Gonzalo Oliveros Navarro: Bajarle dos

Si alguna cosa hemos perdido los venezolanos estos últimos veinticinco años es la empatía política. Así, desde la llegada del señor Chávez a la presidencia, si alguna característica ha sido común desde el gobierno, es la de denigrar del adversario. En tal sentido, para quien piensa distinto, todos los calificativos que contenga el diccionario de la Real Academia o el de venezolanismo, se les ha aplicado a quien no estuviere de acuerdo con el proceso que se adelantaba en el país.

Como reacción a ello, los receptores del denuesto hicieron lo propio y a su vez, buscaron también en esos instrumentos lingüísticos, palabras que explicaren el proceder del contrario, aun cuando este pudiere provenir de las propias filas y por diferencia de opiniones o estrategias, hubiere tomado otra camino.

Si algún efecto tiene ese recíproco proceder es que limita la comunicación obstaculizando con ello la posibilidad de entendimiento.

Formo parte de quienes creen que la política es el arte de la negociación; que allí hay contrapartes pero que estas tienen la capacidad suficiente para encontrar puntos de acuerdo en los temas fundamentales que el país requiere. Eso, que en lo personal lo creo obvio, para quienes dirigen los destinos venezolanos –y aquí si personalizo- es un imposible.

Fundados en la idea de la refundación, han roto ellos todos los puentes de negociación posible originando en el público adversario que, si por alguna circunstancia de Dios, quienes fungen como sus representantes intentan de alguna manera limar asperezas, son inmediatamente denostados, como si con quien habría de hacerlo, sufriere de una enfermedad infecto contagiosa. Así, bajo esos supuestos, resulta muy difícil avanzar, lo que se refleja en el estado actual de nuestra situación país.

Este pasado fin de semana murió en Estados Unidos Bill Richardson, dirigente demócrata, gobernador, senador, diplomático y hasta miembro de un gabinete presidencial.

Una de las virtudes que le caracterizó durante su vida pública fue la de buscar acuerdos en aquellos temas que lo requerían, especialmente cuando de adversarios difíciles de su país se trataba. Así, cuando le correspondía negociar con estos, manteniendo la firmeza y la serenidad, no aplicaba la política de la ofensa con su contendor sino la de la persuasión diplomática –que no sancionatoria- a la que nos hemos tenido que acostumbrar en los últimos años.

Ciertamente resulta difícil tratar de persuadir a cualquier persona cuando se le veja personal o familiarmente. El hecho de que a los efectos de adelantar cualquier negociación se omita algún calificativo, no indica que se está desconociendo el proceder del adversario ni que se le esté convalidando su accionar, simplemente se está en la búsqueda de un objetivo superior, el que interesa efectivamente y que se vería afectado por la utilización de agravios.

Los venezolanos de esta época, producto de la polarización que vivimos, hemos perdido el sentido de las proporciones. A quien no comparte nuestras ideas le atribuimos todos los vicios y deficiencias posibles y obviamente el receptor de nuestras expresiones reacciona de manera similar. Ese círculo es menester romperlo, no queda de otro pues si no lo hacemos, o la situación se mantiene estática o se agrava, nunca mejorará, con las consecuencias que vivimos en la actualidad o peores aún.

Quizás la expresión nuestra que mejor reflejaría lo que expreso es bajarle dos.

El liderazgo nacional, todo el, debería buscar la manera de mejorar sus relaciones con sus contrapartes lo que implicaría, no solo reducir la conflictividad verbal o personal, sino también la retaliación institucional reflejada esta última en medidas judiciales o administrativas tendentes a sancionar el normal comportamiento ciudadano en una democracia, las cuales se patentizan en cierre de medios de comunicación, detenciones arbitrarias o clausura temporal de empresas por el solo delito de prestar un servicio a adversarios políticos.

No habrá arreglo posible en Venezuela si quienes pueden romper el círculo vicioso de la polarización, no dan un paso al frente para hacerlo. Esa no es una tarea exclusiva de la dirigencia de allí que, desde el ejercicio de la ciudadanía, a través de columnas como esta, insista en ello.

La crispación ha dado réditos muy reducidos a lo interno del país; de ellas pocos se han beneficiado y por el contrario –obviamente- muchos se han perjudicado lo que se refleja en el número de personas, cualquiera que el sea, que fuera de nuestras fronteras se encuentra. Solo por enervar esa situación que a buena parte de las familias del país afecta, valdría la pena dar un paso al frente para cambiar las cosas.

Gonzalo Oliveros Navarro

@barraplural

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