La estación de Liverpool Street es una terminal ferroviaria emplazada en el centro Londres, y también una estación de metro. Al recorrerla en su nivel inferior nos encontramos con un grupo escultórico formado por dos niños: se trata de uno de los cuatro monumentos realizados por la venezolana Flor Kent para completar su serie Fur das Kind (que significa, en alemán, para el niño) destinados a honrar las acciones que permitieron rescatar la vida de miles de pequeños a través de lo que informalmente se llamó Kindertransport.
Tras la violenta escalada nazi en contra de los judíos, que encontraría su más cruenta expresión en la llamada noche de los cristales rotos (9 de noviembre de 1938) las autoridades británicas accedieron a permitir el ingreso a Gran Bretaña de niños procedentes de Alemania Austria y Checoslovaquia, sin limitarlos a una cantidad específica, con la idea de que, cuando la guerra llegase a su fin, pudieran regresar con sus propias familias.
La estación de Liverpool Street fue el principal lugar de llegada de los niños, que se encontraban allí con sus padrinos y familias de acogida. Es por ello que la escultura de Kent, desvelada en 2003, está emplazada en este lugar.
Los otros tres monumentos que completan la serie se encuentran en la Estación Westbannhof de Viena, en el Centro del Holocausto Beth Shalom en Nottinghamshire (Inglaterra) y en la Estación Hlavni Nadrazi de Praga, en donde se rinde homenaje a la figura de Nicholas Winton, el salvador de 669 niños judíos de la antigua Checoslovaquia.
Flor Kent nació en Puerto la Cruz. Tras concluir sus estudios de Odontología en La Universidad Central de Venezuela, se trasladó a Chicago. Realizó estudios de postgrado en Prostodoncia Avanzada en la Universidad de Illinois mientras, paralelamente, seguía su formación artística. Finalmente se radicó en Inglaterra, en donde se dedicó a la medicina cosmética tras realizar múltiples cursos en ese campo.
Al mismo tiempo, realizó el máster en arte público del Wimbledon College of Arts, Universidad de las artes en Londres, especializándose en Escultura de Sitio Específico. Normalmente trabaja en bronce (“Por su resistencia, es uno de los mejores medios para obras públicas”) pero se considera una artista muy versátil, que usa todo tipo de materiales, especialmente cuando elabora las obras en el taller.
Esta exitosa venezolana, que inexplicablemente es más conocida en Europa que en su propio país, desarrolla una intensa labor social a través del arte, que constituye para ella “vía de expresión, pasatiempo, terapia, diversión… A veces un objeto estético y otras veces una forma de canalizar mis pensamientos, de comunicar mi visión de las cosas, y de educar”.
La escultora, profundamente comprometida con causas como el bienestar de la Amazonia venezolana y de los grupos indígenas, profundiza: “Llega un momento en que nos damos cuenta de que ahora somos nosotros quienes debemos protegernos y proteger a la sociedad. Todos podemos hacer algo sin importar a que nivel”.
Acepta que, como cualquier emigrante, sufrió el desarraigo, pero nunca se sintió discriminada, ni por ser mujer ni por ser extranjera. Piensa que la práctica del arte y la medicina se benefician recíprocamente, y que su mayor logro ha sido el ser madre: “Saber que mis hijos tienen corazones buenos y nobles. Ayudar como pueda a mejorar las circunstancias de los demás. El resto, como decía el Rey Salomón, es vanidad de vanidades”. Inspiradora, sin duda, la historia de esta venezolana comprometida, que utiliza el arte para comunicar sus ideales, dejando muy bien parado el gentilicio.
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