Dos migrantes, que decidieron regresar a Venezuela luego de vivir años en Argentina y Estados Unidos, nos cuentan cómo han sido sus experiencias una vez que pisaron la tierra que los vio nacer. Ambos coincidieron en que encontraron un país con tímidos avances y fallas de servicios, pero estar con sus respectivas familias hace más llevadera la situación
Las improvisadas viviendas contrastaban con el imponente mar azul que también se veía desde las alturas. Ambos eran señales de que Eduardo estaba a punto de llegar. Al mirar por la ventanilla recordó sus días de playa en familia, la boda de su hermana frente al mar, sus clases en la universidad y la declaración de amor que le hizo a Rosalba.
Eduardo sentía los fuertes latidos de su corazón. Eran muestra de su ansiedad por llegar, así que apenas bajó del avión sintió un escalofrío en el cuerpo. Tenía seis años fuera de su país.
“Parecía un niño cuando va a una fiesta, estaba emocionado. Mientras caminaba hacia la parte interior del aeropuerto internacional Simón Bolívar, en Maiquetía, sentí muchas ganas de llorar”, recuerda.
Eduardo Romero emigró a Argentina en 2016. Tenía dos años graduado en Administración Hotelera y sus ingresos no le permitían cubrir sus gastos, así que decidió buscar un mejor futuro.
De acuerdo con el último reporte oficial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), 6.805.209 venezolanos han emigrado a diferentes ciudades del mundo hasta agosto de 2022. Esta cifra coincide con la revelada por la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes.
Ningún familiar recibió a Eduardo en el aeropuerto. Su regreso era una sorpresa. Después de someterse a la prueba de COVID-19, pasar por migración y recoger su maleta, tomó un taxi hasta Ocumare del Tuy, en Miranda.
Parecía un niño cuando va a una fiesta, estaba emocionado. Mientras caminaba hacia la parte interior del aeropuerto internacional Simón Bolívar, en Maiquetía, sentí ganas de llorar
Eduardo Romero
Eduardo se sentó en el puesto del copiloto. Pensó que desde allí observaría mejor el trayecto. Era 17 de septiembre de 2022. Había cola para subir a Caracas y también hacia los Valles del Tuy.
El trayecto demoró dos horas más de lo habitual, pero a Eduardo no le incomodó. La tertulia que mantuvo con el conductor fue grata. El chofer le comentó que su trabajo estaba siendo más productivo, en comparación con dos años atrás, gracias a la afluencia de un mayor número de pasajeros.
—¿Venezuela se arregló?, preguntó Eduardo en tono jocoso.
—Nooo, todavía falta mucho para volver a aquellos tiempos de bonanza, pero sí estamos mejor.
Eduardo no decidió regresar a Venezuela por aquella frase que circuló durante meses por redes sociales y generó controversias dentro y fuera del país. Lo hizo porque no quería pasar otra Navidad lejos de su familia.
“Cada vez que le hacía una videollamada a mi mamá, se le salían las lágrimas. El 22 de agosto de 2022 me cantó mi cumpleaños número 26, pero por la pantalla del teléfono observé que mi vieja estaba triste”.
El reloj marcaba las ocho de la noche cuando Eduardo llegó a la casa que lo cobijó por 20 años. En el barrio no había luz. En medio de la oscuridad, tocó la puerta y en segundos tenía a su madre en frente. En ese momento, ninguno logró contener el llanto.
DE ACUERDO CON EL ÚLTIMO REPORTE OFICIAL DE LA ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS (ONU), 6.805.209 VENEZOLANO HAN EMIGRADO A DIFERENTES CIUDADES DEL MUNDO HASTA AGOSTO DE 2022
Las canas que cubrían parte de la caballera de su madre eran muestra del tiempo transcurrido. “No sé si valió la pena. Me fui con la esperanza de tener liquidez monetaria, pero no fue así. Aunque lo que ganaba me alcanzaba para cubrir mis gastos, no había posibilidad de ahorro ni para independizarme”, contó a El Pitazo el 23 de noviembre.
El aplauso de los niños del barrio se escuchó apenas llegó la energía eléctrica. Eduardo sonrió. Tenía seis años que no sabía lo que era encender velas para iluminar una casa. Tampoco entendió por qué la gente aplaudía. En Argentina nunca vivió un episodio como los que se repiten casi a diario en cualquier rincón de Venezuela.
Esa noche durmió tan profundo que, al abrir los ojos, la mañana siguiente, olvidó dónde estaba. De pronto escuchó el ruido de una bomba y despertó en su nueva realidad al mirar por la ventana. Su mamá estaba comprándole agua a una cisterna. En la zona tenían 10 días secos.
