Algunos ciudadanos me preguntaron hace algún tiempo ¿será posible que Venezuela pueda regresar a la prosperidad relativa vivida por ellos y sus ancestros entre 1918 y 1983 –durante 65 años– cuando éramos felices y no sabíamos la razón?
Para responder a esa pregunta, revisé y analicé objetivamente parte de la historia disponible y me pregunté filosóficamente ¿qué era lo que se hacía diferente en el país en esa época, para tener una economía relativamente sana y creciente, que producía prosperidad y bienestar a los habitantes de la nación?
A continuación, expondré los hallazgos encontrados, el análisis realizado y la conclusión de esta corta pero profunda investigación:
Entre el 28 de julio 1914 y el 11 noviembre de 1918, se desarrolló la Primera Guerra Mundial y Venezuela, por ser un país productor y exportador de petróleo, recibió un monto considerable en divisas, por el suministro de crudo a los países aliados, siendo también que en el gobierno estaba un ciudadano llamado don Juan Vicente Gómez –a quien le decían el Benemérito– y este buen líder, con su visión de estadista, emulando a Napoleón Bonaparte – quien fue el creador del franco de oro, con el que sacó a Francia de la ruina, eliminando la inflación dejada por las monarquías y los revolucionarios anteriores, convirtiéndola en un imperio–, implantó en Venezuela en 1918 una moneda llamada el bolívar oro, donde cada bolívar emitido tenía un respaldo de 0,29 gramos de oro y esa moneda estuvo vigente hasta finales de 1974, manteniendo una inflación promedio anual durante 56 años del 1,3 %, un PIB creciente y una tasa baja desempleo.
En la década de 1920, Estados Unidos y en el resto del mundo vivieron los locos años veinte, cuando se disparó: el consumo, la liquidez monetaria y el crédito bancario, mucho del cual se usó para apalancar la especulación en la bolsa con acciones de empresas –lo cual al principio genera una falsa sensación de riqueza, prosperidad y euforia, pero la experiencia demuestra, que la obtención de beneficios monetarios sin producir nada real, no es sostenible en el tiempo– y entonces, en 1929 ocurrió un crack bursátil en la ciudad de Nueva York, que quebró a bancos, empresas, ciudadanos y naciones, causando la gran depresión de los años treinta, que condujo a la Segunda Guerra Mundial entre 1939 y 1945, de tal manera que, aunque este crack no tuvo efectos colaterales graves para Venezuela, por poseer una moneda fuerte, estable y honesta, a solicitud de Estados Unidos, el gobierno nacional en 1929 hizo la primera devaluación, después de haber implantado el bolívar oro, pasando el tipo de cambio de 3,35 bs/dólar a 3,90 bs/dólar, para hacer más barato el crudo que exportaba Venezuela y cuyo precio era cerca de 2 dólares/barril.
Durante el mandato de don Eleazar López Contreras, siguiendo las prácticas monetarias correctas para un país exportador de crudo, en 1937 se procedió a revaluar al bolívar oro y la tasa de cambio regresó de 3,90 bs/dólar a 3,35 bs/dólar, siendo que este tipo de cambio se mantuvo estable, hasta que en 1961 en el gobierno de don Rómulo Betancourt se hiciera la segunda devaluación de 3,35 bs/dólar a 4,30 bs/dólar, tasa que se mantuvo estable hasta 1983.
Cabe destacar que, durante la Segunda Guerra Mundial –1939 a 1945– Venezuela también recibió un monto considerable en divisas, por las exportaciones de crudo y combustibles, que eran necesarios para mover la maquinaria bélica de los países aliados y esas divisas sirvieron para apuntalar aún más las reservas internacionales y mantener la fortaleza del signo monetario nacional, que seguía estando respaldado por oro.
El 30 de diciembre de 1974, en el primer gobierno del Sr. Carlos Andrés Pérez, se publicó en la Gaceta Oficial la eliminación del bolívar oro, emulando el grave error que había cometido Mr. Richard Nixon en Estados Unidos, el 15 de agosto de 1971, cuando repudió los acuerdos de Bretton Woods, al eliminar la convertibilidad de una onza de oro por 35 dólares y se puede decir, que esas fueron las fechas en que abrieron la caja de Pandora y se jodieron países exitosos en el pasado, como eran Venezuela y Estados Unidos, por haber eliminado el patrón oro, que mantenía a las economías sanas y en auge y por estar escuchando los cantos de sirena de “supuestos expertos en economía”, que llevaron a los gobiernos a implantar teorías económicas fracasadas como son el keynesianismo y el monetarismo, que se basan en la producción de un dinero por parte de bancos centrales –base monetaria– y los bancos comerciales –créditos de origen inorgánico, mediante la reserva fraccionaria– en cantidades astronómicas, sin tener respaldo tangible y por ende, es un dinero sin capacidad de conservar su valor, cuyos objetivos son financiar populismos, guerras y burocracias improductivas o por otra parte, apalancar a especuladores, para que estos obtengan grandes beneficios con el dinero ajeno, sin trabajar ni producir algo real –haciendo creer a los ingenuos, que la economía es la bolsa y que la bolsa es la economía–, lo que hace que se repitan periódicamente crisis económicas globales, como la gran depresión mundial de los años treinta en el siglo XX.
