- En las últimas semanas la preocupación en el amplio mundo de la oposición venezolana ha girado en torno a la aparición de reuniones de algunos de sus grupos con el gobierno de Maduro, o de cartas de distinto signo dirigidas a la administración Biden. Temas sobre cómo abordar una negociación con el régimen venezolano y las sanciones internacionales en su contra han estado de nuevo en el tapete.
- Frente a esto, hay dos posibilidades de reacción. Una, quedarse lamentando sobre cómo estos hechos parecieran profundizar la ya crónica dispersión y desencuentro de los actores de oposición. La otra, intentar ver cómo se puede aprovechar el momento para la necesaria e ineludible tarea de reencuentro de nuestras fuerzas políticas y sociales democráticas. Lo inteligente es hacer lo segundo.
- Para ello, sin embargo, hace falta una precondición básica que es la despersonalización del debate. Un síntoma de primitivismo político es anteponer el mensajero al mensaje, como una forma de esquivar el trabajo intelectual más elaborado que es responder a los argumentos de este ultimo. Es lamentable cómo no hemos superado la perniciosa herencia cultural del militarismo bolivariano, que en su indigencia teórica solo habla de amigos y enemigos, o traidores y leales. Una muestra de adultez, tanto en política como en la vida, es atender a los argumentos más que a quien los esgrime. Así que huyamos de la trampa fácil de las infantiles categorías dicotómicas sobre las personas, y centremos la atención en lo rescatable o no de sus argumentos.
- Hay sectores que plantean que la presión externa –sanciones incluidas– es en la práctica la principal herramienta, si no la única, que hace que el gobierno de Maduro pueda pensar en la conveniencia –para él, por supuesto– de permitir ciertas reformas políticas a fin de huir de ella. En este contexto, las sanciones son un arma estratégica de presión para viabilizar la posibilidad de una negociación que conduzca a su vez a reformas políticas. Pero, al parecer, permitir esas reformas políticas le resulta tan caro al gobierno que ni siquiera el arma de las sanciones es suficiente para convencerlo.
- Hay una segunda propuesta que plantea que si lo anterior es así, levantemos entonces las sanciones, porque hacerlo sería un arma de mayor y más efectiva presión. Sin las sanciones, el gobierno entraría en un proceso de apertura económica, lo cual en teoría debería llevar a reformas políticas. El problema con esta propuesta es que la historia ha demostrado que hay regímenes autoritarios y dictatoriales que pueden aplicar con éxito reformas económicas sin que ello conduzca a reformas políticas. De hecho, el mismo Maduro pudo reducir la hiperinflación venezolana sin hacer una sola reforma política. Sin los conectores sociales apropiados, ambas esferas, la económica y la política, pueden manejarse con bastante autonomía con respecto a la otra.
- La primera propuesta no ha funcionado, al menos todavía, y no hay indicios de que lo haga en el futuro predecible. La segunda tiene la ventaja de existir solo en el plano teórico, pero levanta dudas en cuanto a su consistencia interna: las sanciones no logran ser lo suficientemente fuertes o efectivas porque le parece muy costoso y peligroso al gobierno permitir reformas políticas, renuncio entonces a esa herramienta para que el gobierno pueda adelantar reformas económicas por su cuenta. En otras palabras, o me olvido de las reformas políticas o espero que unas conduzcan a las otras. En esta propuesta, según palabras de Pedro Pablo Peñaloza, el objetivo no sería cambiar a los actores que están en Miraflores, sino que ellos mismos cambien.
- Un tema en paralelo a este debate es el del impacto real de las sanciones sobre las condiciones de vida de los venezolanos. Existe muy poco consenso sobre el grado de atribución que puede otorgársele a las sanciones en el desempeño económico del país después de 2017, y mucho menos todavía sobre las condiciones de vida de la población. Los datos no solo distan de ser concluyentes, sino en algunos casos son contradictorios. Así, por ejemplo, uno de los hallazgos del enjundioso estudio “Impacto de las sanciones financieras internacionales contra Venezuela: nuevas evidencias” (Team Anova, 21 de enero de 2021) es que “aún cuando la estrategia de sanciones contra Pdvsa podría ser responsable solo parcial de la caída en la producción petrolera, no existe evidencia que las sanciones hayan tenido un efecto negativo sobre la disponibilidad de insumos humanitarios básicos. Por el contrario –continúa el estudio– las sanciones de agosto de 2017 están asociadas, directa o indirectamente, con un aumento y posterior estabilización de las importaciones de alimentos y medicinas”
- El tema por supuesto tiene que seguir siendo analizado a profundidad y sin prejuicios, con base en datos y no solo en opiniones y pareceres. Lo que no es conveniente es llegar a conclusiones políticas a partir de premisas que todavía deben ser estudiadas y comprobadas en su real naturaleza y dimensión. El riesgo de repetir el estrepitoso error del empresariado de la Cosep (la Fedecámaras nicaragüense) y de algunos sectores políticos en la Nicaragua de Ortega está allí y es muy alto. La estrategia de privilegiar la exigencia de libertades económicas esperando a que eso conduzca a libertades políticas produjo una esperanzadora luna de miel en ese país entre el régimen de Ortega y el empresariado, acompañada de buenos negocios y ganancias para algunas empresas, para terminar estrellándose contra la dura realidad apenas unos años después. En vez de las esperadas reformas políticas, lo que sobrevino fue el reforzamiento del poder de Ortega y persecución y cárcel contra los esperanzados promotores de tal estrategia. Que no se diga mañana que los venezolanos de hoy fueron tan ingenuos que teniendo a la mano la única herramienta a la que el gobierno temía, decidieron por cuenta propia dejar de utilizarla. Pero que tampoco se diga que, a pesar de su inviabilidad histórica, seguimos creyendo que la solución a la crisis es “crear con el concurso de la comunidad internacional una amenaza creíble para que el régimen desaloje las instituciones que usurpa….” como plantea otra de las cartas de moda dirigidas a la administración Biden.
