Luego de unas inacabables, e impuestas, vacaciones por razones médicas; gracias al celo y cuido de mi familia y los matasanos, y pese al veto laboral que ambas partes me han hecho acatar, aquí estoy de vuelta. Por supuesto que voy escapar a la “corrección” con la que tratan de castrarnos, y los modos que se pretenden imponernos para llegar a absurdos como el del título que hoy uso para estas palabras.
Es imposible dejar de escribir sobre el próximo proceso electoral para el que han pretendido llevar, de manera obligatoria, a la ciudadanía. Los votantes cada día son más impermeables a las promesas, de aves preñadas volando en retroceso, que andan pregonando tanto los títeres de Maduro, y su combo, como de los que se llaman “representantes” de la oposición. Muchos de ellos, viejos zorros de nuestra política criolla, eternos vividores de las arcas públicas, ya comienzan a ponerse las nalgas en remojo y claman por la necesidad de la participación para garantizar que el proceso electoral se lleve a cabo de manera transparente.
¿Tranparente dicen? ¿A quién creen que van a engatusar con semejante arenga desteñida? Poco les falta para lanzar una campaña de algo así como: ¡Un soberano pa’l partido! Ya lo he escrito en diferentes ocasiones, son capaces de tragarse un burro y ni un eructo sueltan. El cinismo, o miseria moral, de esta casta es digna del libro Guinness. Da tristeza y duele ver a gente respetada y querida haciéndole el coro a semejante pantomima. Hay ocasiones en que provoca reír ante lo rocambolesco de los argumentos que manejan para justificar lo que no tiene manera de ser explicado.
El espectáculo es bochornoso, para decir lo menos, y las muestras sobran. Nunca imaginé ver a Claudio Fermín haciendo de comparsa de un personaje como Leocenis García, solo comparable con William Ojeda, en su coqueteo con el ejercicio político. Reitero, los ejemplos abundan como la verdolaga.
¿Alguien puede explicar cómo pueden sustituir la acción con la pasividad? Tratan de hacernos tragar la rueda de molino de que el “diálogo”, junto con unas elecciones amañadas y absolutamente sucias, es la única salida para recuperar los restos del país. De vez en cuando, estos y aquellos, hacen guiños al mundo exterior para seguir exprimiendo la ubre de la ayuda humanitaria o solidaria, sea en verdes divisas o en asiática moneda, para continuar medrando y jorobándonos la paciencia con sus ditirambos de mamarrachos enfebrecidos.
¿Ir a votar? En estas condiciones jamás, sería hacerle el juego a Maduro y su corte de malandrines desembozados. ¿Apoyar una candidatura? En este escenario nunca, no podemos hacerle el juego a los vividores de oficio que, a cuenta de políticos, han derivado hasta convertirse en unas caricaturas mal trazadas de lo que es el arte y oficio de gobernar.
Todo proceso social tiene su propia dinámica, la cual se constituye según los agentes presentes en cada momento histórico. Venezuela no termina de generar un liderazgo que sin complejos, ni intereses bastardos, combine calle y salón. Es la presión de esos votantes, tantas veces utilizados y despreciados, y ahora halagados con hipocresía, en acciones de calle, junto con negociaciones, hasta con el diablo de ser preciso, pero con transparencia, la que hará que salgamos de la dictadura y de la casta que tanto daño nos ha hecho. Por lo pronto dejémosle que sigan jugando a los estadistas, mientras retozan en el charco de su vileza y pescan cualquier mendrugo que les arrojen, ya tendremos la ocasión de sacarlos a cajas destempladas.