25 de noviembre de 2024 7:21 PM

Auge y caída de la política de Covid cero en China

La política china de cero Covid se enfrenta estos días a su mayor desafío, con un abrupto aumento del número de contagios y con la paciencia de la población al límite dadas las fuertes restricciones que implica.

El 19 de marzo de 2020, China anunció que no había detectado ningún caso nuevo por transmisión local en la víspera, marcando el comienzo de una obsesión que se prolongaría años.

Cierre del país

Días después, las autoridades chinas cerraban el país para evitar la «importación» de casos de un virus que comenzaba a hacer estragos en todo el mundo: se dejaron de expedir visados de turismo y estudios y solo los ciudadanos chinos y un número reducido de extranjeros podían entrar al país, tras lo cual les esperaba un mínimo de 14 días de cuarentena en un hotel.

La decisión, que incluía también la restricción del volumen de vuelos internacionales a y desde China, que algunos vieron como temporal, permanece vigente hoy, pese a que se han acortado los períodos de cuarentena y permitido las entradas de estudiantes.

La «superioridad» de un sistema

Durante gran parte de 2020 y 2021, en los que el PIB del país creció un 2,2 % y un 8,1 %, la estrategia vivió su auge mientras el virus causaba miles de muertos en otros países y China limitaba al mínimo los fallecimientos.

Los esporádicos rebrotes, achacados frecuentemente a productos importados desde el extranjero, eran aplastados con una combinación de confinamientos y campañas masivas de PCR en las zonas afectadas.

Aunque numerosas localidades situadas en las fronteras del país vivían sometidas a restricciones más estrictas por ser vulnerables a esa importación de casos, la inmensa mayoría vivía una vida casi normal.

Vídeos de fiestas multitudinarias con gente sin mascarillas en Wuhan, escenario del primer brote, daban la vuelta al mundo en un momento en que las restricciones eran cosa del exterior y en el que la prensa oficial alardeaba del éxito chino.

Ómicron cambió todo

En enero de 2022, la ciudad nororiental de Tianjin informó de un caso de la variante ómicron, marcando un antes y un después en la historia de la pandemia en China.

Pese a que se logró contener ese brote e incluso celebrar los Juegos Olímpicos de Invierno en Pekín en una burbuja en la cual los atletas no tuvieron contacto con la población, la primavera atestiguó grandes repuntes en varias ciudades, entre ellas Shanghái.

La urbe oriental recurrió a un estricto confinamiento de varios meses que dejó problemas en el acceso a víveres y atención médica, suicidios, la separación de bebés de sus padres e incluso matanzas de mascotas, provocando más y más indignación.

Ante la contagiosidad de ómicron y para detectar brotes rápidamente, las ciudades instauraron pruebas PCR rutinarias hasta hoy día: toda la población debe realizar varias cada semana para acceder a cualquier lugar público, causando en ocasiones largas colas en las cabinas de ‘tests’ repartidas por las ciudades.

Asimismo, el rápido aumento de casos ha puesto en jaque el aislamiento de infectados y sus contactos cercanos: cuando los hospitales y hoteles no dan abasto, ciudades de toda China han recurrido a construcciones improvisadas donde los confinados se hacinan, en algunos casos, en pésimas condiciones de salubridad.

Los viajes dentro del país se hicieron también más engorrosos por las diferentes políticas y aplicaciones de rastreo de cada localidad.

Muertes por cero Covid

Pese a que el Gobierno chino insiste en que el ‘cero covid’ ha salvado millones de vidas, la directriz ha sido también responsable, de una u otra forma, de un número de muertes que han ido minando su apoyo.

En ocasiones, los hospitales han denegado el acceso de pacientes que no contaban con una prueba PCR negativa, causando por ejemplo los abortos de dos mujeres embarazadas en Xian (centro) a comienzos de año, algo que enfureció a la opinión pública.

En septiembre, 27 personas murieron en un accidente de un autobús que iba de madrugada a un centro de cuarentena, lo que puso en duda entre la sociedad la necesidad de los traslados masivos de contagiados o contactos cercanos a instalaciones de aislamiento.

La gota que colmó el vaso fue la muerte de 10 personas en el incendio en un edificio en Urumqi (noroeste) el pasado jueves. Pese a que las autoridades desmintieron que las puertas estuviesen bloqueadas, ha sido común estos dos años que se coloquen tablones de madera o bloqueos en las puertas de las viviendas de personas confinadas, algo muy criticado en las redes sociales por los riesgos que entraña.

El descontento acumulado finalmente provocó el pasado fin de semana protestas en ciudades como Pekín y Shanghái, en las que se gritaron eslóganes como «No quiero PCR, quiero comer».

El Gobierno se ve ahora en una difícil situación: o cambiar de política, arriesgándose a una oleada de casos que, según algunos estudios, desembocaría en un colapso hospitalario y en miles de muertes, o bien persistir con el ‘cero covid’, poniendo a prueba la paciencia ya mermada de la población, además de haber provocado ya una desaceleración del crecimiento económico, interrumpido cadenas de suministro y agitado los mercados financieros.

Desde el comienzo de la pandemia, China ha informado oficialmente de 5.233 fallecimientos por Covid-19 y vacunado con dos dosis a más del 91 % de su población, aunque los mayores son los más reticentes a vacunarse.

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