El saqueo de Venezuela durante los últimos 20 años, equivalente a cuatro planes para la reconstrucción de Europa después de la Segunda Guerra Mundial, truncó el desarrollo socioeconómico del país bolivariano.
Las fuerzas de la barbarie —¿o más bien pura y simple codicia?— se impusieron de nuevo a las del progreso y de la civilización occidental, sacrificando una generación. La alegría, la exuberancia, la abundancia, las ganas de parrandear, se las arrebataron a la mayoría de la población venezolana, que optó por el éxodo para buscar empleo y para no seguir mendigando el derecho a la vida. Aquella Venezuela de los brazos abiertos para la gente que escapaba de su país por la violencia, la miseria y las dictaduras fue entregada a las mafias, la corrupción, las bandas criminales y los grupos terroristas que ocupan la frontera colombo-venezolana.
En dos décadas, y sobre todo en la última, fue transformado y profundizado el Estado mafioso alineado con el eje de países antiestadounidenses (Rusia, China, Irán, Cuba, Nicaragua). Una de las principales características de la nueva sociedad es la desigualdad de ingresos. La diferencia entre el grupo más pobre y el más rico es de “70 veces”, según la última Encuesta Nacional sobre Condiciones de Vida 2022 (Encovi). Una cifra que coloca a Venezuela al mismo nivel de Namibia, Mozambique y Angola, en África. Es la nación más desigual del Hemisferio Occidental.
Este año, a la desigualdad se unió la pobreza por ingresos —salarios de 6 dólares mensuales—, un aspecto que había mejorado levemente durante 2021 y el primer trimestre de 2022, según la misma encuesta. La dramática realidad causó desde enero un incremento en la conflictividad social. A tal punto que llegó a constituir una amenaza para la estabilidad política del régimen, como ocurrió en Chile y en Ecuador en 2020, y en Colombia en 2021.
Sin duda la corrupción es un elemento potenciador de la desigualdad. En el caso venezolano tiene dimensiones astronómicas. Las coimas que se han manejado son de miles de millones de dólares en una operación.
Dos décadas han permitido el surgimiento de una clase social conocida como los “boligarcas” —un término utilizado a menudo para la nueva oligarquía que surgió bajo la revolución bolivariana de Hugo Chávez, inspirada en el socialismo—.
Es precisamente esta corrupción arraigada la que ha abierto camino para el colapso del régimen madurista.
Con el desfalco de Petróleos de Venezuela, que hicieron público hace apenas un mes, pretenden justificar el fracaso de la administración de Maduro. Pero la verdad es que han tenido éxito en lo que se propusieron: atornillarse en Miraflores y gobernar para unos pocos, no en función de los intereses del pueblo.
La actual cruzada anticorrupción puede terminar señalando al círculo cercano de Maduro porque los capturados hasta ahora no son las cabezas de las bandas. Y en los interrogatorios podrían estar dando los nombres de quienes daban las órdenes para que el negocio se mantuviera con jugosas comisiones. Baste mencionar como ejemplo el caso juzgado en Estados Unidos de Alejandro Andrade, Raúl Gorrín y Claudia Díaz Guillén.
La diferencia es que en Venezuela la lucha contra la corrupción no es tal porque no existe el Estado de Derecho y se violan las leyes de la República, aunque en su narrativa aduzcan un sincero interés por el pueblo. Es una adaptación, un remake, del “Chávez gran redentor de los pobres”.
He allí el objetivo del lanzamiento del programa con Maduro+ este lunes, con el fin de mostrar el “gobierno de calle”. Busca en 18 meses cambiar la “tendencia irreversible” de su derrota electoral. Si hoy fueran las elecciones, según las últimas encuestas, 80% de la población rechaza su gestión. Se presentó con una imagen de ejecutivo moderno con saco y camisa. De gerente que lidera la administración pública y resuelve los problemas de la gente
Es bueno recordar que, en 2003, Chávez enfrentó un momento similar: el referéndum consultivo. No lo aceptó. Lo convirtió en un referéndum revocatorio. Usó el Consejo Nacional Electoral para retrasarlo —validación de las firmas— hasta el 15 de agosto de 2004, cuando había establecido un piso político con los sectores populares a través de las misiones sociales creadas un año antes. El resto es conocido.
Chávez utilizó la polarización, el populismo y la posverdad para sostenerse en el poder.
Maduro conoce la receta. Necesita con urgencia dólares lícitos para sus planes populistas. La corrupción ha saqueado y dejado sin validez aquello de que “Venezuela se arregló”. Por ello, Gustavo Petro sale en su auxilio y propone un quid pro quo: “Más democracia x cero sanciones”. Un caramelo envenenado. Porque hasta ahora Maduro no ha mostrado buena voluntad en las negociaciones. Le tocaría primero dar una prueba de más democracia que incluye: la libertad de los presos políticos, la restitución de los partidos a sus dirigentes, la devolución de los derechos políticos a los inhabilitados, la apertura del registro electoral a lo largo y ancho del país a nivel de parroquia o consejo comunal, entre otros.
En este momento, el régimen madurista requiere el acceso al sistema SWIFT (Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunications) para poder recibir las divisas estadounidenses producto de las exportaciones petroleras porque las criptomonedas y el cash que le han permitido eludir las sanciones facilitaron el saqueo de los últimos dos años.
En cuanto a la polarización y la posverdad, cuando se refirió a un posible triunfo de la oposición en las elecciones presidenciales de 2024, Maduro afirmó que entregarían “la patria completica a sus dueños, a sus amos, al imperialismo norteamericano, para convertir a la sociedad venezolana en un pueblo esclavo, en un pueblo vasallo”.
El sucesor de Chávez está atrapado y con muy pocas salidas. Atraviesa otro momento difícil para sostener el poder. Porque, como dijo José Luis Rodríguez Zapatero en una reunión privada, “ya es parte del problema y no de la solución”.
Por eso el líder del PSUV apuesta a los presidentes de Colombia y Estados Unidos para que lo ayuden a obtener los recursos con cero sanciones. Solo así podría pensar en ganar las presidenciales, manteniendo la cancha electoral inclinada a su favor. Mientras tanto, busca reinventarse para evitar una casi segura derrota electoral.
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