- Es entendible la frustración de muchas personas y sectores ante el poco avance de la estrategia democrática para lograr la realización de elecciones libres que permitan la superación del régimen madurista. Pero esa frustración, legítima y entendible, no debería llevar automáticamente al abandono de la estrategia sino a su revisión para ver qué puede estar faltando. Ante la frustración de no pasar un examen, el consejo al alumno no es que deje de estudiar. Por supuesto, no faltará quien le diga que si se la pasa estudiando y no logra pasar, debería intentar otras opciones distintas para aprobar la materia. Lo cierto es que la única estrategia valedera y efectiva para superar una asignatura es revisar la forma como se está estudiando, quizá la manera de abordar los exámenes, pero nadie en su sano juicio diría que la solución para el éxito académico es dejar de estudiar.
- Igual ocurre con la estrategia democrática, que es la de apostar por una negociación exitosa que conduzca a la realización de elecciones libres como mecanismo indispensable para una transición viable. Sin embargo, para el éxito de esa estrategia basada en la negociación y la salida concertada es indispensable la generación y presencia de condiciones sociales de presión, y es precisamente allí donde estamos fallando. El problema no está en el diseño de la estrategia sino en su aplicación, porque una variable clave para su éxito no ha logrado ser desarrollada. Por ello lo verdaderamente importante para la lucha por la liberación democrática de Venezuela no es el acento que ponga una o la otra de las cartas de moda, sino justamente lo que ninguna de las dos dice. Sin eso –lo que no dicen– ni lo que propone una ni la otra será posible de alcanzar.
- ¿Qué es lo que no dice ninguna de las famosas “cartas” ni los documentos de las reuniones de algunos con el gobierno? ¿Por qué no ha funcionado hasta ahora el mecanismo de la negociación? Porque al lado de la presión externa (que incluye la aplicación de sanciones contra el gobierno) no se ha desarrollado la necesaria presión cívica interna que junto a aquella actúen en conjunto y coordinadamente como incentivos para obligar al gobierno a negociar. Porque sin incentivos y sin presión, la negociación es una quimera. Por tanto, no se trata de abandonar la presión externa –con todas sus herramientas, sanciones incluidas–. La clave es desarrollar el otro polo que no ha sido todavía creado para que la ecuación funcione
- Nuestra preocupación primordial entonces en estos momentos debería ser cómo trabajar a lo interno buscando identificar e instrumentar los mecanismos para generar esa presión cívica. Y es en esta tarea y en esta prioridad donde podemos encontrarnos todos, no importa con cuál “carta” o reunión simpatiza usted. Sin presión cívica interna las acciones de la comunidad internacional (de nuevo, sanciones incluidas) no tendrán mayor efecto, no importa cuánto pida usted que las mantengan o aumenten. Pero sin presión cívica interna tampoco va a haber reformas económicas salvo que esperemos que nos las den de gratis, ni va a haber derechos políticos salvo que confiemos que nos los regalen por concesión graciosa. En otras palabras. las dos posturas mencionadas arriba deberían obligatoriamente encontrarse en la tarea de tratar de generar condiciones concretas de presión cívica interna porque ambas posiciones requieren de ello para tener algún grado de viabilidad.
- ¿En qué consiste esa tarea que nos puede unificar y dónde deberíamos todos encontrarnos? Al lado del acercamiento con los sectores moderados y pragmáticos del gobierno, quienes también pueden colaborar en el debilitamiento de la coalición dominante, es urgente el trabajo de articulación aguas abajo de las fuerzas sociales y políticas democráticas y de reconstrucción del tejido social. Ello pasa por estimular y acompañar a los movimientos sociales (sindicatos, gremios, estudiantes, mujeres, comunidades) a organizarse para luchar por sus reivindicaciones, hacerse presente en sus luchas y colaborar con ellas, buscar la negociación a lo interno en el espectro de las fuerzas democráticas a partir del fortalecimiento de los diálogos y encuentros con organizaciones sociales, respetando su autonomía, ayudándoles en su reorganización, estimulándoles a subir su voz y aumentar su visibilidad, y multiplicando las experiencias de encuentros transectoriales que ya se han iniciado en algunas regiones del país.
- Esta tarea no es ni fácil ni rápida, no es efectista ni llena titulares de prensa. Es mucho más fácil escribir cartas o reunirse en Miraflores que dedicar tiempo, inteligencia, tolerancia y mucho esfuerzo a llevarla a cabo. Eso es entendible. Pero es imposible renunciar a hacerla sin que ello implique la perpetuación del modelo de dominación en el poder. Porque las transiciones exitosas en la historia han supuesto siempre dos factores en sinergia: por una parte, la movilización activa y la presión cívica de la población organizada, y por la otra el trabajo político de construcción de alternativas para la superación del hegemón. Uno sin el otro simplemente no funciona.
- Por eso, mientras seguimos discutiendo –lo cual es no solo inevitable sino deseable en una comunidad democrática– avancemos en lo que es común y necesario para la viabilidad de cualquiera de las proposiciones en pugna. Porque, de nuevo, sin desarrollar esa variable interna ninguna de las propuestas sobre la mesa dejará de ser solo un buen deseo.
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