I
Más que trabajar en la casa, la señora es amiga de la familia. Por eso, y porque es generosa como todos los venezolanos, cada lunes que le toca subir a Caracas viene cargada de regalos. Esta vez había comprado lebranche, duraznos y casabe.
Desde las 3:00 de la mañana hace su cola en el terminal y se ocupa de pagar dos puestos para que nadie se le siente al lado. Son las previsiones que ha aprendido de la pandemia. Allí los guardias nacionales le hacen sacar todo de los bolsos que trae. Le revisan hasta la ropa interior, no solo el salvoconducto.
El problema es la alcabala que ponen en plena autopista. Eso es lo que tranca el tránsito. La cola de carros llega hasta Guatire. Cualquiera diría que están asegurándose de que nadie vaya a la ciudad a infectarse con el virus o a contagiar a los demás. Cualquiera diría que se trata de medidas de seguridad de una “cuarentena radical flexible con cerco”.
No. Se trata de la institucionalización de la delincuencia. Los ladrones uniformados que abusan de su poder. A la pobre señora le sacaron toda la comida que llevaba consigo. No se salva ni el que trae una simple empanada. Ordenan abrir las billeteras y desprecian los billetes de bolívares. Pero cuando ven los verdes se los meten a los bolsillos. Eso es todos los días. La señora llegó llorando a su trabajo.
II
Por allí se pusieron de acuerdo unos cuantos inescrupulosos para vender unos “combos” para tratar el covid-19. Como si la ignorancia no hubiera llegado al máximo. Ofrecen curas milagrosas, siguiendo el ejemplo del jefe del régimen, como si la pandemia fuera un chiste.
En ese “paquete” irresponsablemente incluyen antibióticos, con lo peligroso que es consumirlos sin récipe médico. Pero más aún, esta idiotez contribuye con lo que ha hecho la cúpula rojita de quitarle seriedad a las circunstancias que se están viviendo por el virus. Hay que repetirlo hasta el cansancio, el covid-19 no se cura con antibióticos y tampoco con pastillas de vitamina C.
Lo que sucede es que el que tiene unos cuantos dólares (por enchufado o por otras sucias circunstancias) lo que piensa es cómo engañar a los más inocentes. La finalidad siempre es la misma, pescar en río revuelto, hacer más dinero, hacer de la espantosa “viveza criolla” un arma para malograr a los demás.
III
Hace tiempo que en Venezuela se dice que vivimos bajo la ley de la selva. Pero ya creo que hemos dado otro paso, aún más funesto. Se trata del canibalismo, del todos contra todos.
Si se toma en cuenta que una familia necesita 446 salarios mínimos para cubrir la canasta alimentaria de un mes, podría justificarse que los ladrones de uniforme le quitaran el lebranche y los duraznos a la señora, o que los inescrupulosos vendieran hasta matas de acetaminofén para poder conseguir el dinero que les permita alimentar a su gente.
Pero no se trata de supervivencia en estos casos, se trata de que hay hambre de principios y de ética, que los hemos estado perdiendo durante estos últimos 20 años. Desde el comienzo el comandante muerto justificó el robo y las fechorías por las más insólitas causas. La gente pensaba que eso no iba a tener incidencia en la sociedad, pero si a eso se le suma la impunidad, la consecuencia es que se nos acaba la ciudadanía.
La descomposición venezolana es tan profunda que no hay quien defienda a los pobres que caen en las manos de los malandros, porque malandros son todos.
@anammatute