Pienso quedarme aquí, me siento feliz; pero si algún día decido emigrar de nuevo, solo lo haría si tengo la posibilidad de irme a Estados Unidos
Eduardo Romero
En ese momento Eduardo entendió que debía curtirse de nuevo para que las fallas de los servicios públicos no enturbiaran su vuelta a la patria. Además, debía superar una decepción amorosa. Rosalba, aquella novia a quien le prometió llevarse a Argentina cuando se estabilizara, se había casado.
“Pienso quedarme aquí, me siento feliz; pero si algún día decido emigrar de nuevo, solo lo haría si tengo la posibilidad de irme a Estados Unidos. Mi aspiración en este momento es abrir un restaurante para estabilizarme económicamente”, contó Eduardo.
La Comisión Económica para América Latina (Cepal) publicó en octubre de este año sus proyecciones de crecimiento económico para América Latina y El Caribe. Según la Cepal, se prevé que la economía venezolana crezca un 12 % durante el año que está por finalizar y otro 5% en 2023.
¿Se puede creer en el sueño americano?
Mientras Eduardo mira a Estados Unidos como su única posibilidad en caso de volver a emigrar, Roberto Cáceres solo regresaría al país norteamericano de visita, como turista. Allí vivió cuatro años, pero nunca se adaptó al sistema ni a la cultura y no veía la hora de regresar a casa. El estar lejos de su familia también lo marcó.
“Cuando llegué a ese país estaba fascinado. En los supermercados había de todo —afirma Roberto—, mientras que en Venezuela los anaqueles lucían vacíos. Yo vivía en Orlando (Florida) y allá las calles están limpias y todo luce bonito. Eso contrastaba con lo que veía en Venezuela; sin embargo, ahora quiero intentarlo de nuevo aquí, junto a mi familia”.
Yo pensé que me podría llevar a mi familia, pero el asilo demoró. Solo llegué a colocar las huellas dactilares. Ese vacío emocional y el trabajar tantas horas solo para cubrir los gastos me hicieron entender que el sueño americano no es tan fácil como parece
Roberto Cáceres
Cáceres tiene 48 años. A su hija menor la dejó de 4 años y ya tiene 8. Hoy lamenta haberse perdido 4 años de su crecimiento. “Yo pensé que me podría llevar a mi familia, pero el asilo demoró. Solo llegué a colocar las huellas dactilares. Ese vacío emocional y el trabajar tantas horas solo para cubrir los gastos me hicieron entender que el sueño americano no tan fácil como parece”, contó.
El abrazo familiar fue su mejor recibimiento. Al igual que Eduardo, llegó de sorpresa a su apartamento en Bello Monte, Caracas. Su hija corrió hacia él con tanta fuerza que cuando la cargó, los lentes de Eduardo se estrellaron contra el piso.
Al día siguiente, Cáceres, su esposa y su hija salieron a una óptica. Él las tomó a ambas de la mano mientras caminaban, quería protegerlas de la inseguridad. Al detenerse frente a un semáforo para cruzar, un niño se les acercó y les pidió dinero para comer.
Cáceres se metió la mano en el bolsillo y sacó un billete de cinco dólares. Su esposa le indicó que era mucho dinero, pero el hombre, sin pestañear, se lo entregó al niño, cuya delgadez reflejaba su falta de nutrientes.
SEGÚN UN INFORME DE LA OFICINA DE NACIONES UNIDAS PARA LA COORDINACIÓN DE ASUNTOS HUMANITARIOS, EN OCTUBRE DE 2022 AL MENOS 8.199 NIÑOS MENORES DE 5 AÑOS FUERON IDENTIFICADOS CON DESNUTRICIÓN AGUDA EN VENEZUELA ENTRE ENERO Y AGOSTO DE ESTE AÑO
Según un informe presentado por la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (Ocha, por sus siglas en inglés), en octubre de 2022 al menos 8.199 niños menores de 5 años fueron identificados con desnutrición aguda en Venezuela entre enero y agosto de este año.
Ya con lentes nuevos, Cáceres tiene ante sus ojos una imagen que contrasta con el niño que acaba de ayudar: un amplio bodegón con productos importados. Más adelante, un casino que promociona la rifa de un carro le hizo entender que en Venezuela hay dos realidades.
“Esta notable diferencia me sorprendió, pero también me llevó a pensar que los venezolanos debemos unirnos para cambiar esta situación y haya más igualdad. Es una tarea que nos corresponde a todos, es un gran reto que estamos obligados a asumir con gallardía y con la firme convicción de que saldremos airosos”.
Con esa ilusión, Cáceres decidió abrazar de nuevo a Venezuela.