22 de noviembre de 2024 3:06 AM

Aglaia Berlutti: Boy Kills World de Moritz Mohr, la violencia como la condición más humana de todas

Con un apartado visual peculiar y un héroe mudo, el director Moritz Mohr replantea la violencia y la explora en un escenario urbano con aires primitivos. Todo lo anterior, con Bill Skarsgård a la cabeza, en un papel poco común que le permite explorar el miedo y la crueldad, desde un ángulo por completo nuevo. 

Bill Skarsgård se ha hecho famoso por interpretar personajes inquietantes. De darle rostro a la versión más reciente de Pennywise en “It” (2017) de Andrés Muschietti al inquilino desconocido y levemente aterrador en “Barbarian” (2022) de Zach Cregger, pasando por el villano cruel en “John Wick 4” de Chad Stahelski. Lo cierto es que el actor, parece disfrutar de profundizar en figuras complicadas y con un trasfondo oscuro, a los que suele retratar desde cierto humor sardónico.

Pero en Boy Kills World de Moritz Mohr, el actor encuentra otro registro. Convertido en “Boy”, un ejército de un solo hombre, es más un emblema de lo brutal, que un personaje violento. Que también lo es y con el añadido que no puede hablar. Sin embargo, en este caso, la discapacidad no es una limitación, sino un elemento sombrío que rodea al asesino de un aire tenebroso e imparable.

De hecho, buena parte de la trama, está más interesada en analizar la idea de una criatura humana cercana a lo salvaje, sin los atributos de la palabra o cuya angustia existencial, se encuentra encerrado en un muro de silencio. El resultado es parecido a Monkey Man (2024) de Dev Patel. Pero en el caso de la cinta de Patel, el horror de la brutalidad, la necesidad de justicia y al final, la venganza irrefrenable, se combina con política y mitología.

En Boy Kills World, el sentido del horror y del poder para matar — o evitar ser asesinato — se convierte en una especie de puerta abierta, para explorar en un héroe de varios matices distintos. Mucho más, uno que se enlaza con la idea de una cierta ingenuidad debajo de toda la apariencia siniestra. De hecho, el Boy de Skarsgård es una versión del conocido vengador anónimo, que no desarrolla planes ni tampoco traza metas. Solo se defiende y evita morir, en medio de una lluvia de balas y una puesta en escena sucia, que hace de la película, una experiencia incómoda, en ocasiones. En especial, porque de origen, Boy está destinado a ser un ser que no se atiene a las normas y que prospera en la brutalidad. Una extraña degradación del bien en su versión primitiva.

Puños, balas y buena voluntad 

La cinta, explora en el contexto de su personaje hasta hacer inevitable que deba hacer justicia por su mano. Sin pasado, nombre o padres, en medio de las consecuencias de un régimen totalitario, Boy quedará en manos de Chamán (Yayan Ruhian), que le entrenará luego de una devastadora tragedia. La idea del mentor, se desarrolla “Boy Kills World” de una forma menos detallada y compleja de lo que debería. De hecho, todo lo relacionado con su confuso pasado, tiene mucho de justificación superficial, a su sed de matar, equiparable al de una bestia, antes que la de un hombre herido. Pero, aun así, la película crea un entramado de sucesos que convierten a Boy en una criatura poderosa.

Mucho más, en un asesino diestro que no sabe que lo es, en un mundo que no tiene la más mínima herramienta — o capacidad — para detenerle. Con una sangrienta, oscura y barroca puesta en escena, Mohr convierte el tránsito de su personaje protagónico en una escala siempre creciente de energía y habilidad. Hay mucho de John Wick en esta imparable versión sobre un personaje turbio que, solo y únicamente, vive para la venganza. No obstante, Boy parece estar más cercanos, a los antihéroes retorcidos, que golpean a mano limpia y tienen una amplia capacidad para hacer daño, mientras soportan dolor.

Puede parecer un detalle menor, hasta que la película explora, precisamente, en ese equilibrio. Boy busca venganza a un hecho atroz y esa persecución del objetivo, le convierte en un monstruo tenaz. A su alrededor, el oscuro escenario parece envolverle, crear una puesta en escena cercana al cómic y a la viñeta, para asombrar e inquietar. Pero es cuando Boy pierde el control — el monstruo que emerge entre su quietud siniestra — cuando la película alcanza sus mejores momentos. Los más extraños, angustiosos y al final, bien logrados.

Sangre salpicada y firma de autor 

Moritz Mohr no tiene todavía una visión distinguible de otras tantas epopeyas de sangre, cabezas y vísceras derramadas en el cine de acción. Con todo, Boy Kills World tiene algo de desvergonzado, de obra sucia y urbana, destinada a desconcertar antes que solo a entretener.

Con muchas piezas de otras obras mayores y mejor lograda — atención al evidente paralelismo con Nobody (2012) de Ilya Naishuller — la cinta carece de la fluidez para unir todo su ambicioso mapa. De modo que se queda con lo obvio. Un conteo de cadáveres que se hace surreal, mientras Boy, se vuelve irrefrenable y realmente temible. Una evolución que, en pantalla, se hace una llamativa y exagerada colección de escenas brutales.

No obstante, más allá de su capacidad para hacerse cada vez más retorcida, la cinta no aporta demasiado, una vez que muestra — y en rápida sucesión — sus pocos secretos. Con este antihéroe delirante que se comunica con la música y cuyo monólogo interior parece un homenaje al cine de acción, Boy Kills World sorprende lo justo para no pasar desapercibida. Lo que podría no ser suficiente, para narrar una historia que ha llegado al cine docenas de veces antes.

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