Alberto Aranguibel
Una de las más acertadas decisiones del comandante Chávez como estratega excepcional en el campo de la política, fue la de darle el debido lapso a aquellos procesos en los que en una primera aproximación el común de los políticos tienden a precipitarse.
Fue precisamente con esa estrategia como logró derrotar las pretensiones golpistas de la dirigencia opositora cuando ésta llamó a sublevarse en la Plaza Altamira de Caracas, evento que toda la dirigencia revolucionaria (e incluso la militancia de a pie) consideraba que debía ser disuelto, con el uso de la fuerza militar si fuese necesario, ante la inminente amenaza que en un primer momento parecía representar para la Revolución aquel demencial despropósito.
El comandante llamó entonces a la ponderación y a la calma, y su frase “Dejémoslos que se cocinen en su propia salsa”, pasó a la historia como una consigna de claridad imperecedera dado el bochornoso fracaso que a la postre significó para la derecha aquella insensata y ridícula iniciativa golpista.
Exactamente igual a lo que hoy experimenta quien hasta hace poco era visto como la más poderosa arma jamás usada por el imperio norteamericano y la derecha continental contra el proceso revolucionario venezolano, en la repugnante figura del Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro.
Efectivamente, lo que en algún momento llegó a ser el portentoso vocero de toda la derecha latinoamericana al frente del más brutal y perverso asedio contra un pueblo noble y pacífico como el venezolano, no es hoy sino el destartalado gestor del fracaso de las más cuestionadas acciones nunca antes perpetradas contra la integridad y la cooperación entre las naciones del Continente, como las que él personalmente ha emprendido desde el primer día de su desempeño en el cargo.
El repudio hacia su gestión, categóricamente expresado esta semana por el Canciller mexicano, es solo el corolario de los múltiples señalamientos que ha acumulado con su persistencia en el intervencionismo y la desestabilización de gobiernos progresistas en la región.
A medida que transcurre el tiempo, el carácter despreciable de Almagro irá quedando cada vez más en evidencia. Será indiscutible que el problema nunca fue Venezuela sino él.
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