Decíamos en la anterior entrega que la nueva presidencia de Xi Jinping lo encontrará más centrado en los asuntos internos, dada la gravedad de los conflictos o las imperiosas necesidades que se están gestando en el país. Ello no significa que la vertiente internacional pueda ser deleznada en razón de la determinante gravitación de China tiene en la dinámica global.
Xi no abandonará su propósito de situar a la gran nación como líder planetario ahora que desempeña un rol mucho más importante que en ningún otro momento en la historia de la República Popular. La forma de mantener el liderazgo puede, sin embargo, cambiar. Podemos pensar que más que continuar con el curso de colisión que Xi ha propugnado con Estados Unidos en la batalla sin cuartel por la primacía económica mundial, en el futuro China deberá más bien centrarse en debilitar a su contrincante y ponerle trabas a su creciente dominación. La certera manera de hacerlo, dentro del pensamiento del líder, debe ser a través de la reunificación con China y el control sobre Taiwán.
Para ello no es necesario invadir el territorio ni declarar hostilidades de manera convencional. Es el tema de la producción masiva de chips en territorio taiwanés lo que puede estar en la agenda para limitar la primacía económica de Estados Unidos. Un control de Pekín sobre la producción de semiconductores que allí tiene lugar ―una cuarta parte de la producción mundial― puede entrenar un caos en la cadena de abastecimiento del planeta con efectos económicos considerables. La producción mundial de teléfonos, computadoras, drones, redes celulares, incluso armas, automóviles y hasta la industria espacial se vería comprometida. Así, el nuevo campo de batalla de Xi puede bien ser el de la industria tecnológica.
Pero Taiwán no es el único escenario en que China deberá actuar. La hoja de ruta de Xi tiene entre sus primeras tareas desmarcarse de Rusia con acciones y no con discursos. Por ejemplo, la incertidumbre que Europa padece de cara al invierno y la costosa debilidad energética que experimenta cada gobierno ha conseguido que la hostilidad manifiesta hacia Rusia se traslade a China, quien es percibida hoy como un aliado en el objetivo de arrodillar a Occidente. Un dato elocuente: el comercio bilateral entre la Unión Europea y China asciende a más de 1.500 millones de euros al día. La solidaridad de China con el Kremlin pone en peligro una relación que hasta el presente ha sido sólida. Ello a pesar de que desde 2019 Bruselas viene considerando al gigante asiático no solo como un “competidor económico”, sino como un “rival sistémico”.Es así como una segunda prioridad de Xi deberá ser idear una nueva manera de ejercer control sobre esa Rusia con la que siempre compartirá la rivalidad estratégica con Estados Unidos. No es difícil, por tanto, que la cabeza de Xi imagine un escenario en el que Rusia termine subsumida al poderío económico de la gigantesca potencia asiática.
Otros cuantos hechos de relevancia tendrá que enfrentar Xi en su agenda internacional. Su protagonismo seguirá presente al igual que su asertividad en la defensa de los intereses nacionales. Pero las dos tareas citadas serán el plato fuerte y tendrán un sitial prioritario mientras el dirigente se dedica con mano muy fuerte a oxigenar su economía y a evitar el disenso de sus ciudadanos.
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