Alí Rojas Olaya: Miento, luego existo

Si usted pregunta a varias personas quién es el malo en el conflicto de Ucrania. ¿Cuál cree usted que sería la respuesta? Yo he venido haciendo la misma pregunta en distintos conflictos. Las respuestas son: en Siria el malo es Bashar al-Ásad, en Cuba fue Fidel, en Bolivia Evo, en Libia Muamar el Gadafi, en Irak Sadam Husein, en Panamá Omar Torrijos, en Chile Allende, en Venezuela Chávez y Maduro, etc. Pareciera que se impone la mentira sobre la verdad.

En el año 1603, el dramaturgo inglés William Shakespeare escribe La tragedia de Otelo, el moro de Venecia. En esta obra de teatro, estrenada en el palacio de Whitehall de Londres el 1° de noviembre de 1604, Yago, hombre codicioso y profundamente envidioso desea ascender en el escalafón militar a cualquier precio. Odia y envidia a Otelo medularmente. Para tal ascenso esquiva los peldaños de la verdad y comienza a urdir con perversa filigrana un plan para corromper la confianza que Otelo deposita en su amada Desdémona. Yago hará de la mentira un proyecto constante y coherente, un proyecto sólido, tanto que, con la evidencia del sesgo, dirigirá astutamente la vista a Otelo y moldeará su personalidad hasta convertirlo en un celoso asesino.

En 1712 se publica en Londres el ensayo El arte de la mentira política en el que el médico escocés John Arbuthnot destaca que, para el mejor uso de la mentira, el político –por lo general propenso a mentir– debe saber que las masas tienden a creer todo lo que se les dice. Arbuthnot visualiza la mentira como arte porque es una práctica “útil y noble” cuyo objetivo central es “hacer creer al pueblo falsedades” que van a beneficiarlo. Para lograr tan nefando fin debe emplearse todo un arsenal maravilloso, inverosímil, exagerado, espantoso y terrorífico de calumnias y difamaciones vertidas en libelos, gacetillas, folletines y chismes callejeros o vecinales.

En 1862, el escritor francés Victor Hugo (1802-1885) publica la novela Los miserables en la cual su autor plantea una discusión sobre el bien y el mal, sobre la verdad y la mentira, sobre la ley, la política, la ética, la justicia y la religión. No existe mentira piadosa. Detrás de ella hay odio y su objetivo es perverso. En esto acierta Víctor Hugo, cuando escribe que «la mentira es lo absoluto del mal. Mentir poco no es posible; el que miente, miente con toda la extensión de la mentira; la mentira es, precisamente, la forma del demonio».

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