La Cumbre de Los Ángeles 2022 expresa el nuevo orden mundial producto de la guerra de Ucrania y el fin de unipolaridad. Tal como afirma Putin esta semana en el Foro Económico de San Petesburgo, EEUU no prestó atención a la metamorfosis china y el resurgimiento de Rusia, y reaccionó al contrario de como lo hizo tres décadas atrás ante un reto parecido. La Cumbre parte de un diseño rústico al excluir a Venezuela, Cuba y Nicaragua; por eso seis presidentes no se presentan (México, Uruguay, Guatemala, Honduras, Bolivia, El Salvador), y Argentina cuestiona in situ enérgicamente la reunión. Esto pone de relieve un costo político para EEUU, prueba su pérdida de influencia en la región y lesiona las normales relaciones con ella. Todo inicia con la ofensiva de Trump contra China y el posterior viraje anti ruso de Biden. Embisten a esas dos grandes potencias y cancelan 60 años de diplomacia exitosa.
@CarlosRaulHer / El Universal
Expliquémonos por contraste. Durante la Presidencia de Jimmy Carter (77/81) hicieron eclosión todas las taras tercermundistas del modelo de desarrollo instituido por F.D. Roosevelt. El New Deal estableció un estado paternal, la administración pública proporcionaba empleo y beneficencia, malos servicios gubernamentales, intervencionismo, protección a la “industria nacional”, que hubieran colapsado antes a no ser por la tabla salvadora de la guerra mundial y el tratado de Bretton Woods (1946) que hace al dólar moneda universal. Esto da oxígeno a la economía, que en los 70 regresa a las crisis con devaluaciones del dólar. En la presidencia de Carter, EEUU es una gigantesca nación subdesarrollada, de altos niveles inflación, recesión y desempleo: la stagflación. Al estallar la Crisis energética y los precios de los combustibles, Ford, Chrysler, GM, producían enormes e ineficientes carcamales de acero, mientras Toyota fabricaba autos pequeños de plástico, aluminio y alto rendimiento, que ponen las empresas americanas en quiebra.
Para aquel entonces prolifera una literatura apocalíptica sobre EEUU. Paul Kennedy publica su magistral obra Auge y caída de las grandes potencias, 600 páginas para demostrar que EEUU era una potencia del pasado que había perdido los liderazgos de la creación con Japón y de la guerra con la URSS. En 1981 triunfa Reagan con una audaz, dramática y genial reforma económica: abre a la competencia global el mercado automotriz, informático, altas tecnologías y demás actividades. Se desata la histeria y Hollywood produce cantidades de films para denunciar la “venta de EEUU” a “los amarillos”. Reagan enfrentó la URSS al reto de “la guerra de las galaxias”, el escudo espacial, y la derrumbó. Luego Clinton en 1989 impulsa con Al Gore la revolución informática y profundizó el modelo competitivo, se reconvirtieron las empresas creando el milagro de 20 millones de empleos, y EEUU recuperó el liderazgo mundial. No declararon la guerra a Japón y la URSS, sino compitieron y ganaron en eficiencia económica y tecnológica.
En nuestros días el mundo carece de la fortuna de contar con Reagan, Clinton, Deng Xiaoping, Gorbachov, Thatcher, González, Aznar. Por el contrario, Trump reaccionó con anacrónico proteccionismo al salto chino consecuencia del socialismo de mercado en los setentas, y Biden intenta destruir la economía rusa destruyendo la occidental. En vez de actuar como Reagan y Clinton, bloque de progresos humanos como el 5G y el intercambio comercial. Biden se arroja contra Rusia a través de Ucrania, que la inconciencia de Zelensky luce dispuesto a sacrificar. Finalizada la unipolaridad norteamericana, hoy el mundo, diría @Mibelis, zanja dos bloques “líquidos”, interdependientes: EEUU (seguido por Europa) frente a China-Rusia. Pero importantes potencias regionales adquieren importancia estratégica por diversas razones: India, Brasil, Sudáfrica, Japón, Irán, México, Turquía, sin olvidar el dolor de cabeza de Norcorea. Las incidencias de la Cumbre de Los Ángeles demuestran el peso que da a China ser en 2021 el segundo socio comercial de Latinoamérica con más de 500 mil millones de dólares de intercambio, casi el doble que el año anterior, mientras aumenta en 33% (2021) sus inversiones en Europa.
Desde el triunfo de Putin en el 2000, la emergencia china y la deriva del populismo revolucionario en Latinoamérica, se habla en los círculos académicos del languidecimiento de la democracia, palpable en los liderazgos globales. El fin de la unipolaridad es también un mal momento para la democracia, siempre un sistema político minoritario en el contexto global, con auges como lo que Huntington llamó la “tercera ola de democratización”. Surge una versión autoritaria que conjuga la fuerza, sus habilidades y falta de escrúpulos, con eficiencia económica. No importa que intelectualoides y opinadores se equivoquen, y escriban panfletos llenos de fuego fatuo y vacíos de racionalidad. Grave es que los que dirigen la política mundial desde la “era Trump”, salvo Merkel y los suyos, demuestran no saber ni el alfabeto. Por eso Kissinger los comparó con “vendedores de electrodomésticos”. Carecen de lo que Isaiah Berlín consideraba esencial en un dirigente político: “el sentido de la realidad”. El diagnóstico de Putin obliga a las democracias a responder con inteligencia.