4 de diciembre de 2024 10:17 PM

Beatriz De Majo: China y la catástrofe climática

China es el mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo y su responsabilidad frente a las consecuencias de este hecho tiene que ser correspondiente al daño que le ocasiona al planeta. Sobre ello huelga todo comentario.

Esta es, además, una realidad protuberante constantemente puesta de relieve cuando es necesario endosarle al gran país la responsabilidad de los efectos perversos del desastre climático que atraviesa el mundo. Pero si se examina el per cápita aportado por China y Estados Unidos a este drama universal, lo primero que se nota es que las emanaciones por persona de la gran potencia asiática representan apenas la mitad de las de Estados Unidos. Dato de enorme relevancia. Su gigantesca población y su crecimiento económico vertiginoso son los responsables de que esta variable, en términos absolutos, se haya catapultado muy por encima de la de otros países.

Pero si bien es cierto que el contaminante carbón es la primera fuente de energía de China desde hace décadas y que su utilización no ha cesado de crecer, no es menos cierto que el coloso chino está ya a la cabeza de la transición energética mundial y se encuentra activa en el proceso de desplegar tecnologías verdes más económicas sobre su geografía, en primer lugar, y también en los países en los que ejerce influencia. El proceso está en marcha desde hace muchas lunas y para el año 2050 se da por descontado que 90% de la electricidad necesaria para sus procesos provendrá de lo nuclear y de las energías renovables.

Tampoco es un secreto –pero ello no se explicita en encuentros mundiales como los de COP26– que el país que ostenta el liderazgo mundial de la producción solar tiene su capital en Pekín. Mientras Estados Unidos tiene una capacidad de producción de 75.572 megavatios de esta fuente, China más que triplica estos números y quintuplica los de Alemania país que tiene una capacidad de 255.000 megavatios.

En fin, ese país está empeñado en alcanzar la independencia del carbón y ha puesto sus alfiles en conseguir que, en menos de una década a partir de ahora, la porción de su energía producida por fuentes no fósiles sea de 25% del total. No es poca cosa, tampoco, que China haya decidido detener el financiamiento de centrales carboníferas en el exterior como lo ha hecho ya dentro del contexto de la Nueva Ruta de la Seda.

Es importante tener en cuenta que no bien terminado el encuentro Cumbre de la semana pasada, el Consejo de Estado en Pekín se pronunció y señaló a través de la agencia oficial Xinhua que aunque existe conciencia plena sobre los escollos del trecho que aún les queda por recorrer, el propio mandatario Xi, en más de una ocasión, ha garantizado que las emisiones dañinas alcanzarán su punto máximo en 2030 y que la neutralidad de carbono se logrará en China para 2060.

David Tyfield, experto profesor del Centro para el Ambiente de Lancaster ha sido terminante: «Si China no se descarboniza, no será posible vencer el cambio climático”.  Queda claro, pues, que nada hay más determinante en este terreno para el colectivo mundial que la necesidad de que China sea uno de los países colectivamente comprometidos para que exista una luz al final del túnel de lo ambiental.

El destino del mundo y de sus variables climáticas es un hecho compartido y es imposible labrarse un provenir que sea beneficioso para todos sin que uno de los actores primarios de la economía mundial se comprometa en remar en la misma dirección.

Ese propósito sí parece existir y es vital para el resto detenerse a considerar el efecto positivo que tiene una incorporación activa de China a las corrientes que se vienen generando en el entorno planetario.

Los anteriores son detalles significativos para que no sea posible afirmarse que China está ausente del tema.

El Nacional

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