Ha transcurrido una treintena de años, que aún vive en la memoria, recordado como si hubiese sido esta madrugada. Aquel 4 de febrero no fue de amor ni amistad. Se insubordinaron, sublevaron y alzaron como delincuentes en la penumbra de la noche oscura rodeado de caos, miedo, sangre, dolor y muerte. Regresaba el presidente de Davos reunido con poderosos del mundo, y unos jóvenes militares crueles y sanguinarios lo esperaban para recibirlo con armas dispuestas e informarle su tiempo había llegado a término y el gobierno democrático moría en manos de comandantes, capitanes, mayores y tenientes dispuestos a cambiar de raíz aquella Venezuela.
@ArmandoMartini / El Nacional
Sin inscribirse en especulaciones, dimes y diretes, afirmaciones que iban a matar al presidente o que en Caracas el alzamiento fue un fracaso pero en el interior un éxito. Que generales estaban comprometidos, conocían lo que se planeaba, pero nada hicieron, porque querían que sucediera.
Lo que aconteció, cuando castrenses de moceríos quebrantaron la ley, se alzaron contra ella, y por la tarde en el Congreso Nacional se interpretó que un senador vitalicio dio justificación, no diciendo que habían hecho bien, sino que no se podía esperar de un pueblo con hambre saliera a la calle a defender una democracia que lo había decepcionado. Y lo ayudó un parlamentario, dirigente adeco pidiendo muerte a los golpistas, algo que no gusta ni acomoda al venezolano. Ese día comenzó una revolución en Venezuela.
Se desvió después, cuando los derrotados el 4 de febrero recibieron el poder. Es historia diferente con participantes disímiles. No llegaron sólo por lo militar de su alzamiento, sino por la alharaca civil que complicaron medios de comunicación, empresarios de diverso tono e intelectuales, ciertos eclesiásticos, la confusión de politiqueros, egoísmos e intereses personales de políticos. Nadie o muy pocos lograron razonar aquello. Hugo Chávez sí lo comprendió. Poco importa si tenía secretos o concepto en mente que cambió, ya es historia pública. Lo que cuenta es que la revolución chavista ascendió; el Ávila se vino abajo causando tragedia, y las masas menos favorecidas se aferraron, identificaron con él, y le creyeron.
Se criticaba la intimidad cercana de Chávez con Fidel Castro, -segundo padre llegó a decir- quien sólo vio en aquél inexperto, ególatra e ignorante muchacho una herramienta política y económica, después de todo la Cuba de los Castro, revolución o no, jamás ha sido capaz de transformar su sociedad en productiva, se especializaron en destruirla, para chulear como rufianes proxenetas, chupando como garrapatas de otros; soviéticos, venezolanos y remesas.
Van tres décadas. Recordemos que Chávez murió sin herederos. Nombró sustitutos, no herederos. La revolución no nació ni murió como debía. Hoy somos nación cuestionada por transacciones indebidas e inmorales; algunos personajes con precio y requerimiento judicial; de precaria soberanía llena de guerrillas y combates; país comunista miserable, socialista mentiroso y patrañero, castrista corrupto y hambreador.