La tragedia humanitaria de la nación venezolana se está extendiendo ya por un periodo demasiado prolongado de tiempo. La destrucción institucional, material, familiar y espiritual ha avanzado a niveles jamás pensados por nosotros. Todos nos interrogamos sobre el tiempo que durará, sobre nuestra capacidad para resistirla.
La camarilla roja, usurpadora del poder del estado, no se inmuta para nada ante la voluminosa y variada cantidad de personas afectadas. Con seguridad ese impacto negativo sobrepasa 90% de la población. Solo les interesa el poder, aunque buena parte de la población huya a otros confines, o muera de hambre, del covid y de otras enfermedades. La dictadura funciona solo para conseguir los recursos y los mecanismos con los cuales perpetuarse y enriquecerse a merced de nuestro holocausto.
Ese drama debe terminar lo más rápido que sea posible. La interpretación y manejo de los tiempos ahora son absolutamente diferentes a los del comienzo de este siglo, cuando se instauró en el dominio del estado el socialismo bolivariano.
Entonces la nación tenía dificultades, carencias y desafíos. Pero no presentaba el cuadro agónico de estos días. Entonces, también, teníamos en nuestro ADN la confianza en la alternancia política como signo de una democracia madura. Pensamos que lograríamos cambiar de gobierno normalmente. Ahora, establecida la dictadura, y destruida la patria, nuestra urgencia es mayor, casi que inmediata.
Nuestras fuerzas como sociedad se han reducido sensiblemente para enfrentar al monstruo autoritario. Aún así debemos sacar fuerzas de nuestras entrañas de pueblo libertario, para lanzar una nueva embestida política contra la dictadura. Esa embestida la representa la cercana fecha para activar el referéndum revocatorio.
Se trata de una herramienta política que debería aglutinar a toda la Venezuela qué anhela un cambio político inmediato.
En mis artículos anteriores he reflexionado sobre la perspectiva jurídica del tema. Hoy quiero abordar más a fondo su perspectiva política. Porque más allá de los conceptos jurídicos, y de la importancia de las formas en el derecho, lo que tenemos por delante es un enorme desafío político. Se trata de comprender la inmensa tragedia de nuestro pueblo, su frustrado deseo de ver salir de Miraflores al personaje que encarna la destrucción.
Hay sectores del mundo político y económico para quienes ese cambio no es tan urgente. Que podemos esperar hasta el vencimiento de los periodos de los poderes públicos actualmente usurpados. Piensan que lo importante es esperar el momento en que sus grupos, partidos e imágenes personales estén en condiciones de competir por el poder. A partir de su particular interés o visión piensan que no hay urgencia en promover el Referéndum Revocatorio. Y fabrican sus teorías sobre la conveniencia de no acelerar la marcha. Afirman, el país no se va a acabar porque esperemos hasta 2024. Su interés lo justifican colocando de relieve la conducta fraudulenta del régimen, y recordando las burdas formas como se robaron el proceso activado en 2016.
Hay otros que de buena fe consideran inviable su logro por el clima de desaliento existente en la ciudadanía, afectada por la pandemia del covid-19 y por la profundidad de la crisis económica. Destacan además la fragmentación de la sociedad democrática, el desagrado de la población con la vida política, entre otras consideraciones. Estiman más eficiente tomar aire, superar diferencias, organizar las estructuras políticas y esperar hasta el 2024 para concurrir a la elección presidencial, y en ese momento, luchar por conquistar la victoria frente al régimen. Afirman que el país no va a desaparecer por tal circunstancia.
Ciertamente Venezuela estará aquí, en el mismo sitio, en esa fecha, y una parte de su población sobrevivirá a esta calamidad. Pero en ese lapso de tiempo pueden ser millones los fallecidos y millones los huidos del infierno socialista. Quedaremos reducidos en población, con una parte de ella desnutrida, enferma y analfabeta. De ahí la urgencia de lograr este cambio.
Es hora de volver a gritar: “Vuelvan caras” y lanzar de nuevo una lucha. El referéndum revocatorio nos ofrece una oportunidad para ir de nuevo a la acción política y movilizarnos para exigirlo. Somos conscientes de que no nos lo van a facilitar. Ciertamente, como algunos amigos comentan, Maduro no lo tolerará, cuando afirman “sería lo último en aceptar”. Ellos no aceptarán, ni el referéndum revocatorio, ni elecciones presidenciales y parlamentarias adelantadas. No somos tan ingenuos para pensar que Maduro abrirá de par en par las puertas de la participación popular en un referéndum. Esas puertas debemos abrirlas nosotros, los ciudadanos, con una lucha unitaria, intensa y decidida.
Si esperamos a que Maduro y su camarilla, de buena manera, acepten el proceso revocatorio continuaremos paralizados y desesperanzados.
Esta herramienta es una oportunidad de unificar a todos los venezolanos con auténtica voluntad de cambio. Se trata de un evento electoral donde el partido y el candidato es Venezuela. Donde todos debemos ofrecer nuestro concurso. Una vez derrumbado el muro de la usurpación podemos ir a elecciones libres y competitivas.