Siendo todavía arzobispo de Milán, Giovanni Battista Montini, futuro Papa Pablo VI, apuntaba la trascendencia del rol del sacerdote católico en el mundo contemporáneo: “ese mundo que nos ignora, que se burla de nosotros, o nos declara inútiles e incómodos, o incluso nos considera enemigos, ese mismo mundo es el que nos desea y nos llama».
Igual que el fermento de la masa (Mateo 13:33), los sacerdotes están llamados a producir un cambio en el medio, siendo modelos de un estilo de vida que, sin deslindarse de las realidades cotidianas, proceda en consonancia con el Evangelio.
Y así, es cada vez más frecuente y oportuno toparse con sacerdotes en las más diversas esferas. En España, sin ir más lejos, sembró una estela de cariño la presencia evangelizadora de Fray Marcos, periodista y comunicador social, en Master Chef.
Me aproximo al Padre Alfonso Maldonado movida por el interés en su libro El crimen del muelle y otros relatos, que ha cosechado muy favorables comentarios tras ser publicado en España. Su rol de escritor se encuentra tan firmemente vinculado a su ministerio, que no sé precisar dónde acaba el uno y dónde empieza el otro.
Esta colección de nueve cuentos constituye una incursión en la literatura infantil tras una primera obra publicada durante la pandemia, Confinamientos griegos, que se nutrió de los estudios que había realizado sobre Sócrates y Platón en el marco de la Maestría en Filosofía, Política y Economía que estaba cursando. En paralelo, acometió una segunda Maestría en Filosofía, llamada a suplir información que el sacerdote estimaba necesaria para desarrollar apropiadamente la tesis de la primera. Esto sin contar su maestría previa en Teología, su formación en psicoterapia gestáltica y sus dos diplomados en Derechos Humanos, mención Participación y mención Acceso a la Justicia.
Alfonso considera tardía esta aproximación a la literatura, pese a que siempre se imaginó escribiendo, aunque no necesariamente ficción. Sus responsabilidades en las parroquias de María Auxiliadora y La Milagrosa, en Barquisimeto, y más recientemente en Caracas, limitarían el tiempo disponible para la actividad literaria. Sin embargo, ya se había planteado como temas la afectividad del sacerdote y la transparencia de las finanzas en el Vaticano, asuntos que descartó después por parecerle poco novedosos tras la aparición de otras obras al respecto. Pero siempre primó en él una idea: “La ficción es un buen vehículo, sea para decir algo, sea para entretener. Bastaría con que fuese algo entretenido, pero no me sentiría satisfecho con eso: me gustaría que pudiese, al mismo tiempo, mostrar algo que quizá la gente no ha percibido”.
Y así, se propuso que las historias de El Crimen del Muelle, inspiradas en los cuentos que le contaba su madre, y en los que él le contaba a los hijos de sus amigos y a otros niños cercanos al Seminario, pudieran afianzar ciertos valores.
Al mismo tiempo, asume la escritura también como una forma de crecimiento personal: “El que yo me pregunte qué piensa alguien que no tenga mis valores, mis puntos de referencia; el hecho de poder sentirlo en carne propia para luego ponerlo por escrito, me parece que es fabuloso y me ayuda mucho, porque no me limita a lo que es mi vivencia como sacerdote. Me enriquece y permite que, al mismo tiempo, la gente me sienta dispuesto a escuchar su experiencia, por distinta que sea a la mía”.
Celebramos que el padre Alfonso Maldonado haya complacido a quienes le instaban a poner sus narraciones por escrito, lo cual va redundando en una literatura que es, a la vez, amena y útil.
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