El cambio es la constante. En la naturaleza, en las relaciones humanas, en las formas de pensamiento… y también en la política. Comprender en toda su significación la metáfora del río de Heráclito, será de gran utilidad para “surfear” una realidad que muchas veces nos desconcierta y nos descoloca. La tarea más difícil de una dirigencia política (o militar, llegado el caso), será siempre el diseño de opciones estratégicas capaces de ser una guía de navegación eficaz que resista los altibajos, avances, retrocesos, direccionalidades y modificaciones que los hechos imponen en cada trecho del camino.
Llegados al fin del primer trimestre del año 22, la realidad venezolana ha dado un giro sustancial si se mira lo que ocurría hace apenas 6 meses: el mundo entró de nuevo en el peligro de la “destrucción mutua asegurada”, que fue la pesadilla recurrente de la segunda mitad del siglo pasado y que, cándidamente, creíamos superada y Venezuela no escapa, como ningún otro país, de la sacudida que eso significa. En nuestro caso, además, porque el régimen chavista, antioccidental y autoritario como es, tenía años tejiendo una espesa y opaca red de relaciones económicas, políticas y militares con el putinismo, protagonista causal de la conmoción universal; y porque las inmensas reservas de petróleo otra vez nos convierten en foco de atención importantísimo, para bien o para mal.
Mientras eso ocurre en la esfera internacional, al interior del país comienzan a manifestarse de manera concreta las consecuencias del viraje en las políticas económicas del madurismo: ese salto insólito desde la más rancia ortodoxia de los vetustos manuales de economía política del stalinismo, hacia esta liberalización económica a lo bestia, donde todo es válido aunque ilegal, tal cual la economía sumergida que manejan las mafias de todo signo y carácter.
Ambos acontecimientos conducen a sendos espejismos:
Por una parte, en el régimen se empieza a pensar que las circunstancias internacionales juegan a su favor en relación a sus traumáticas diferencias con los Estados Unidos y la Unión Europea. Se creen fortalecidos e imprescindibles ante una eventual crisis energética de gran envergadura y sueñan con la posibilidad real de la consolidación eterna del régimen. Olvidan la naturaleza profunda de este conflicto: la contradicción insalvable entre democracia y autoritarismo, donde se podrán realizar acuerdos puntuales en momentos y condiciones muy específicas, pero que en el mediano y largo plazo los bandos están perfectamente definidos.
Por otra parte, las medidas económicas a lo interno crean la ilusión de que las cosas en el país están cambiando para bien. En efecto, se consiguen en el mercado los productos, proliferan los bodegones, los restaurantes de lujo, los vehículos de alta gama y hasta los conciertos. Por supuesto que esa “mejoría” está constreñida a bolsones geográficos y sociales muy restringidos, porque la realidad verdadera del país es la del colapso de los servicios públicos, desde la electricidad hasta el agua, desde la salud hasta la educación; la realidad de la miseria y la postración de más del 80% de la población venezolana, sumida en el desempleo o el subempleo, con los salarios más bajos del continente, sin ninguna red de seguridad social ni personal que les respalde; la realidad de una economía absolutamente ilegal, donde ni siquiera circula la moneda nacional, totalmente a merced del capricho del gobierno o de cualquiera que tenga fuerza legal o paralegal para actuar como verdaderos mafiosos a los cuales hay que pagar la coima, la vacuna o el “pizzo” para poder funcionar.
Como telón de fondo, el desmantelamiento total del estado de derecho, de la institucionalidad y de todos los avances materiales, espirituales y políticos que el país había alcanzado en los últimos 100 años de su historia.
Son estos cambios aparentes, estos “espejismos”, como dijimos más arriba, los que pueden generar confusión en algunos, poniendo en peligro el éxito de sus estrategias políticas, si estas no están sólidamente formuladas y respaldadas con convicción. Sobre los peligros que ello supone para el chavismo, dejemos que ellos se ocupen; pero con respecto a nosotros, la oposición venezolana, sí tenemos que alertar y discutir lo que sea necesario.
La tarea de la oposición democrática venezolana es lograr un cambio de régimen con el fin de refundar la democracia, restablecer el estado de derecho, recuperar la economía, la salud, la educación, el poder adquisitivo, la seguridad y el decoro de los venezolanos. Para poder lograrlo necesita impulsar una rebelión civil de votos de tal envergadura, que todo el aparato represivo y militar que el régimen ha logrado implantar en 20 años sea absolutamente inútil.
Ese es nuestro foco, con bodegones o sin bodegones, con dólares circulando o en bolívares, con guerra en Europa o en paz mundial. Por lo tanto, fortalecer los partidos existentes, fundar otros si es necesario; ampliar el radio de influencia de la oposición a todo el país descontento en las grandes ciudades y en cada pueblo de nuestra inmensa geografía y lograr una amplísima unidad nacional mediante el proselitismo, la denuncia, la agitación, la organización y la lucha de todos en todos los frentes, demostrando y convenciendo al país de la superioridad de la democracia, de la libertad y de la igualdad de todos los hombres y mujeres ante la ley, es la gigantesca tarea que hay que asumir sin esguinces ni retardos
Los blanqueadores de sepulcros no tienen cabida en la oposición. El chavismo que haga su tarea y nosotros hagamos la nuestra.