22 de noviembre de 2024 9:46 AM

Griselda Reyes: ¡Basta de bullying… y de hipocresía!

El bullying… Vaya que escuchamos este término tan delicado en nuestro acontecer diario sin ahondar en la tragedia real que supone para quienes lo padecen. Es un tema preocupante que, con cada vez mayor frecuencia, acosa en silencio a miles de personas, al punto de llevarlas a tomar decisiones drásticas como quitarse la vida. Así fue el fatídico desenlace de Drayke Hardman, un niño de 12 años de Estados Unidos, quien se suicidó tras sufrir durante más de un año de acoso escolar en su colegio de Utah.

El Universal / @griseldareyesq

Pero ¿qué es el bullying? En una sola palabra podríamos resumirla como acoso. Y consiste en amenazas hostiles, en violencia física o verbal que se repiten con insistencia, angustiando a la víctima y estableciendo un desequilibrio de poder entre ella y su acosador. Por eso, quiero repetir aquí lo que promuevo en mis redes sociales: ¡Escuchemos a nuestros hijos!

Tenemos que conversar con nuestros hijos desde tempranas edades: la niñez y la adolescencia. E intentar saber si detrás de esa sonrisa o de ese malhumor que achacamos a la edad está todo bien. Jamás lo demos por sentado. Miles de niños y adolescentes son víctimas de bullying, de acoso escolar, de chalequeo. Y muchas veces los padres ni se enteran, porque al no haber comunicación efectiva con sus hijos, estos no se abren para contar el infierno que están viviendo.

Que un niño de 12 años tome la decisión de quitarse la vida porque es objeto de bullying en su colegio, debe llamar poderosamente la atención de padres y representantes por igual; de la comunidad educativa; de directores y profesores; de las autoridades competentes. Perder a un hijo debe ser lo más terrible que puede sucederle a un padre. Pero perderlo a sabiendas de que lo hizo por propia mano debe generar un dolor indescriptible. Ninguna madre, ningún padre debería afrontar esta calamidad.

¿Podemos frenar esta tragedia?
Me impacta y duele –porque soy madre de un adolescente–, ver a jóvenes quitándose la vida a consecuencia del bullying. Por eso todos y cada uno de nosotros, madres, padres o representantes –en caso de que los menores de edad estén bajo la guarda y custodia de otro familiar–, debemos ahondar en este tema para intentar poner coto a esta tragedia.

Quienes trabajan en el área de la salud mental, indican que lo trascendental en esto es la prevención del acoso, para lo cual hay que crear conciencia acerca de cómo detener el hostigamiento y crear campañas que eviten este tipo de violencia psicológica.

Aunque no lo creamos, incluso la tecnología puede ser una forma de acoso para nuestros hijos cuando se encuentran en profundo estado de debilidad emocional. Las tecnologías de información y comunicación, las redes sociales en sí, tienen muchos atributos si se emplean con ética, sentido común y sensatez. Pero cuando quienes las usan deforman su naturaleza, pueden generar mucho daño en grupos vulnerables como niños y adolescentes.

Ante esto, una de las recomendaciones es evaluar cuán viable es dotar con un dispositivo móvil a nuestros pequeños. En caso de ser necesario, debemos estar atentos en todo momento, a las actividades que realicen con este aparato.

Empatía y respeto
Pero también quiero reflexionar sobre un tema que no puede ser metido debajo de la alfombra: el doble discurso de quienes, por un lado, gritan que hay que combatir el acoso, y por el otro lo practican con total desparpajo. No podemos ser moralistas de la boca para afuera.

Si bien las redes sociales son un gran avance para la humanidad, y en el caso de Venezuela una gran ventana ante la desinformación de los medios tradicionales, estas se han convertido en verdaderos campos de batalla en los que reina lo que conocemos como ciberbullying.

Tenemos jaurías enteras que exigen respeto cuando algo les afecta, pero que exponen al escarnio público a quienes cometen un error o se equivocan, como el caso de la joven periodista de Globovisión, a quien se le fue un gazapo mientras narraba noticias en vivo. Además de solidarizarme con la comunicadora social –que es un ser humano, no un androide–, debo alzar la voz frente a los ataques indiscriminados de muchos intolerantes.

A los padres o representantes de niños y adolescentes, les pido que abran los ojos, pero especialmente su cerebro y su corazón. Tenemos padres que desconocen que sus hijos son víctimas de acoso escolar, ni siquiera lo sospechan; pero también son muchos quienes ignoran que tienen hijos victimarios, que sólo replican en clase lo que ven en casa, o peor aún, que lo saben y los aúpan creyendo que así se ganarán el respeto.

Y si bien estos comportamientos anormales no son nuevos, sí están siendo reforzados, muchas veces, por las redes sociales. No seamos hipócritas con temas tan sensibles que pueden generar consecuencias lamentables.

Por ello, les pido nuevamente que se involucren más con sus hijos, que los apoyen, no los juzguen, son niños y adolescentes sin la madurez física, mental ni emocional del adulto para reaccionar ante ciertas situaciones. Oriéntenlos, escúchenlos, no les impongan una vida que no quieren llevar, díganles que ustedes estarán allí para protegerlos y guiarlos para afrontar la vida, y que si hay un problema en el colegio es más fácil enfrentarlo juntos que en solitario.

Ningún niño o adolescente debe apresurar por propia mano lo que igual nos alcanzará a todos algún día. Háblenles de esperanza, de sueños y posibilidades; resalten sus virtudes y aptitudes para lograrlo. Pero sobre todo, ámenlos tanto como les sea posible, para no tener que llorarlos a destiempo.

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