Alí Rojas Olaya: El último druida

A Óscar Rodríguez in memoriam

San Blathmac fue un monje irlandés de la Edad Media que escribió un poema en el que dice que Jesús fue “…mejor que un profeta, con más conocimientos que cualquier druida, un rey que fue obispo y un completo sabio”. Este poeta, convertido al cristianismo, habla de los druidas, es decir, de aquellas personas de la clase sacerdotal en Gran Bretaña, Irlanda, norte de España, la Galia (Francia y norte de Italia), y posiblemente otras partes de la Europa Céltica durante la Edad de Hierro, cuya función podía ser sacerdotal, como en Irlanda, o profética, como en Gales, en cuyo caso se decía que estaban imbuidos de la awen (“inspiración”) que también actuaba en los bardos que se cobijaban en la covacha del huésped donde eran convocados duendes que druidaban la ronda de los epílogos.

Tras la invasión de la Galia por el Imperio Romano, el druidismo fue proscrito bajo el mandato de los emperadores Tiberio y Claudio en el siglo I después de Cristo, y acabaría desapareciendo de los registros escritos alrededor del siglo II. Con la romanización, la mayor parte de los últimos druidas auténticos desaparecieron, y con ellos sus enseñanzas y conocimientos.

Los registros más antiguos sobre los druidas provienen de dos textos griegos de alrededor del año 300 antes de Cristo: uno fue una historia de la filosofía escrita por Soción de Alejandría, y el otro, un estudio de la magia que fue atribuido incorrectamente a Aristóteles. Estos profetizan que el último druida nacerá al otro lado del mundo, más específicamente en el Caribe, en el siglo XX y dejará una impronta a la humanidad en el siglo XXI.

El último druida, oloroso en la envoltura del desparpajo, cruzó desventuras por huracanes que soplaban por atajos de celtas y deambulaba tenaz por la fusión de olas voraces entre rocas y cumbres. Solía oír canciones que caían del cielo mientras cambiaba el semáforo. Su guarida es un rancho espiral donde se comen sentidos y se beben significados. Era imposible bloquear la bravura de su sangre druida porque era como la cascada en el mármol de la muerte. Siempre entremezcló la vida con algas que surgían escoltadas por la embriaguez del alba para saciar la sed de todas las incomprensiones. El último druida es un soldado cuya ausencia física origina en soledad sombría. Sus letras valúan lo fascinante, atisban locura y remolino, moran en las caracolas y entregan a Merlín la forja de su emblema.

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