Por el error monetario del Sr. Carlos Andrés Pérez en 1974, gracias a la inercia económica inherente a la existencia del bolívar oro en los 56 años anteriores, a pesar de la corrupción generalizada, la especulación financiera, el despilfarro y el endeudamiento en divisas del país, para pagar la nacionalización de las empresas del hierro y el petróleo a las corporaciones internacionales concesionarias, junto con lo expoliado por grupos económicos como los doce apóstoles que lideraba el Dr. Pedro Tinoco, el país pudo soportar nueve años sin devaluar al bolívar, hasta que el Dr. Luis Herrera Campins, el 18 de febrero de 1983 –llamado el viernes negro– devaluó por tercera vez la moneda, quedando en 4,30 bs/dólar para algunos privilegiados; a 6,50 bs/dólar para otros y a 7,50 bs/dólar para los demás, lo que se llamó “Régimen de Cambio Diferencial o Recadi” que generó gran corrupción cambiaria en los tiempos siguientes, por quienes obtenían divisas a precios preferenciales y cada cierto tiempo se hacían cambios de nombre a los perversos métodos de asignación de divisas.
A partir de esta devaluación se arreció la campaña manipuladora de los apologistas de las prácticas devaluatorias –supuestos expertos económicos sesgados y políticos ignorantes o corruptos, quienes al menos deberían disculparse con la nación, por sus reiteradas metidas de pata– mediante la repetición de mantras tales como: el bolívar está sobrevaluado, Venezuela sufre la enfermedad holandesa, para exportar hay hacer devaluaciones competitivas, la expansión de liquidez no genera inflación, hay que disminuir el encaje legal, hay que implantar controles de cambio, si quitamos el control de cambios nos tumban, etc, y con esas falacias, todos los gobiernos después del Dr. Luis Herrera, continuaron devaluando al bolívar y generando montos exponenciales de dinero sin valor, haciendo las delicias de políticos y funcionarios corruptos, especuladores y supuestas bancas de inversión, cuyo modus operandi para apropiarse del dinero ajeno era: solicitar créditos en moneda nacional, comprar divisas y enviarlas a bancos extranjeros, donde algunos fueron a su vez robados por delincuentes financieros internacionales, siendo que con las devaluaciones y la inflación subyacente, por las expansiones astronómicas de liquidez, los prestatarios licuaban sus deudas, arruinando a los ciudadanos y a la nación, mientras que los manipuladores dividían y enfrentaban con dicotomías para tontos a la población, entre: izquierda o derecha, rojos o azules, socialistas o capitalistas y otras taxonomías estúpidas, para que las mayorías no se dieran cuenta de que estaban siendo estafadas, apareciendo así la paradoja de los ciudadanos millonarios pero arruinados, por no saber distinguir entre magnitudes nominales y reales, lo que genera el espejismo del crecimiento de ceros, que hubo que eliminar en cantidad de 14 dígitos en los últimos 13 años.
Entonces, de lo anteriormente expuesto se puede concluir que lo que se hacía de manera correcta en parte del siglo pasado era: mantener una moneda sólida, fuerte, estable y honesta; tener una tasa cambiaria fija; poseer un sistema financiero serio, responsable y ético; junto con la existencia de gobernantes capaces y eficientes, quienes tenían visión de estadistas y que además buscaban lo mejor para la nación y sus ciudadanos.
Una frase famosa de Vladimir Lenin afirmaba: “Si quieres destruir un país, destruye su moneda” y podríamos replicar a esa aseveración con la frase: “Si quieres reconstruir un país, reconstruye su moneda”, que es la acción más correcta y prioritaria que debería hacer el gobierno de Venezuela y afortunadamente, ya hay algunos cambios positivos de paradigmas errados, tales como es permitir la libre circulación de monedas extranjeras y el manejo de cuentas en divisas en la banca nacional –donde no debería volverse a permitir la apropiación indebida de los depósitos, como ocurrió en el pasado con las disminuciones del encaje legal para otorgar créditos sin regulaciones apropiadas o más recientemente, con el Convenio Cambiario N° 20, donde los clientes tienen sus divisas en el limbo– y con la posible aplicación de políticas monetarias correctas, como sería respaldar al bolívar con oro en el corto plazo.
Desde el punto de vista fiscal, es fundamental el cambio de administradores en las empresas públicas deficitarias, mediante concesiones vía licitaciones internacionales, a inversores privados honestos, reconocidos, eficientes y capaces de producir bienes y servicios de calidad, para hacerlas autosuficientes y así poder lograr junto con una moneda fuerte, un financiamiento estable del gasto público, que no dependa de la emisión de dinero por parte del BCV, de tal modo que el ciudadano recupere el poder adquisitivo de su ingreso real mensual, que debería ser de al menos 60 kilogramos de carne de res de primera calidad y entonces, así se puedan crear las condiciones necesarias para regresar a la prosperidad que existió en parte del siglo XX, pero esto solo se logrará con la participación y el aporte de los mejores ciudadanos con que cuenta la nación, independientemente de su pensamiento o de su ubicación política.