Quienes consienten acceso, encubren ilegalidad. También los que reconocen a denunciados en la Corte Penal Internacional por violación de los derechos humanos, uso indebido y excesivo de la fuerza, crímenes de lesa humanidad, represión de manifestaciones legítimas, torturas, siembra de pruebas, transgresiones y abuso sexual, encarcelamiento a la ciudadanía opositora. Cuando viajan, lo hacen con incertidumbre, ansiedad y temor. Disfrutar los encantos turísticos, efectuar compras elegantes, distinguidas, exquisitas, llevar nietos a Disney World, significa zozobra y angustia.
Exponer vaguedades, sandeces y simplezas absurdas en las Naciones Unidas, y, ni hablar, de Washington para presumir en el Despacho Oval, ni siquiera como turista de visitas guiadas a la Casa Blanca. No encontrará en París el Palacio del Elíseo, el Arco de Triunfo, la Torre Eiffel o los Campos Elíseos. Nunca irritará la pompa británica de Londres, ni perturbará la solemnidad de la reina en el Palacio de Buckingham. Tampoco quedará en babia con el alemán, ni podrá entender al populista-socialista de la Moncloa en Madrid.
Sin embargo, apareció el innombrable con ínfulas remanentes para corregir postura y reunirse con el grupo que concibió su predecesor, con el cual soñaba eliminar la Organización de Estados Americanos que se resistió a complacerlo en su extravagancia cursi y ridículos deseos, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, donde tuvo peso, compró influencia y hoy no es más que un país del montón, gracias a la torpeza socialista bolivariana del siglo XXI, disfraz del comunismo desalmado e inhumano, infractor de los derechos ciudadanos, cometedor de prevaricaciones y quebrantamientos. Sin olvidar que se procesa un examen preliminar abierto ante la Corte Penal Internacional, que alcahuetearlo es delito y coloca una mancha para promotores e intermediarios, incluida la cumbre de la Celac, en la cual Uruguay, Paraguay y Ecuador dejaron constancia clara e inequívoca de su rechazo; aunque titiriteros desfachatados y cínicos que boicotean, disimulan integridad e higiene, celebrando anhelos de tardanza y embriagados de soberbia, se convencen de poder suspender decisiones judiciales.
Buscó honores, legitimidad y dignidades, pero encontró valientes, sólidos democráticos, que en su presencia con caballerosidad educada, respetuosos y coherentes, ratificaron no reconocerlo como legítimo, manifestando la enorme preocupación por la situación de la Venezuela que dejan caer el castrismo, sus cómplices y allegados. En Venezuela solo aparece en fastidiosos espectáculos de hipocresía, se ausenta en eventos de solemnidad, convirtiéndose en un fantasma que flota sin consecuencia e irrelevancia, ni siquiera con la simpatía del entrañable y amigable Gasparín.
Sinceros, o descarados, cada quien juzgue, pero reflejaron el sentimiento mayoritario del mundo libre y democrático, excepto Cuba y algunos miserables del Caribe. Esbozaron en minutos históricos lo que se piensa del castro-madurismo, el desierto que por abusos, corrupción y fracaso ha creado en el que fuera uno de los países más ricos del orbe.
Triste reaparecer para que le restrieguen en público su falta de autoridad y confiabilidad cayendo en la trampa de un diálogo imposible con demócratas legítimos, comprobados y admirados. Las ventajas tecnológicas pudieron ahorrarle la vergüenza internacional. Sin embargo, a pesar de todo, guste o no, consiguió –artificial, temporal– normalización, estabilidad revolucionaria de somos todos iguales, somos todos ladrones; excusa que servirá al régimen y a la oposición subordinada para permanecer y sobrevivir.