Eduardo Fernández
La abstención no tumba gobiernos. Al contrario, los consolida. La experiencia universal enseña que nunca una dictadura es derrocada absteniéndose de votar. Son muchos los ejemplos de regímenes totalitarios que han sucumbido ante la presencia masiva de los ciudadanos en las urnas electorales aún en circunstancias nada favorables. Los casos de Chile y de Polonia son los más elocuentes, pero no son los únicos.
Ahora bien ¿cuál es la lógica detrás de la propuesta de una estrategia abstencionista para salir de la dictadura venezolana?
Abstencionistas me han razonado así: la abstención deslegitima al gobierno y contribuye a crear las condiciones para que se produzca o un golpe militar doméstico o la invasión militar extranjera.
Lo primero es que es muy difícil deslegitimar más todavía a un gobierno que ha hecho todo lo posible por deslegitimarse hasta el extremo.
Los gobiernos se deslegitiman por su origen o por su desempeño. Por ambos conceptos el régimen de Maduro está absolutamente deslegitimado. No hay manera de deslegitimarlo más.
Por otra parte, la hipótesis del golpe militar es absolutamente improbable. Además es absolutamente indeseable. Improbable, porque la política militar del gobierno, junto con el asesoramiento de sus aliados cubanos, ha estado orientada a concentrar el poder de fuego en manos incondicionales. El resultado de una encuesta en los cuarteles daría resultados muy parecidos a lo que ocurre en la calle: menos de 20% a favor del gobierno, más de 80% en contra. Pero lo importante en la institución armada es: quién controla el poder de fuego.
La hipótesis del golpe militar es además indeseable. Gracias a un intento de golpe militar se inició la tragedia que vivimos los venezolanos desde el cuatro de febrero de 1992.
También se ha puesto en evidencia que una acción militar desde el extranjero también es muy poco probable y nada deseable. Venezolanos que han trabajado mucho para promover una invasión extrajera han llegado a la conclusión de que no hay ambiente para ese despropósito. Y, menos mal que es así, los ejemplos de Siria, Libia, Irak, Afganistán, Cuba y otros muchos más, enseñan que esa ruta con frecuencia termina en dolorosos fracasos.
“Sólo el pueblo salva al pueblo”, solía repetir el maestro Arístides Calvani. Un pueblo organizado, motivado, unido, es invencible.
Seguiremos conversando.