En 2007 Nassim Nicholas Taleb lanzó su teoría del Cisne Negro, un suceso que, según Taleb, se caracteriza por los siguientes atributos: i) Es una rareza, porque está fuera de las expectativas normales; ii) produce un impacto tremendo; iii) pese a su condición de rareza, la naturaleza humana hace que inventemos explicaciones de su existencia después del hecho, con lo que, erróneamente, se hace explicable y predecible. El relumbrón teórico de Taleb se hizo altamente popular entre los informados y todos teníamos nuestro Cisne Negro a la mano para explicar los más disímiles hechos y circunstancias.
Desde que el perro del vecino lo mordiera a uno, hasta que un patán politiquero ganara las elecciones que las encuestas hasta ese momento le habían negado.
Algo similar había ocurrido mucho antes con Gatopardismo, término que intentaba concentrar en una píldora el consejo del sobrino Tancredi a su tío Don Fabricio Corbera, Príncipe de Salina, “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”, (“Se vogliamo che tutto remanga come è, bisogna che tutto cambi”) en la novela El gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, que narra los vaivenes para acomodarse de una familia de la aristocracia siciliana durante la revolución unificadora de Garibaldi. “Chamo, estás burda de gatopardista”, se escuchaba como un reclamo en los pasillos progres de la UCV.
Resulta que caminábamos sin objetivo, como flâneur francés y de repente el pie izquierdo o derecho, poco importa, tropieza con una sombra, una presencia insospechada en el tránsito bípedo de los bípedos, y pese al tropezón, no nos percatamos que el traspié cognitivo era causado por un Cisne Negro en nuestra marcha tranquila sondeando el mundo y sus acechos. Ah, el Cisne Negro, el alibi perfecto para nuestra falta de atención, de nuestro mísero olfato, de la miopía que nos impide ver el ave agresora que en el plácido estanque picotea a sus iguales desprovistos de las mínimas artes de autodefensa.
Ahora las cosas han cambiado, los cisnes entrépitos son amarillos, o rosados, o verdes para mantener una gama de colores bien portada e inclusiva. Nunca negros, como los heraldos de César Vallejo. Si en México gana López Obrador hablamos de un sorpresivo Cisnelagarto a pesar de que el cuate haya sido candidato desde la primera nalgada que lo despertó al mundo. O si Petro gana en Colombia, hablamos de la sorpresa de un Cisne Subversivo a pesar de una larga carrera de engolados dislates políticos. Su gestión como alcalde de Bogotá fue pésima, el Cisne Subversivo es invisible para quienes se quieren suicidar.
Y qué decir del Cisne Soez, Milei, y su comedia bufa, estaba allí desde hace años, soltando espuma por la boca, endemoniado contra la casta política en los platós de televisión que lo expusieron gratis ante todos y todas que quisieran verlo. Ahora, surgen émulos y admiradores en la región bajo el “fullero argumento de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo” como alertaba Mibelis Acevedo recientemente en estas páginas. Al final, es la cándida entrega al hombre fuerte y jaquetón (¿remember el Galáctico?) de gente políticamente extenuada, a la búsqueda de una épica prestada que los despierte de su aburrimiento democrático.
(Sí, tiene usted razón, hay también el Cisne Deslenguado, ese que suelta sorpresiva y públicamente -en un plató de televisión- la infantil y despreocupada ligereza de que habla y nada en el mismo estanque con militares disfrazados de Cisne Verdeoliva).
Así como usted me ve, yo tengo mi Cisne Negro…
@jeanmaninat
Síguenos en Telegram, Instagram y X para recibir en directo todas nuestras actualizaciones