Ante la tarea de la liberación democrática de Venezuela, es difícil insistir lo suficiente en la importancia capital de la creación de una poderosa y sistemática presión cívica interna. Para algunos analistas y observadores, sin embargo, uno de los problemas es que la construcción, organización y promoción de la presión cívica interna marcha a un ritmo más lento en comparación con la velocidad de los cambios en el escenario político. Es necesario aclarar entonces que, si bien esto es cierto, no constituye un obstáculo y mucho menos una excusa.
Efectivamente, y no solo en Venezuela, ambas dimensiones –la política y la social- no suelen marchar de manera sincrónica. Los hechos del escenario político suelen suceder mucho más rápido que el trabajo de organizar a la ciudadanía y construir presión cívica. Pero la idea no es tanto procurar su sincronía sino su articulación. La formación progresiva de presión cívica y la organización popular hacen falta justamente para presionar y propiciar cambios en el escenario político, para viabilizar y hacer posible esos cambios, porque sin ellas pueden suceder cualquier cantidad de eventos y hechos en el entorno político y no ser aprovechados para el objetivo de la liberación democrática.
Una muy conocida parábola del Evangelio de San Mateo cuenta que el Reino de los Cielos sería semejante a 10 damas que tomaron sus lámparas y salieron a recibir al dueño de la casa. Cinco de ellas eran necias y cinco prudentes. Pero las necias, al tomar sus lámparas, no llevaron aceite; las prudentes, en cambio, junto con las lámparas, se prepararon con tiempo y llevaron aceite en sus alcuzas. Como el dueño de la casa tardaba en venir (algunas habrán pensado: “eso ya no va a ocurrir, no sigo más”, mientras otras dirían “es que aquí no pasa nada”) les entró sueño y se durmieron. A medianoche se oyó un grito: ¡Ya está aquí el dueño de la casa! Entonces se levantaron todas y aderezaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las prudentes: “dennos del aceite de ustedes porque nuestras lámparas se apagan”. Pero las prudentes les respondieron: “Mejor es que vayan a comprarlo, no sea que no alcance para ustedes y nosotras”. Mientras fueron a comprarlo vino el dueño de la casa, y las que estaban preparadas y se habían organizado entraron con él al palacio y se cerró la puerta. Luego llegaron las otras damas diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Pero él les respondió: “No las conozco”. Y al finalizar la parábola, Jesús remató con una exhortación que muy bien nos viene a nosotros: “Estén siempre preparados, porque ustedes no saben ni el día ni la hora».
Lo anterior viene a cuento porque lo cierto es que el trabajo de organización ciudadana y de articulación social para la generación de presión cívica hay que llevarlos adelante más allá de la asincronía y de los vaivenes –muchas veces imprevistos- del escenario político, porque no es posible esperar el momento que hagan falta para entonces empezar a construirlas. Ya sería demasiado tarde.
Si alguna característica tiene hoy nuestro país, es que su futuro es altamente incierto e impredecible. Nadie sabe lo que nos espera ni lo que va a pasar en Venezuela. Hay cosas que sabemos y otras que no. Pero los acontecimientos por venir no nos pueden sorprender desmovilizados, desorganizados o durmiendo. Como las señoritas necias de la parábola de Mateo.
Por supuesto, esta tarea sufre la acción de muchos factores en contra. La lucha diaria por la supervivencia, la falta de comunicación debida a la hegemonía mediática de la dictadura, que hace que la gente no se entere de lo que hacen los demás y termina creyendo entonces que no está pasando nada, el miedo entendible y lógico de muchos de nuestros compatriotas, la migración forzada, la crónica crisis económica y la represión selectiva pero salvaje de la dictadura contra dirigentes políticos y sociales locales, todo esto corre en contra del objetivo de la organización popular.
Además, la formación de presión cívica requiere de un elemento necesario y es la presencia activa de estructuras sociales y partidistas aguas abajo para empujar esa labor. Y los mismos factores expuestos en el párrafo anterior también han mermado en alto grado estas estructuras organizativas, y esa es una de las razones por las cuales ha resultado –y resulta- tan difícil la construcción de una poderosa y eficaz fuerza de presión interna como cabría esperar en una situación tan grave como la que vivimos. Por ello es necesario y urgente el trabajo de construir nuevas estructuras de organización sociales y políticas locales, en las comunidades y barrios, y fortalecer las que existen. Ello requiere, en primer lugar y por supuesto, que nuestra dirigencia política y social asuma esta tarea –ciertamente lenta y complicada- como prioritaria, si queremos que el resto de las piezas tácticas del engranaje del cambio funcionen y se alcance el objetivo.
Este es uno de los retos más difíciles para nuestro liderazgo y para todos quienes luchamos por la liberación democrática de Venezuela. Hoy por hoy, el partido político más grande del país es el partido de los descontentos. Y el principal compromiso de una dirigencia política y social unitaria es actuar como cara visible del país en demanda de cambio, como vanguardia política del descontento. Desde esa posición de vanguardia, su preocupación prioritaria debe ser cómo conectar con su base de apoyo, que es precisamente la inmensa legión de descontentos y sufrientes.
No se trata de la ingenua conseja de intentar dirigir la conflictividad social, que es precisamente la expresión conductual del descontento. Ello no solo es políticamente inconveniente sino además inútil, pues la conflictividad tiene su propia y autónoma dinámica. Se trata de que nuestra dirigencia política y social se conciba a sí misma y se plantee funcionar como el instrumento político de la lucha social de los descontentos. Y eso pasa, entre otras cosas, por evitar que algunos sectores de la población perciban o crean que hay dos luchas distintas: la política y la del descontento callejero. La lucha es una sola, y es lograr la canalización política del descontento, tanto para lograr el cambio de régimen como para generar las condiciones políticas que permitan la gobernabilidad y estabilidad de la transición.
El resto de los venezolanos tenemos también varias tareas frente a la asincronía de los relojes político y social. La primera es perseverar, que es muy distinto a simplemente tener paciencia. La segunda es confiar en sus propias capacidades, fortalecidas en el duro crisol de las adversidades. Y la tercera es no caer en las trampas de nuestros explotadores de turno, interesados en exacerbar constantemente la división, la desesperanza y el desánimo.
En esta larga lucha por la liberación democrática de nuestro país no tenemos balas, y aunque las tuviéramos no las usaríamos, por un asunto no sólo de convicción sino de aprendizaje histórico. Uno sabe cuándo comienza la violencia pero no sabe cuándo termina. Pero, además, el peor error es parecerse a lo que uno quiere combatir. Y los violentos son a quienes estamos combatiendo. Si del lado de la dictadura lo que hay es represión, fuerza bruta, balas y mentira, del lado de quienes amamos a Venezuela lo que tiene que haber son argumentos, organización popular, presión cívica y verdad.
¿Difícil? Mucho. Pero como afirmaba Cicerón, cuanto mayor es la dificultad, mayor es la gloria. Por ello, si hacemos lo que tenemos que hacer, nuestros hijos nos agradecerán siempre haberles dejado una patria en herencia y nos recordarán cada vez que con orgullo reciten o canten aquello del “gloria al bravo pueblo”.