Ricardo Gil Otaiza: Algo está ocurriendo

1. Escribo esto el 22 de octubre (dos días antes de su publicación), y la mañana me sorprende con el aniversario de bodas, que no lo había olvidado, sino que por cuestiones de mi eterno despiste casi nunca sé en qué día estoy, y quiero abrir mi columna para decirle a mi esposa que la amo, que fue, es y será el gran amor de mi vida. 36 años de matrimonio se dicen con rapidez, pero es un largo trecho en el que hemos compartido experiencias y, sobre todo, a nuestras tres amadas hijas. Feliz aniversario Telo: eres superior a mí; has sido compañera y maestra de vida.

2. En La letra e (Fragmentos de un diario) Augusto Monterroso escribe en la entrada correspondiente a Pessoa, a propósito de su Libro del desasosiego, lo siguiente: “Pienso si negatividad es la palabra adecuada. Y lo dudo. Imagino que Pessoa la rechazaría. O no; y seguiría adelante sin importarle que yo llame de esa manera un tanto, bueno, sí, un tanto defensiva, a esa tristeza esencial que era el fundamento de su arte.” Monterroso se rehúsa a echar mano de la palabra melancolía para definir todo aquello, y yo hoy lo llamaría depresión; tal vez menos poética, pero comprensible para la mirada del presente, aunque prefiero adoptar también el vocablo “tristeza”, que es de hondura metafísica y literaria. La enorme densidad de las páginas de Pessoa, aunada a ese fatum que como huella indeleble lo atenazaba, hacen de su Libro del desasosiego una obra de elevada hondura. Ya lo dije en esta columna (Terminé Pessoa, 29-10-2023): “una obra-cima literaria que me ha exigido casi tres décadas para decodificar su mensaje, para absorber lo que tiene que darme: sus verdades, sus extravíos, su dureza, y su ausencia de conmiseración para con las almas tibias.”

3. Hoy recordé a Benedicto XVI a propósito de acercarse el segundo aniversario de su fallecimiento (el 31 de diciembre), y mi recuerdo siempre está asociado a la enorme admiración que por su figura siempre he profesado, y que me llevó durante largos años a internarme en su obra teológica y filosófica. Créanme, no supe qué libro llevarme de él y así tener un claro referente de su trayectoria vital e intelectual, y tal cuestión era comprensible (hoy lo reconozco), porque Él es la suma de sus procederes y de su obra, y en cada libro hay una parte esencial de su pensamiento, que se expande en la medida en que los signos de los tiempos (reconózcanlo, o no) le dan la razón: el notorio declive del cristianismo en densas regiones del planeta; lo que lo llevó a reflexionar muchas veces acerca de la Iglesia que sobrevivirá al cambio epocal: el inminente redimensionamiento, así como su tortuoso peregrinaje en las décadas por venir. En lo particular considero que con su partida quedamos huérfanos, no solo de un mentor sencillo y sabio, sino del enorme intelectual comprometido con la palabra transmutada en obra y destino.

4. “…los seres humanos no están hechos para tanta soledad como la que lleva dentro el oficio del escritor”, expresa Manuel Vilas en El mejor libro del mundo, y tiene razón el autor, pero es que para escribir una obra se requiere de introspección, y para alcanzarla es requisito fundamental el silencio y el sosiego que vienen aparejados con la soledad: pero no vista como el atributo de hallarse exento de compañía y de otras voces, sino como la cualidad de estar conectados con el universo aún en medio de una multitud. Sin darle más vueltas al asunto: la soledad de la que nos habla Vilas tiene que ver más con nuestra capacidad de abstraernos del entorno y así generar ideas (mayéutica, y que ningún factor del entorno se erija en obstáculo para ello), que hallarnos solos en medio de la nada para así lograr la anhelada conexión con las ideas.

5. Muchas veces me pregunto: ¿por qué escribo?, ¿para qué escribo? y ¿para quién escribo?, y créanme que a veces las respuestas no son tan obvias como cabría suponerse, porque tales interrogantes se entretejen en una suerte de complejidad que escapa a mi comprensión y se pierden en las neblinas de los tiempos. Sí, hay en mí una innata propensión a comunicar sentimientos y emociones (pero soy tímido por definición, aunque parezca antinómico), a interaccionar con los otros, a plasmar aquello que anida en mi ser: eso es cierto; pero hay también una necesidad interior de expresar desde distintos géneros todo aquello que me constituye, y es así que el “por qué” y el “para qué” se conjugan en una misma dinámica o entidad metafísica, para recrear mediante argumentos y artificios aquello que la cruda realidad patentiza en hecho y memoria personal y colectiva. Suelo recorrer mis días con muchas historias en mi cabeza, alimentadas por mi gente y por la cotidianidad, y en paralelo hay en mi cabeza decenas de maneras de contarlas, de transmitirlas, de darlas a conocer. Es decir, recorro la vida pensando en cómo contarla, y en ese ejercicio metaliterario paso mis horas y mis días, y son los otros (familiares, conocidos, amigos o mis lectores) los potenciales destinatarios.

6. Algo está ocurriendo, dijo al mirar al cielo, y cayó de rodillas.

7. A veces accedo a la peligrosa tentación de pensar que sería interesante convertirme en una suerte de “oráculo viviente”, al que todos reconozcan y acepten sin titubear y no gastar así tanto esfuerzo y energía en comunicar todo aquello que sale de mi pluma. Y me respondo de inmediato: sí y no, porque si no eres aceptado serás un paria de la sociedad, y si todos te aplauden posiblemente seas un mal poeta (ensayista o narrador). En esto me acojo al principio de lo ecléctico: que busca el centro y el intermedio de una postura o de una creencia en general (algo así como el fiel de una balanza). Es entonces cuando se asoma por allá mi adorada madre para decirme desde lo inasible, con voz tierna y comprensiva, que en el medio está la virtud, y a ello me acojo cuando los linderos entre ser y no ser, la nada y el absoluto se difuminan en un amplio e irreconocible espectro de posibilidades.

rigilo99@gmail.com

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