De acuerdo con la definición de cualquier diccionario de habla hispana y de cualquier texto de politología, lo que Colombia vive desde hace más de un mes es un Estado de Conmoción Interior. Su presidente, Iván Duque, se orienta, después de más de 50 muertos, 940 casos de violencia policial, más de 650 detenciones arbitrarias, y destrozos de incalculable valor en diferentes lugares de la geografía, a resolver la crisis que tiene frente a sí por la vía del diálogo. Desde sus inicios ha asegurado que no descarta de oficio utilizar la excepcionalidad prevista en la Ley 137 de 1994 para estos casos. De acuerdo con la norma, Iván Duque dispondría de facultades especiales porque los mecanismos ordinarios para garantizar la paz social no han funcionado.
La oposición y sus propios correligionarios lo han estado instando a tomar el toro por las astas y asumir esta antipática opción que es la de decretar el Estado de Conmoción interior, para, a partir de allí, imponer más severas condiciones para el retorno a la normalidad. Por donde se examine el tema, las condiciones formales para dar el paso ya existirían. Iván Duque gozaría de facultades especiales para conjurar las causas de la perturbación e impedir la extensión de sus efectos. También está exhaustivamente normado todo lo relativo a las atribuciones especiales de que gozaría y el alcance de las mismas, así que no podría un paso en este sentido calificarse de una dictadura disfrazada.
Es quizá por la complejidad de lo que tiene entre las manos que quien lleva el timón del buque colombiano ha escogido entre todos los males el menor: el diálogo y la negociación, pero esta decisión también comporta un precio.
Lo que no está establecido en ninguna norma son las condiciones de liderazgo que es preciso encontrar en un mandatario para tirarse una parada de este tenor y para ello el actual presidente en ejercicio no vive su mejor momento. La prensa de su país ha sido verdaderamente inclemente. Razones hay de sobra, pues de su actuación en los días que siguen está dependiendo la continuidad política no solo del partido que él representa sino la de las fuerzas políticas que soportan los valores democráticos en su país.
El nocivo efecto comunicacional que tiene sobre el proceso electoral en puertas el letargo en el que se ha sumido el gobierno es importante y la imagen del presidente en ejercicio está sufriendo un deterioro sostenido que no le va a facilitar el gobierno en los meses que le restan en el Palacio de Nariño. Las escenas de violencia están siendo muy eficientemente bien explotadas en la prensa y en las redes sociales y recorren el mundo de manera inmisericorde.
Los desórdenes sin solución hasta el presente han servido para recolocar ante la opinión pública el interrogante de lo válido que Duque ha sido al frente de la magistratura de su país. Aquellas viejas teorías sobre su capacidad que se discutían en el inicio de su gestión están de nuevo en el tapete. Según ellas, el pupilo de Álvaro Uribe sería el mejor representante de un intento fallido de producción artificial de liderazgo: ni es un jefe natural de los que en el pasado contaban con ascendencia, prestigio y capacidad de convocatoria; ni es un político con trayectoria, formado en la competencia electoral; ni tampoco es una ficha destacada de las izquierdas alternativas que al final han logrado posicionamiento gracias a la finalización del viejo bipartidismo colombiano. Ni carácter, ni ideas, ni influencia son las condiciones que, según muchos, reúne el actual presidente. En dos palabras se estaría conjugando en su caso aquello que los anglosajones llaman un “nonentity”.
Por su lado, sus más fieles apoyos no tienen tampoco argumentos para soportar sus actuaciones de cara a esta crisis ni pueden tampoco impedir el nocivo efecto que este episodio tendrá en el curso electoral del país. Si las izquierdas salen favorecidas de esta coyuntura, la historia le endilgará al actual mandatario una responsabilidad mayúscula en la desviación de uno de los países puntales del continente.
Así, pues, realmente Iván Duque se encuentra en un terrible atolladero. En lo interno se está quedando muy solo en la batalla que le toca librar. En lo externo, la lupa internacional también está activada en su desfavor.