Una vez que esta semana se haya hecho pública la victoria de uno de los dos candidatos a la presidencia de Estados Unidos, el mundo entero tendrá más claro el rumbo que adquirirá la geopolítica mundial. Para China en particular, relacionarse en lo sucesivo con Donald Trump o con Kamala Harris son dos escenarios diferentes pero las diferencias comerciales entre las dos potencias, con uno o con otro presidente, seguirán siendo las mismas. ¿Qué hará China a ese respecto? Para esta semana Xi Jinping tiene programado complementar las medidas de estímulo que China instauró en septiembre pasado encaminadas a corregir la tendencia a la desaceleración que se ha estado manifestando en el país asiático.
El Council on Foreign Relations, prestigioso centro de pensamiento estadounidense, ha analizado in extenso la política china de los últimos meses para llegar a concluir que las medidas de corrección que se implantaron hace poco representan, en sí mismas, el reconocimiento de la gran potencia de Asia de que su economía enfrenta problemas severos. Pero, por igual, este “think tank” es de la opinión de que no habrá, por parte de China, un gesto de reconocimiento de que su modelo de desarrollo es el equivocado. Y ello, al final, tampoco permitirá el mejoramiento de su posición comercial frente al mundo.
Así pues, lo que se espera para la semana que entra, cuando tendrá lugar la reunión del Consejo Permanente del Congreso del Pueblo, son 11 nuevas medidas de estímulo -esta vez de “gran impacto”, como lo aseguran sus líderes- pero todas dentro del mismo criterio que es el del mantenimiento de las políticas estructurales que han llevado a la economía china al impasse en el cual se encuentra hoy. Este está caracterizado por una propensión excesiva al ahorro, un consumo deprimido y desconfianza de la población en cuanto a su devenir futuro. Ello, unido a la sobrecapacidad industrial que deprime los precios -por ejemplo de la vivienda- se manifiesta en la desaceleración de su crecimiento. Los chinos admiten ya la imposibilidad de alcanzar la meta de duplicar el tamaño de su economía prevista para el año 2035.
Seguirse apegando a un modelo equivocado no llevará a sus socios comerciales de Occidente a poner menos barreras al comercio. Otra actitud sería la asumida por sus socios si de parte de las autoridades de Pekín se dispusieran a atender el reto que es necesario emprender que es el de mirar el largo plazo dentro de la perspectiva de una economía más libre, menos regulada y menos estatizada. Nada de ello está en los planes de Xi.
Pero la economía no responde. Mientras a la colectividad no se le muestren pruebas de que las autoridades están emprendiendo transformaciones estructurales, el consumo seguirá deprimido y la población seguirá ahorrado para los días grises. Los incentivos diseñados hasta el presente, y los que seguramente intervendrán esta semana, no transformarán la actitud de los gobernados y a ello se sumará la inercia propia de una población que envejece aceleradamente. La juventud china seguirá convencida de que la prosperidad colectiva no es una meta alcanzable. Más bien, hoy deploran contar con un gobierno más interesado en su primacía militar, económica y tecnológica global, que en el bienestar creciente del ciudadano.
Establecer una relación constructiva con los Estados Unidos, cualquiera que sea el inquilino de la Casa Blanca, no depende del candidato que aspira a la presidencia sino la capacidad de Xi de transformar su economía y de que ella deje de representar una amenaza para terceros.
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