Ricardo Gil Otaiza: Caracas pierde sus árboles

Cada ciudad posee una fisonomía que la hace inconfundible, porque la caracteriza y la marca como huella indeleble. En el caso preciso de Caracas, es su abundante vegetación, de manera particular sus especies arbóreas, las que le han otorgado ese “hálito” tan grato que se respira y se observa en su calles, parques, avenidas y urbanizaciones. Nuestra capital siempre ha sido, y esto nadie lo pone en duda, una ciudad verde, porque así lo han querido sus habitantes y sus autoridades desde hace largo tiempo. En este sentido, su Ávila, su luz, su clima, sus árboles y su gente (entre otros muchos aspectos, sin obviar los culturales), han sido hasta hoy sus mejores cartas de presentación, y no es poco. Ya de entrada, el solo hecho de tener un Jardín Botánico en pleno corazón, dice mucho de ella y de quienes la planificaron con un sólido criterio de paisaje urbano, de belleza y disfrute ciudadano. Todo lo demás que se diga de ella es valor agregado.

El Universal / rigilo99@gmail.com

Empero, Caracas es compleja, en ella convergen una serie de variables que la hacen particularmente distinta a otras ciudades de Venezuela y de América Latina. Y dentro de esta complejidad se hace presente una suerte de “autarquía”, que trae como consecuencia que las distintas variables que se entrecruzan en su día a día, no estén sujetas a la lógica ni a la razón. Es tal la diversidad ambiental, cultural, geográfica, urbanística y humana (en lo social) que se halla en ella, que es casi imposible mantener una gobernanza que la ponga al servicio de la ciudadanía como un todo. Cada municipio se arroga su propia supremacía, sin que prive la visión de conjunto, la del bien común, lo que se traduce en desorden y en caos. Y si a esto aunamos el “extraño” fenómeno de que en medio de tanta ambivalencia nadie asume su responsabilidad, pues aflora lo atrabiliario.

De hecho, lo que hoy acontece en Caracas, cuando cada vez son más las especies arbóreas taladas sin orden ni concierto, responde a una dinámica oscura, inaudita, ajena a los intereses del colectivo, porque se hace sin criterios técnicos, y mucho menos científicos, que deduzcan la necesidad de tal acción. Si bien a menudo se esgrimen razones de seguridad de las viviendas, de los edificios y de los transeúntes, distintas organizaciones no gubernamentales (ONGS), que se especializan en la temática, han determinado, luego del respectivo seguimiento, que no eran verdad. Duelen las decenas de árboles longevos (pero sanos) que han sido cortados, o a los que se les ha aplicado una poda severa y extrema y que han quedado destruidos. Y duele, porque cada especie talada es una larga vida cegada (incluso, algunas eran centenarias), que no solo formaban parte del paisaje (estética urbana), sino que además entregaban oxígeno, frescor, frutos y sombra.

La situación es realmente preocupante, porque los arboretos no son infinitos. Al ritmo que va la tala, realmente voraz, amenaza con dejar a Caracas sin el esplendor de su flora, en donde anidan especies de aves, insectos y roedores (ardillas). Es más, en muchos de esos árboles se desarrollan otras especies llamadas inferiores, como son los líquenes, por ejemplo, que traen consigo la posibilidad de que se propaguen en su sustrato especies superiores. También muchas epífitas, como la barba de palo, las bromelias y las orquídeas, que son condenadas a la desaparición y, con ellas, a toda una larga cadena biológica de propagación en su más profunda concepción medioambiental.

Algunos organismos han ejecutado en importantes avenidas y autopistas de la capital, la sustitución de grandes y frondosos árboles por palmas, lo que a todas luces es inaudito, ya que se talan especies arbóreas potencialmente más importantes en la pirámide taxonómica y evolutiva, y de gran colorido y frescor, por otras que jamás lograrán llenar ese vacío estético y que trastocarán el equilibrio ecológico, que requiere de muchas condicionantes para que no se altere con el paso del tiempo. Quitar especies arbóreas adaptadas durante décadas al medio ambiente capitalino, para sustituirlas por otras traídas de contextos completamente distintos (zonas áridas, xerofíticas y demás), no tiene una lógica científica, amén de constituir un quiebre ecológico y un profundo daño al paisaje de Caracas y a la vida ciudadana.

En lo personal, por ser profesor de un área que incluye a las ciencias naturales, y por ser amante y defensor del medioambiente, no puedo obviar esta grave problemática, que afecta, no solo a los caraqueños y a quienes llegaron a la capital desde otros contextos, sino a la humanidad en general. Es por ello que apoyo a las ONGS que tienen que ver con el ambiente, así como a las comunidades organizadas (intelectuales, artistas, y la gente de a pie que somos la mayoría), en la defensa de su flora, de su fauna y de su ciudad. Si bien es cierto que Venezuela es un país megadiverso (y Caracas, muy particularmente), en todos los aspectos por donde se le mire, no es menos cierto que decisiones tan arbitrarias como estas talas y podas severas, muchas de las cuales provienen de “entes” desconocidos” (o que se hacen los locos para obviar sus responsabilidades), la afectan y la ponen en grave peligro. Los árboles no pueden defenderse de las manos criminales que los cercenan, pero sus hipotéticos “gritos” de horror frente a la desmesura, deberían ser nuestros también.

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