23 de noviembre de 2024 12:33 AM

Beatriz De Majo: Afganistán y la crisis venezolana

Una cosa es clara: Estados Unidos ha fallado en su propósito de transformar a Afganistán en una democracia. Es indudable que ello configura una humillación global por la incapacidad manifiesta de la gran superpotencia de haber armado una estrategia que fuera exitosa dentro de un proyecto de recuperación que ocupó su atención durante dos décadas enteras. La manera inapropiada y desastrosa ante los ojos del mundo en que se ha producido su retirada del país es más atribuible a Joe Biden y sus colaboradores que a la nación en su conjunto. Ello, sin embargo, no es el motivo de este artículo, pero sí el examen más de cerca de las actitudes que están dominando dentro de la política externa del gran coloso mundial y que nos atañen de cerca.

La crisis venezolana en el terreno de los derechos humanos a lo largo de esos mismos veinte años ha estado en el centro de la atención de Estados Unidos, pero el acento en sus actuaciones externas y los instrumentos para atraer al país a una sindéresis política y al cumplimiento de sus deberes democráticos han cambiado de orientación. Lo más notorio para el mundo y Latinoamérica en particular ha sido la herramienta instaurada desde hace ya algunos años para presionar al régimen que opera en Miraflores y ha tomado la forma de sanciones que están siendo apoyadas y compartidas por otros países libertarios del mundo, sanciones estas que mantienen de rodillas a nuestros talibanes tropicales y que los han llevado a negociar una salida para el país que han descalabrado y para sí mismos como individuos

Guardando las distancias con el asunto afgano, para Washington es patente el daño que el chavismo ha infligido a la ciudadanía venezolana en todos los terrenos, pero mucho más evidente y erosivo de sus intereses es el hecho de que otros elementos a los que han estado asociado los líderes del gobierno totalitario venezolano provocan un impacto bien certero en el subcontinente y lo desasocian de los propósitos democráticos con los que está comprometido Estados Unidos. Me refiero al apoyo otorgado desde Caracas a movimientos desestabilizadores en otros países, a la incursión de altas figuras del régimen en el crimen del narcotráfico y a su connivencia con movimientos terroristas mundiales, Al Qaeda incluido. No solo estos criminales contubernios provocan distorsiones cada vez más evidentes en la región en la que Estados Unidos está llamado a ejercer un influjo benéfico, sino que atentan de manera directa contra la ciudadanía norteamericana y su gobierno.

Quienes piensan que la inteligencia de Estados Unidos abandonará sus propósitos prodemocráticos en nuestro país, haciendo un parangón equivocado con la inconveniente retirada de Afganistán, se equivocan de plano. No hace falta un ataque militar devastador al corazón de Estados Unidos –representado en sus Torres Gemelas– para poner en evidencia lo que se viene cocinando en el vientre del hemisferio y propulsado desde Caracas: el debilitamiento de la gravitación continental norteamericana a través de la ampliación de la geografía dictatorial en su patio trasero y el favorecimiento de movimientos terroristas en cada uno de esos países.

Igualmente equivocada es la posición asumida por el madurismo con la fiesta que armaron los revolucionarios en torno a la humillación sufrida por los estadounidenses y la crítica global que se ha activado en su contra por sus equivocaciones en Afganistán. Ello lo que hace es reforzar ante los ojos de quienes dictan la política en Norteamérica, la percepción del peligro que les acecha al sur del Río Grande, con Venezuela en la cabeza. Estratégicamente, seguimos siendo muy trascendentes para el gran país del Norte.

El Nacional

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