Carlos Silva: El huevo de la serpiente

Con el perturbador video en el que la semana pasada calificó de “falso positivo” el atentado del 18 de julio de 1994 contra la Asociación Mutual Israelita Argentina, el chavismo recordó sin necesidad que forma parte de una peligrosísima larva antisemita. Pero con la afrenta a los 85 muertos y más de 300 heridos de esa masacre también mostró el temor por el avance del FBI en la pesquisa de los hilos ocultos en la trama del avión venezolano-iraní, retenido el 8 de junio en Buenos Aires bajo sospechas fundadas de vínculos con el terrorismo.

Carlos Silva / El Nacional

La soberanía de la justicia argentina y la independencia de sus decisiones han presentado un flanco sumamente ingrato para el régimen de Nicolás Maduro, pues la complicidad orgánica entre el crimen y la justicia de Venezuela ha echado raíces en más de dos décadas de secuestro de las instituciones. Eso explica por qué el chavismo, que ha convertido el sentido de la justicia en mera depravación, pretendiera que el presidente de Argentina, Alberto Fernández, le devolviera el avión pasando por encima de la justicia de su país y a pesar de la lluvia de insultos que descargaron contra él.

Lo más sorprendente, sin embargo, es que Fernández no reaccionó contra el gobierno de Maduro por el agravio a la comunidad judía de su país, como lo hizo en enero contra el de Daniel Ortega. Argentina condenó el martes 11 de enero la presencia en la toma de posesión de Ortega, en Nicaragua, del viceministro iraní Mohsen Rezai, uno de los acusados por el atentado contra la AMIA en Buenos Aires. Con todo, el embajador argentino Daniel Capitanich no se retiró de la ceremonia en Managua donde se presentó el terrorista Rezai, prófugo de la justicia argentina y aliado de Ortega y Maduro.

Otra gran paradoja es que el agravio -que también lo es por supuesto para el resto de la sociedad argentina y sus poderes independientes- ocurre poco después de que Fernández le echó una mano al régimen de Maduro, investigado por crímenes de lesa humanidad, con el anuncio el lunes 18 de abril de restablecer relaciones plenas con Venezuela porque los problemas de este país “se han ido disipando con el tiempo”.

Sin embargo, esta política afecta otro asunto particularmente sensible en Argentina: miles de detenidos-desaparecidos durante la dictadura militar que sembró el terror en esa nación entre mediados de la década de los setenta y principios de los ochenta, y el proceso contra los responsables en los juicios de lesa humanidad.

Con esa “normalización” de relaciones vino la designación de Stella Lugo -amiga de Cilia Flores y vinculada al régimen iraní- como embajadora en Argentina, y de Oscar Laborde como embajador en Venezuela. A este lo dejó solo la Casa Rosada, y solo reconvino la semana pasada al chavista que llamó “jalabolas” de Estados Unidos al presidente Alberto Fernández. Pero -como era previsible- ni una palabra contra el régimen de Maduro ni mucho menos una protesta de la Cancillería por el agravio a las víctimas del atentado a la AMIA, sus familiares, la sociedad argentina y sus instituciones.

Y pensar que el antisemitismo patológico del chavismo sembró la semilla de lo que vendría con esta crisis que Buenos Aires se niega a reconocer como diplomática. En el filme del director Ingmar Bergman en 1977, que rememora los ataques nazis contra los judíos, el personaje Hans Vergérus afirma que cualquiera es capaz de ver el futuro, como en un huevo de serpiente: “A través de la fina membrana se puede distinguir un reptil ya formado”.

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