El ejercicio de la política es ingrato la mayor parte de las veces. Las alianzas son efímeras, las promesas se rompen, las solidaridades entre líderes están plagadas de mentiras y de conveniencias. En Colombia esto no es diferente al resto del mundo, pero las tramposerías, las zancadillas y las traiciones han alcanzado más de una vez a las altas esferas del poder y se han hecho visibles, notorias y protuberantes porque en muchas ocasiones han sido protagonizadas por las figuras más renombradas de los círculos políticos, por presidentes o por candidatos que buscan legitimar su anhelo de prestigio, o su obsesión de poder.
Es que ya lo dijo Maquiavelo: la política es el arte de engañar. Se engañan entre los políticos sin miramientos de ningún género y engañan mucho más y sin tapujos a los millares de pendejos que conforman el desaprensivo gran público elector. No trabajan sino para sus propios fines. Son capaces de bailar pegado cuando les conviene o de propinar una puñalada trapera a quien antes juraban apoyar de manera irrestricta.
Hagamos un poco de memoria. Muy grande fue la sorpresa ―la indignación para muchos― que generó en la tierra vecina la intempestiva y dramática desalineación y posterior animosidad de Juan Manuel Santos de quien había sido su protector y guía por años, el presidente Álvaro Uribe. El mandatario antioqueño se la había jugado en favor de la candidatura presidencial de Santos, lo que no era sino lógico después de que el otro fuera su más estrecho aliado al frente de la cartera de la Defensa. La traición se inauguró con su loca solidaridad con Hugo Chávez. Mi “nuevo mejor amigo”, lo llamó apenas 100 días después de ocupar la Casa de Nariño. Lo demás es historia reciente.
Pero es preciso reconocer que, de igual manera, la política es capaz de provocar fidelizaciones estrechas, de crear deudas de afectos, de estimular apegos. También la memoria nos hace recordar como Gustavo Petro, siendo alcalde capitalino, se enfrentó a sus seguidores cuando apoyó de una manera inconsulta pero irrestricta la candidatura de Juan Manuel Santos en el proceso preelectoral que lo reeligió presidente de Colombia en el año 2014. “Si no lo apoyan montaré otro movimiento progresista”, los amenazó cuando sus correligionarios le pidieron cuentas. No le quedó otra a Santos que validar el hecho en su discurso de victoria: “sin los miles de votos que le pusieron los miembros del Movimiento Progresista en Bogotá” no habría sido presidente. La afinidad ideológica hizo más patente cuando Petro pidió a su partido apoyar el proceso de paz que años más tarde le valdría a Santos el controvertido Premio Nobel.
Así las cosas, es posible que esa solidaridad irredenta sea la causante de los apoyos que hoy son buena parte del capital electoral de Gustavo Petro en su carrera hacia la presidencia. Muchos comentan que esta justa electoral es otra nueva medición de Uribe contra una alianza de “Petro más Santos”. Y muchos dicen, por igual, que sin el hombro que le está metiendo Santos al candidato del Foro de Sao Paulo, Petro no conseguirá alcanzar los números a los que aspira. Y ello pudiera ser cierto, aunque no sea ni explicito ni visible. Entre las figuras que acompañan al exguerrillero del M19 en esta etapa preelectoral hay unos cuantos importantes políticos que fueron alfiles de Juan Manuel Santos. Si la mano del exmandatario está de por medio para hundir cualquier posibilidad de éxito uribista es algo difícil de discernir.
En todo caso, regresemos a la observación del inicio: la política es capaz de generar círculos virtuosos y círculos viciosos. Ojalá que las alianzas que se están montando para esta justa electoral colombiana estén inspiradas del deseo de hacerle bien a los ciudadanos y no de otro tipo de intereses bellacos o subalternos. Quienes dedican su vida a su ejercicio deberían tener presente la máxima de que “mal paga el diablo a quien bien le sirve”.