La norma protocolar no establece en forma taxativa que los reyes deban ponerse de pie ante el paso de nadie frente a ellos. Por el contrario, suele ser una norma universal en todas las culturas regidas por la modalidad de la monarquía, que son quienes pasen por delante de algún rey quienes tienen, no solo que ponerse de pie, sino hacer las respectivas reverencias a las que está obligado todo súbdito.
De hecho, la mayoría de los reyes de la antigüedad ni siquiera permanecían sentados a la hora de recibir a sus visitantes, por muy dignatarios que fuesen, sino que se quedaban echados en la misma gran cama que solían usar para sus lascivos entretenimientos de la más dilatada depravación sexual con sus esclavas y esclavos.
De eso hubo mucho en la Roma imperial. Solo que la historia, cómplice eterna de las clases pudientes, los excusa refiriéndolo casi siempre a las deidades y no propiamente a los emperadores.
Claro que el rey sabía que había que ponerse de pie al paso de la gloriosa reliquia patria que es la Espada de Bolívar. Lo que no sabía era que esa norma protocolar aplicaba a los integrantes de la monarquía.
Y mucho menos a la monarquía cuyo continente, legítimamente conquistado por los antepasados de la Corona que él hoy ostenta, le fuera arrebatado por una sarta de bandoleros de caminos que en mala hora se narcotizaron con la idea de sublevarse a los designios imperiales de la madre España de hace dos siglos y medio, como muy probablemente estaría él pensando hacia sus adentros en ese preciso instante.
Estar sentado en una plaza que lleva el nombre del líder de quienes para él fueron simples bandoleros, desde su punto de vista llena de la misma gentuza polvorienta y mal oliente que los ayudó a cometer aquel infausto crimen contra la realeza española, y encima de todo eso escenificando aquella blasfemia de la adoración al arma con la que aquel caudillo de montoneras asesinó a tantos compatriotas suyos en las luchas mal llamadas independenstistas, tiene que haber sido un martirio infernal para ese pobre rey.
Dejen ya tranquilo a ese sujeto. No hay que reprocharle más. Con ese martirio de ver a tanto pueblo celebrando la gloria de su más grande héroe, cantando las canciones patrias que lo exaltan y lo veneran, es suficiente.