La trilogía se compone de Fear, Rage y Peril. La traducción sería algo así como “miedo”, “ira” y “peligro”. Es sobre Donald Trump. El último de la serie es Peril. Se trata de una obra formidable de Bob Wooward -el incisivo escritor que le costó el cargo al presidente Richard Nixon tras desenredar, junto con Carl Bernstein, la madeja de Watergate, y Robert Costa, un joven y notable periodista del Washington Post.
El libro es claramente “periodismo investigativo”, una especialidad de la cultura anglo-norteamericana. Les cuesta mucho dinero a los editores mantener a los periodistas mientras escriben todo un libro. Por eso es un asunto de la económicamente poderosa cultura anglo-norteamericana. Lleva mucho tiempo entrevistar a 200 personas y grabarlas con su consentimiento.
Luego hay que transcribir las entrevistas, lo que generalmente hacen los propios autores para no separarse del material por razones de seguridad, editarlas sin traicionar la esencia de lo que han dicho, y construir con ellas una historia coherente. En el caso de Peril, Wooward y Costa les dieron vida a 72 capítulos, que se leen muy rápidamente, y que convencen a cualquier lector objetivo de que Donald Trump era un peligro para la democracia estadounidense.
¿Por qué era (y es) un peligro? Porque una vez que averiguó que perdió las elecciones, intentó revertir el clarísimo resultado electoral, alegando que fue víctima de un fraude a gran escala, destruyendo insensiblemente la imagen de Estados Unidos.
¿Por qué seguiría nadie el ejemplo norteamericano, si el ocupante de la Casa Blanca es producto de una estafa y no tendría que ocupar ese cargo? Si fuera verdad que la presidencia de Joe Biden es producto del fraude masivo, los participantes en la insurrección del 6 de enero de 2021 serían héroes y no vulgares asaltantes del capitolio.
No se trata de la calidad de las intenciones que anidaban en Biden o en Trump, sino en el procedimiento para ser seleccionado. La democracia está basada en la regla de la mayoría. Esa mayoría puede referirse al extraño Colegio Electoral (en las elecciones de 2016 Trump obtuvo 304 votos frente a los 227 en la votación, lo que lo hizo presidente, pese a que Hillary Clinton lo aventajó por casi 3 millones de votos).
Si el señor Biden, en las elecciones de 2020, se proponía elevar los impuestos y desatar un proceso inflacionario a través del aumento del gasto público, o si resultaba evidente que lo que Ucrania buscaba era crear una relación non sancta con la Casa Blanca por medio de pagarle miles de dólares mensuales a Hunter Biden, el abogado y lobista, hijo del presidente electo, es otro cantar, mucho menos importante y grave que deslegitimar el proceso electoral mediante una acusación ridícula que, sorprendentemente, ha creído más de la mitad de los afiliados al Partido Republicano.
¿Lo cree el propio Donald Trump? ¿Lo creen los diputados y senadores republicanos, pese a que ellos resultan electos en los mismos comicios calificados de “fraudulentos”? Mi impresión es que cualquier persona medianamente informada, especialmente los líderes republicanos, no creen en esas imputaciones irresponsables. Los que cuentan las papeletas no creen que haya un ápice de verdad en esas afirmaciones temerarias. Las autoridades federales o estatales que regulan y vigilan los procesos electorales, tampoco. Los jueces, entre los que hay muchos republicanos, rechazaron en los tribunales, por infundadas, algo más de sesenta alegaciones.
Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura, supone que los latinoamericanos escogen mal a sus gobernantes. En efecto, eligen rematadamente mal. Por Hugo Chávez votaron mayoritariamente los venezolanos. Los mexicanos le entregaron su corazón a Andrés Manuel López Obrador. Juan Domingo Perón nunca sacó menos de 56% de los votos. Recuerdo las encuestas, al comienzo de la revolución (yo entre ellos, a mis 15 años de entonces) cuando 91% de los cubanos respaldaba a Fidel Castro. Nada similar al 9% que hoy está junto a la Revolución.
Pero en todas partes cuecen habas: Adolf Hitler y Benito Mussolini fueron escogidos por los cultos europeos. Todo está en que se combinen las circunstancias propicias. La doctora en Psicología Mary L. Trump afirma que su tío Donad Trump es un sociópata. Lo único que realmente le interesa es ser amado y admirado por todos, escribió en Siempre demasiado y nunca suficiente: Cómo mi familia creó a uno de los hombres más peligrosos del mundo. Así lo califican Woodward y Costa: un ser extraordinariamente peligroso.