El más reciente Informe Mundial de la Felicidad (“World Happiness Report 2023”) elaborado por el Instituto Gallup y avalado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ubicó a Venezuela en el puesto 88 de 150 países de la muestra. Para quienes no están familiarizados con este estudio, se trata de una investigación de tipo cualitativa, basada en auto-reportes realizados por una muestra de ciudadanos, quienes responden a preguntas tales como “¿cuán satisfecho está con su vida como un todo en estos días?” o “¿hasta qué punto usted siente que las cosas que hace en su vida valen la pena?”.
El Informe Mundial sobre la Felicidad se publicó por primera vez en 2012, con el objetivo de identificar el sentimiento de bienestar de la población de varios países. Entre los atributos que se indagan en el estudio se encuentran aspectos personales como tener a alguien en quien confiar, poder tomar decisiones vitales y generosidad entre los ciudadanos, todo lo cual se cruza después con datos más objetivos como el producto interno bruto del país.
Por supuesto que el bienestar y la felicidad son fenómenos multicausales, y no se puede pretender reducir su complejidad a un instrumento de opinión, donde además la gente se ubica de manera subjetiva. De hecho, el tema del bienestar personal y la felicidad ha venido recibiendo bastante atención en el campo de la moderna Psicología Social, y se adelanta en la actualidad una extensa línea de investigación sobre estos temas. Pero más allá de la utilidad académica y de insumo para la profundización de nuevas investigaciones que tienen estos estudios, los hallazgos de este informe en particular ha despertado la incredulidad y la sorpresa en muchos venezolanos, quienes se preguntan: ¿cómo es eso que somos felices (o al menos nos ubicamos en un rango medio del ranking mundial según el informe arriba mencionado) si al mismo tiempo la mayoría de la población expresa sentirse descontenta con la situación de su entorno social, político y económico, y frustrada con el rumbo del país? Pues la noticia es que ambas realidades no son contradictorias.
Lo primero que hay que decir es que Venezuela tiene ya tiempo en los primeros lugares de estos “rankings de felicidad”. Esta sensación de bienestar subjetiva es de tan larga data que en 1970, José A. Silva Michelena hablaba del “optimismo estructural del venezolano” como una de sus actitudes políticas centrales. Y la mayoría de los estudios han demostrado cómo ciertas actitudes sociales siguen en ocasiones una dinámica relativamente autónoma o independiente de las realidades objetivas que caracterizan su entorno político. Dicho en otras palabras, muchas de las actitudes de los venezolanos hacia ellos mismos son relativamente impermeables a la percepción sobre el desempeño económico o de gestión de un gobierno.
Un ejemplo de lo anterior se encuentra en los resultados del ya conocido estudio de la UCAB sobre características psicosociales de los venezolanos (PsicoData 2023). Según esta investigación, un 42% de la población juzga de manera positiva su vida en términos generales, aunque las personas sin nivel educativo y las de primaria incompleta son quienes muestran menor bienestar subjetivo. Igualmente, el estudio arroja que los venezolanos se ubican en un rango medio-alto de lo que se denomina “grado de satisfacción personal subjetiva”, que es el juicio relacionado con la valoración individual que la persona hace de su historia de vida y de sus aspectos de personalidad.
Sin embargo, y para ilustrar lo aparentemente paradójico del fenómeno que estamos analizando, el mismo estudio revela que, preguntados al respecto, 3 de 4 venezolanos (73%) reconocen que si tuviesen la oportunidad, hay cosas de su vida que les gustaría cambiar. Y con relación a sus sentimientos hacia el país, 90% siente preocupación, 73% le entristece pensar en el futuro del país y 79% manifiesta rabia saber la situación a la que hemos llegado como nación.
Los psicólogos han encontrado que los venezolanos basan su estrategia personal de buscar bienestar en la importancia que le otorgan a las relaciones interpersonales y a la familia, en el recurso del humor y en la creatividad. Los venezolanos no sólo poseen una gran capacidad y habilidad para conectarse con los otros, sino que, de acuerdo con los últimos Estudios Mundiales de Valores, somos una de las naciones donde se da más importancia a la familia y a los amigos como extensión de la propia persona. En pocas palabras, los venezolanos tienden a ser subjetivamente felices, no porque estén satisfechos con su entorno, sino porque tienen “áreas de refugio”, algunas de las cuales, como es el caso de las familias, se han visto obligadas a multiplicar sus responsabilidades y funciones, porque no existe en el país un gobierno que se encargue de esas tareas de protección, educación y cuido.
Lo aparentemente contradictorio de muchos rasgos psicosociales del venezolano es una muestra de su rica e inmensa complejidad. Su tendencia crónica a buscar la felicidad, a querer progresar y a perseguir el bienestar suyo y de su familia es una fortaleza y no una debilidad. Es una de las cosas que le impide resignarse y aceptar por bueno lo que no es. Un ejemplo de ello son los altísimos porcentajes de rechazo hacia el actual gobierno. A pesar de estarlo sufriendo durante tanto tiempo, no hay resignación ni aceptación pasiva, sino rechazo y aspiración de cambio.
La noticia que los venezolanos nos consideramos un pueblo relativamente feliz no es, por tanto, ni nueva ni sorprendente. Lo gracioso –para no llamarlo de otra manera- es el inveterado esfuerzo del poder por darle a este asunto un tratamiento politiquero. Desde hace mucho tiempo la propaganda oficialista hace intentos desesperados por convencer a la población que cuando la Vinotinto de beisbol o de futbol gana un partido, cuando alguno de nuestros atletas obtiene una victoria, cuando nuestros músicos y artistas hacen enrojecer las palmas de las audiencias más exigentes del planeta, o cuando alguno de nuestros académicos o investigadores pone a valer el nombre del país en cualquier parte del mundo, todo eso es gracias al gobierno. Gracias a Dios, los venezolanos aprendieron hace rato a burlarse de estos delirios de omnipotencia de nuestros hegemones de turno, y a sentir lástima por tan patológicos signos de narcisismo sin límite, que hasta pretenden privatizar la felicidad y adjudicarla a supuestos logros del gobierno. Pero la necesidad de expropiación de los méritos ajenos para efectos de la autoglorificación es permanente, por lo cual es necesario afinar siempre los análisis sobre nuestras fortalezas y debilidades para efectos de una adecuada y eficaz pedagogía social.
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