Por Mitzy Capriles de Ledezma.
Cuando conocí a Antonio Ledezma en la ciudad de Calabozo en 1983, jamás me había imaginado ser la esposa de un dirigente político asumiendo las lides que corresponden en estos casos, cuando de verdad te relacionas estrechamente con la persona llamada y escogida por una misma a compartir la vida. Eso implica todo.
Tu tiempo y tus ilusiones pasan a ser sueños conllevados con la pareja que comienza a ser tu destino simultáneo con el que le atañe a ese ser que se te atravesó en el camino.
Cuando conocí en la ciudad de Maracaibo a Begoña, me vi reflejada en ella en muchos rasgos. El más prominente de esos atributos, fue el semblante de ser madre a tiempo completo, sin desdeñar las otras tareas propias de una esposa solidaria con su pareja y padre de sus hijos. Fue en su amada capital zuliana cuando se produjo nuestro primer encuentro, en el que poco tiempo fue más que suficiente para calar bien a ese ser humano noble, decente, inteligente, valiente y solidaria con la causa de su marido.
Me veía reflejada en ella observando el corri-corri que se desata cuando tienes que estar pendiente de todo lo atinente a los muchachos que estás tallando en el hogar, pero a la vez apoyar a tu compañero con el que haces la llave matrimonial. Y es en ese derrotero en el que tienes que estar presta y preparada para asumir todo lo que te puede deparar el trajín político.
Con Antonio he aprendido que hay tiempos de risas, alegrías, pero también de sufrimientos por diferentes causas. Las derrotas, por ejemplo, en la vida de un político son un hecho natural, porque además si ese dirigente ha sido formado para levantarse una y otra vez, llegarán las victorias como el aire que respiramos día a día.
Pero lo que si no deja de conmovernos-y en esta apreciación coincidíamos Begoña y yo-es en las traiciones que nos negamos a transigir como algo natural en la política. Afortunadamente, ella y yo, somos cristianas de formación y convicciones muy acendradas, por eso el perdón está en nuestras oraciones para no llevar el peso de las perfidias a cuesta.
Begoña asimilaba los desplantes y falacias que tenían como blanco a su bien amado Juan Pablo, que era insignia de justificada admiración para ella. Por eso se querían y respetaban entrañable y mutuamente.
Mientras Antonio Ledezma permanecía injustamente preso, no faltaban las llamadas de Begoña, dándome ánimo, fuerzas y respaldando nuestras diligencias abogando por su libertad.
Lo hacía, así lo percibía, con sentimiento granítico, auténtico, emotivo, nada en ella era postizo.
Otra de sus virtudes era su transparencia y por lo tanto inocultable esplendor como ser humano levantado sobre solidos principios, valores, excelentes modales y buenas costumbres.
No se desvivía por el poder que pudiera alcanzar o conquistar su esposo, más bien perseveraba para que ambos no se extraviaran jamás del camino que corresponde transitar, sin dejar atrás, ni de lado, el poder de la moral y la fuerza que solo brota, como un torrente inagotable, de la honradez con que se asuma la vida. Desde este doloroso exilio hemos seguido de cerca y con orgullo las posiciones que ambos han puesto al servicio por la causa de la libertad de Venezuela.
Desde que nos enteramos de sus dolencias no hemos cesado en orar por su recuperación. Lamentablemente no ha sido posible y Dios la ha llamado a su regazo. ¡Esa es la sentencia divina que no se cuestiona! Ahora nos queda rogar por su eterno descanso en la gloria del señor.