos programas de asistencia a través de la Fundación Rockefeller, la Fundación Ford, la Fundación Carnegie y otras inventadas por ese organismo. Detrás siguieron en cadena inversiones privadas estadounidenses a cada uno de los países asistidos, al igual que el apoyo de los organismos multilaterales como el Banco Mundial, creado en 1946. El “Foreign Aid” (Ayuda al extranjero) consistía en subsidios, prestamos, donaciones y entrenamiento técnico en las áreas antes señaladas. Francia, Alemania, Japón y Gran Bretaña, aplicaron programas similares a los de los Estados Unidos. Siguieron su pauta. La Unión Soviética y China, por su lado, también aplicaron por muchos años políticas sociales y económicas para proteger a países pobres de su esfera política. Beneficiaron en especial a Cuba, a Vietnam del Norte y a Corea del Norte. Para 1961 John F. Kennedy afianzó esa estrategia con su programa de la Alianza para el Progreso, otra presentación de la diplomacia de ayudas económicas y sociales como medio de intervención y control político. Su objetivo era contrarrestar el impacto de la revolución cubana con programas de alfabetización, de viviendas rurales, de apoyo a la reforma agraria y con el fomento del libre comercio entre países de América Latina. El asesinato del presidente Kennedy fue un duro golpe a esta filosofía y el programa duró apenas diez años.
Después, a partir de la década de los setenta, desde Washington privilegiaron acuerdos militares bilaterales en vez de programas sociales y económicos con los países pobres. El intervencionismo había cambiado de herramienta. El objetivo desde entonces no ha sido, como con Truman y Kennedy, combatir la pobreza para alcanzar ascendencia política sobre otros pueblos. Hoy día han llegado a lo contrario, ahogar a los países con sanciones económicas para que la pobreza extrema, potenciada por la asfixia del bloqueo, genere conflictos que depongan gobiernos que consideran enemigos o poco dóciles. El hambre es ahora la herramienta de sometimiento, no la calamidad a la que hay que combatir. Europa, como en los años de la Guerra Fría, sigue la política de los Estados Unidos como la sombra al cuerpo, por lo que no fue nada extraño que se sumara ciegamente al bloqueo económico que Donald Trump puso en marcha contra Venezuela y que se mantiene vigente con algunas variantes como las licencias a Chevron por los efectos de la guerra Rusia-Ucrania que llevan a Estados Unidos a buscar petróleo foráneo adicional.
No ha sido del interés de Trump, Pompeo, Abrams, Marco Rubio, ayudar a Venezuela. Sólo han buscado aumentar la pobreza con el bloqueo y exacerbar conflictos sociales con un fin político. ¡Qué involución tan marcada han sido Trump y Pompeo con relación a Truman, Marshall y Kennedy! ¡Cuán lejos están unos de otros! Hay entre nosotros seria expectativa para ver si el presidente Biden produce un cambio en esa equivocada y terrorista política exterior que atenta contra nuestra libertad de comercio impidiendo la libre exportación del petróleo y el gas venezolanos, cerrándonos el crédito internacional, secuestrando oro, cuentas bancarias y empresas venezolanas. Además, manteniendo relaciones oficiales con un “gobierno provisorio” que nunca existió y con una Asamblea Nacional cuyo mandato feneció el año 2020, pero siguen considerando como una “institución legítima”.
Ojalá los líderes del Partido Demócrata de los Estados Unidos de América recuerden los ejemplos de Truman y Kennedy en política exterior y dejen atrás la barbarie de Donald Trump. Las políticas del “Foreign Aid” fueron en América Latina fundamentalmente dirigidas a Colombia, Chile, Brasil y México. Venezuela sólo llegó a formar parte de algunos de esos programas tardíamente con la Alianza para el Progreso. Sin embargo, en estos tiempos de bloqueo económico, que tanto daño hace a nuestro país, recordamos los avances que esas políticas de asistencia o de ayuda a países pobres significaron en relación con las acciones de quienes creen que los demás países no existen y que sólo bordean su territorio natural, por lo que pueden hacer con ellos lo que les venga en gana: invadirlos, poseerlos, explotarlos, dirigirlos. Igualmente hacemos votos porque venezolanos que reclamaron sanciones y bloqueo contra su propio país reflexionen, se retracten y se incorporen a la defensa del interés nacional, lo que para nada les impide hacer oposición y trabajar por el cambio.
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